Gisela Colombo: «El libro de Senac es una reflexión filosófica y casi metafísica que enhebra todas las cuentas en un mismo rosario»

Durante muchas décadas la literatura pampeana adhirió a un concepto de literatura que había postulado hace muchos siglos Aristóteles. Para el filósofo el arte era mímesis de la realidad. El referente que emulaba los textos constituía, entonces, la vida misma.

Con el pasar de los siglos, y acrecentada en mucho la cantidad de productos que merecieron la categoría de “clásicos”, el interés de los aspirantes a escritores en descubrir sus claves, sus métodos, sus recursos ̶en definitiva, el motivo que los ha consagrado̶ condujo a revisar cada vez más las fuentes.

Nadie crea ex nihil. Detrás de la escritura de un texto hay un ejercicio de evocación de lecturas. Borges sostenía que leer y escribir eran una misma actividad. Dos caras de la misma moneda. Por ello, lo propio de una literatura más contemporánea es ese diálogo permanente con la tradición, sin por ello darle la espalda a la realidad.

Cuando el referente se convierte en alguna obra anterior aparece el interés en aquello que no es coyuntural. El estado descrito se torna un simple marco para el conflicto universal. Morisoli diría que allí se diferencia el tema (conflicto universal) del motivo (realización circunstancial del conflicto universal).

A eso mismo se refiere Borges cuando califica un conflicto como “la cíclica batalla de Waterloo”, que se ha dado una y otra vez en la historia aunque con algunas diferencias circunstanciales.

El lector atento tiende a rescatar aquello que no se queda en las circunstancias y que, en cambio, revela lo más esencial del hombre. Lo que no depende de los problemas del aquí y ahora, sino retrata esos costados universales de la experiencia.

Cierto es también que cuando existe un cambio abrupto de las condiciones o el estilo de vida de una sociedad, suele hacerse literatura sociológica, lo cual supone realismo. Sucede en la Baja Edad Media, en la Revolución Industrial y en otras transformaciones sociales de diferentes momentos y latitudes. Pero el foco vuelve a ponerse pronto en lo esencial, en lo que no se altera.

El siglo XX introduce el asunto de la intertextualidad exhibiendo en su uso prolífico el concepto de que no ha de emularse la realidad sino otras visiones sobre la realidad, textos que han tratado antes los mismos complejos humanos.

Conocer la tradición literaria se torna mucho más importante según esta visión de la literatura y el arte. Esto ocurre en La Pampa después de las primeras generaciones, que permanecen atentas a la lucha con el entorno, las inclemencias de la región, el abandono del Estado y otras cuestiones inquietantes para los creadores.

Pero cuando la adaptación a las condiciones y el mejoramiento de ciertas problemáticas permiten alzar la mirada, el horizonte se torna mucho más amplio. Por ello, el interés tuerce en los artistas más jóvenes hacia la universalización. El referente vira naturalmente hacia la tradición literaria.

Un ejemplo acabado es la obra de Eduardo Senac, presentada hace un par de semanas en la APE (Santa Rosa) y el año pasado, en General Pico. El libro es un conjunto de ensayos breves que el autor categoriza como “prólogos ficticios” a obras clásicas que le han suscitado admiración.

Hay estudios sobre personajes indiscutidos como Bukowski, Camus, Hesse, Kafka. Clásicos como Tagore, Confucio, Gorki. Pero también una selección filosófica que bien podría haber hecho Borges: Schopenhauer, Blas Pascal, León Bloy, Swedenborg, Melville. La poesía tampoco se ausenta; Hölderlin, Rilke atrapan la atención del prologuista. Algunas inclusiones son del todo llamativas: Lobsang Rampa, monje tibetano devenido en autor de best sellers norteamericanos; el chamán Carlos Castaneda a quien mucho no importan aquellos recursos estéticos que disfruta el estructuralismo, o Kinski, un actor al que sus coetáneos no pocas veces calificaron de delirante.

Lo que intenta Senac es una mirada de lector, desde el goce y la sorpresa que cada autor prologado le generó al leerlo.

El estilo subjetivo nada tiene que ver con los tecnicismos académicos. Aunque muy bien documentada su labor, el autor no escoge el registro académico, ni los nombres impronunciables de los recursos literarios que estudia la semiótica. Esta característica no sólo alienta considerablemente al lector común. También permite que la subjetividad del escritor de “El viento que pasa” vaya matizando un discurso que pocas veces se da esas libertades.

Ya en la misma selección de obras referidas es posible descubrir el común denominador de todos, el autor de los prólogos incluido. La reflexión filosófica y casi metafísica, enhebra todas las cuentas en un mismo rosario. Y el rosario es la propia biografía espiritual del autor.

“Entre [los hombres]apenas vi este puñado de autores que escribieron los libros de mi vida y que conforman esta biografía salvaje, ese viento que pasa erizándome la cara.”

Como en “La Biblioteca de Babel”, de Borges, cada libro es un intento de comprender al hombre y al universo. El viento son las voces que nos vienen de la tradición y que nos sumergen en pensamientos que la vida cotidiana elude. Pensamientos que quizás sean el único aspecto trascendente de la literatura.

“Se elevan sobre ellos los espíritus errantes y taciturnos que nos hacen pensar naturalmente. Sus libros proyectan sobre nosotros visiones incompletas pero fascinantes de sus viajes por las estrellas;”
Y las estrellas aparecen como la Patria del hombre, pero también como expresión de lo inefable. La verdad en última instancia: ese orden misterioso que guía lo creado y anima al universo. La misma fuerza que aconseja al hombre no cejar en lo importante, no abandonar, cual si fuera su destino, la búsqueda del sentido.

Por Gisela Colombo
Escritora. Profesora y Licenciada en Letras. Autora de los libros Que el río sangre y El juego del colgado.

Gisela Colmbo

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