Los elegidos de Santiago Rodríguez (dibujante, historietista, aerografía)

Un libro: 20.000 mil leguas de viaje submarino,de Julio Verne.

«La ciencia ficción me gustó desde siempre, como la fantasía también. Y varios títulos de Julio Verne me encantaban por lo visual de sus narraciones. Y fue el primer autor de este género que conocí en mi infancia, y dejó huella de fuego. Me encantaba imaginarme (y hasta muchas veces dibujarlos) a los personajes, lugares, máquinas, etc, que aparecían constantemente. Y de este libro en particular tenía una adaptación en historieta que llegué a leer creo que cientos de veces cuando era chico».

Fragmento: «Pero no podíamos detenernos. Había que seguir al capi­tán, que parecía dirigirse por senderos tan sólo por él cono­cidos. El suelo ascendía sensiblemente y a veces al elevar el brazo lo sacaba por encima de la superficie del agua. Luego, el nivel del banco descendió de nuevo caprichosamente. A menudo debíamos contornear altas rocas de formas pira­midales. En sus oscuras anfractuosidades, grandes crustáce­os, apostados sobre sus altas patas como máquinas de gue­rra, nos miraban con sus ojos fijos, y bajo nuestros pies reptaban diversas clases de nereidos alargando desmesura­damente sus antenas y sus cirros tentaculares.
De repente se abrió ante nosotros una vasta gruta excava­da en un pintoresco conglomerado de rocas tapizadas de flo­ra submarina. En un primer momento, la gruta me pareció profundamente oscura. Los rayos solares parecían apagarse en ella por degradaciones sucesivas. Su vaga transparencia no era ya más que luz ahogada. El capitán Nemo entró en ella y nosotros le seguimos. Mis ojos se acostumbraron pronto a esas tinieblas relativas. Distinguí los arranques de la bóveda, muy caprichosamente torneados, sobre pilares naturales sólidamente sustentados en su base granítica, como las pesadas columnas de la arquitectura toscana.»

Una canción: Inca Roads, de Frank Zappa and the Mothers of Invention.

«Me costó mucho decidirme por una. Escucho música todo el tiempo y muy variada, por lo que me tomé un tiempo para ver cuál me resonaba más. Quedaron ahí nomás varios tangos, y algunas tradicionales del heavy metal, con las que prácticamente me crié. Pero prosperó Zappa por ser el que me abrió la cabeza de maneras impensables para mí. Sus composiciones tan versátiles y variadas, metiéndose en todos los estilos con una calidad excepcional, me conmovieron. Terminó siendo Inca Roads por ser una de las que, sin pensarlo mucho, me encuentro cantándola en cualquier momento y en cualquier lugar, incluso sin haberla escuchado hace un tiempo. Como si estuviera incorporada en mi cabeza».

Un disco: Operation: Mindcrime, de Queensryche.

«Creo que es del ´87 u ’88. Uno de los primeros discos conceptuales que escuché. Me encantó la idea de la obra como un todo, las canciones como si fueran capítulos de una novela, con intermedios narrados y efectos de sonido. Fue un antes y un después para mi a nivel narrativo y musical. Había escuchado The Wall antes, pero con Operation llegó a otro nivel en mi interior, me pegó más la historia -yo tenía unos 13 o 14 años-, y fue musa inspiradora para muchos guiones de historietas que bosquejaba por esas épocas. Oscura, urbana, policial, buen suspenso. Lo sigo escuchando cada dos por tres en la actualidad. Una obra maestra atemporal».

Una película: Conan, el Bárbaro, de John Milius.

«Es la primera, la que catapultó a Arnold Schwarzenegger. Yo era chico y quedé flasheado con esta peli, incluso marcó un rumbo distinto en mi manera de dibujar y en las cosas que dibujaba. Me fanaticé con el cuerpo humano y principalmente con los musculosos, y mejor aún si eran guerreros. Siempre tuve un acercamiento especial con las espadas, de todos los tamaños y calibres, y las usadas por todos los guerreros de cualquier cultura. Las espadas son una de mis debilidades. Más tarde me gustaron mucho las katanas japonesas, pero cuando era niño Conan representó el tipo de espadas y de guerreros que me encantaban. Y la mística de la película, con pocas palabras atento a que Arnold no era de los que se diría un buen actor por esas épocas. Pero la elijo por lo que movilizó en mi más que por lo que el film es en sí».

Un poema: La última curda, de Cátulo Castillo.

Lastima bandoneón, mi corazón
Tu ronca maldición maleva
Tu lágrima de ron me lleva
Hacia el hondo bajo fondo
Donde el barro se subleva
Ya sé, no me digas tenes razón
La vida es una herida absurda
Y es todo, todo tan fugaz
Que es una curda, nada más
Mi confesión
Contame tu condena
Decime tu fracaso
No ves la pena que me ha herido?
Y háblame simplemente
De aquel amor ausente
Tras un retazo del olvido
Ya sé que me hace daño
Yo sé que te lastimó
Llorando mi sermón de vino
Pero es el viejo amor
Que tiembla, bandoneón
Y busca en el licor que aturda
La curda que al final
Termine la función
Corriéndole un telón
Al corazón
Un poco de recuerdo y sinsabor
Gotea tu rezongo lerdo
Marea tu licor y arrea
La tropilla de la zurda
Al volcar la ultima curda

«No leo mucho poemas. No le termino de agarrar la onda a la poesía. A veces encuentro algún que otro poema y lo leo, pero no lo disfruto mucho. Me gusta el ritmo, cuando lo tienen, o hasta lo musical que suenan las palabras, pero no encuentro del todo placer por este soporte. Aunque lo respeto mucho y lo valoro, pero creo que en el fondo no lo entiendo. Quizás por eso me volqué a elegir una letra de un tango. Porque son poesía, y es el tipo de poesía que escucho y canto muchas veces, aunque en pocas oportunidades las leo. Y en ese sentido elijo La última curda. Aunque ahí nomás quedó Afiches: «Cruel en el cartel, la propaganda manda cruel en el cartel, y en el fetiche de un afiche de papel se vende la ilusión, se rifa el corazón…». Eso conmueve».

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Autor

Raúl Bertone