Alguna manera de saber vivir a contrapelo

En El anciano viajero escribió: «Toda mi vida fue buscar el lugar donde quería morir. Aún sigo viajando». En qué país estará Javier Villafañe, tanto que le gustaba viajar. En qué esquina de la tierra se asomarán sus títeres y sus cuentos para seguir peleando por un mundo mejor, para resistir con la poesía de sus manos de mago y de sus palabras de fuego. Lo conocí en el invierno del ’92 en un teatro de Tandil. El títere emociona porque el público no espera que un muñeco lo conmueva. Y cuando el titiritero ama a su títere, cuando este está animado por el alma de quien lo conduce, la interacción es mágica. Me pasó con Javier. Artista transversal. Un Robin Hood literario. Ese titiritero que siempre en movimiento, escribía acerca del éxito de los pobres que sólo cuentan, nada menos, con la riqueza del ingenio. Intentaba dormirme, y no sé porqué razón recordé a Javier, con quien pude conversar tras esa actuación, hace 24 años. Hablamos de su propia condición de trashumante, de artista marginal y solitario. De su carromato La Andariega, con el que recorrió caminos y caminos. Pienso que no es igual este país sin Javier Villafañe. Algo está faltando, alguna lenta palabra pronunciada a medianoche para espantar la furia, algún poema que se ría de las tonteras de este mundo, alguna manera de saber vivir a contrapelo.

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Autor

Raúl Bertone