Un libro: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
«Un libro que me dio vuelta la cabeza. Fue un impacto de creación y hermosura. Distinto a lo que conocía hasta ese entonces. Y estoy hablando de haber leído una de sus primeras ediciones, año 1968, creo».
Fragmento: “Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas habían empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa.
— ¿Te sientes mal? — le preguntó.
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.
— Al contrario —dijo—, nunca me he sentido mejor.
Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo la serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y que pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”.
Una canción: Soneto a mamá, de Joan Manuel Serrat.
«Se explica sola».
Un disco: Trópicos, de Daniel Viglietti.
«La primera vez que alguien grababa en español las obras de Chico Buarque. Impacto de nueva estética y construcción de la canción. Valga la redundancia, en ese disco conocimos esa obra única que se llama Construcción».
Una película: Nos habíamos amado tanto, de Ettore Scola.
«Es una historia de la amistad de tres amigos que, como muchos de mi generación, cruzamos la vida en tiempos tormentosos, convulsionados. Y también de grandes cambios. Cuenta cómo claudican los más bellos ideales en algunos y sucumben en el conformismo. Hay una frase que dice uno de los personajes que define todo: «Íbamos a cambiar el mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros». Es también una historia de amor con personajes que todos conocemos, o mejor, todos tenemos algo de cada uno de esos personajes».
Un poema: Gardel, de Humberto Costantini.
Gardel
Para mí, lo inventamos.
Seguramente fue una tarde de domingo,
con mate,
con recuerdos,
con tristeza,
con bailables bajito en la radio
después de los partidos.
Seguramente nos dolía una foto en la pared,
algún no tengo ganas,
algún libro.
Yo creo que andaríamos así,
sonsos de aburrimiento,
solitariando viejos paraqués,
sin mujer o sin plata,
y desabridos.
Seguramente nos sentimos de golpe
terriblemente solos,
muy huérfanos,
muy niños.
Tal vez tocamos fondo.
Tal vez alguien pensó en el amasijo.
Entonces, qué se yo,
nos pasó algo rarísimo.
Nos vino como un ángel desde adentro,
nos pusimos proféticos,
nos despertamos bíblicos.
Miramos hacia las telarañas del techo,
nos dijimos:
«Hagamos, pues, un Dios a semejanza
de lo que quisimos ser y no pudimos.
Démosle lo mejor,
lo más sueño y más pájaro
de nosotros mismos.
Inventémosle un nombre, una sonrisa
una voz que perdure por los siglos,
un plantarse en el mundo, lindo, fácil,
como pasándole ases al destino.»
Y claro, lo deseamos
y vino.
Y nos salió morocho, glorioso, engominado,
eterno como un Dios o como un disco.
Se entreabrieron los cielos de costado
y su voz nos cantaba:
«Mi Buenos Aires querido…»
Eran como las seis,
esa hora en que empiezan los bailables
y ya terminaron todos los partidos.