Apuntes sobre «La Odisea»

APUNTES SOBRE “LA ODISEA”

Pasé dos fines de semana y pintando esa pieza donde estuvimos juntos tantos años. Esa pieza donde nos acostamos por primera vez cuando aún éramos jóvenes o estábamos dejando de serlo, para luego ir despertando en grises madrugadas hasta hoy, en el umbral de la vejez.
Esa pieza que pasó de ser motel de fin de semana a suite matrimonial y luego habitación para apenas existir.
Esa pieza en la que dormimos mil y una noches sin cuentos de hadas para el otro día despertarnos con los gatos en el pecho y la obstinación animal, entre ceja y ceja, de ir una vez más al trabajo.
Esa pieza donde tantas veces me dijiste “apagá la luz que ya es la una y me levanto a las seis”. Y yo dejaba el libro marcado con la boleta del gas en el canto once de la Odisea porque también íbamos a bajar al Hades y pasar la página de otro día en la Tierra.

“¿Por qué, oh infeliz, has dejado la luz del sol y vienes a ver a los muertos y esta región desapacible?”, le decía a Ulises el fantasma de su madre, Anticlea.
Y sin embargo, esa visita de ficción al reino de los muertos, era para mí la única resurrección entre “los trabajos y los días”; el único calor verdadero antes de pagar el consumo de los calefactores.

Esa pieza donde colgabas tus vaqueros ajustados en la silla y te ibas al baño en bombacha y yo te miraba como una aparición, con los ojos de un campesino que ve bañarse a Circe en el río del tiempo, ese que sólo corre para el campesino pero no para las diosas.
Esa pieza donde tantas veces te dibujé dormida con fibras escolares en hojas del supermercado y que luego enmarcamos como un símbolo y colgamos como un almanaque. Acaso para que el mundo fuese voluntad y representación (nuestra voluntad, nuestra representación) o para que ese día no se pasara como los demás días.

Pero luego dejé de pintarte y vos dejaste de posar.
“Se te puso gorda la modelo” me dijiste riendo, cubriéndote con las sábanas como si amortajaras tu antigua belleza muerta. Pero mis ojos eran los mismos. Porque yo te seguía viendo como la primera vez; la aparición fugaz de tu desnudez iluminando mi vida toda; como una parábola de luz ilumina un bosque en la noche.

Y de pronto, esa pieza estuvo vacía. No parecía nuestra ni de nadie con esas manchas de humedad y el revoque saltado. Podían ser las paredes de una habitación de hotel abandonado o las de una casa que volvió a su primordial anonimato; sin el eco de sus habitantes, sin el paso de sus sombras.
Pero cuando terminé de pintar, pusimos otra vez la cama.
Esa noche te abrazaste a mí con los ojos cerrados y Penélope volvió a decirme desde el canto veintitrés:

“No te enojes conmigo, Odiseo, las deidades nos enviaron la desgracia y no quisieron que gozásemos de nuestra juventud. Así que no te enfades si no te abracé como lo hago ahora, que acabas de referirme las señales inequívocas de este lecho”.
Y todo cambió otra vez. Porque la pieza volvió a ser nuestra y a la luz del velador te vi dormida con un fondo de paredes blancas. Y entonces sentí, por primera vez en la vida, que eras mi mujer. Con todo el error de esa definición y todo el acierto de esa nueva ontología.
Vos, a quien tantas veces había dibujado, ahora dormías en una pieza que también yo había pintado; como un cuadro dentro de otro cuadro.
Vos, a quien tantas veces deseé, ahora dormías más allá del deseo; como un sueño dentro de otro sueño.
La pieza que había sido nuestro hotel era ahora nuestra casa y un día, pensé, acaso sería nuestra tumba.
Pero si hemos de resucitar en algún lugar con los cuerpos reconstituidos como en un milagro, y si alguna vez volvemos a ser jóvenes y nuestras vidas se cruzan sin ser la consecuencia de un matrimonio erróneo y una familia rota, que empiece entonces en esta misma pieza blanca, donde nos acostaremos como cuando es sábado y no hay que levantarse a las seis al otro día.
Y sólo me conformo con volver a pintarte. Con llenar mis sentidos y las hojas del supermercado con tu desnudez. Esa que se baña en los ríos del mundo pero que siempre estuvo más allá del tiempo.

Por Iván Wielikosielek

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