Los secretos de Marta Minujín, en sus diarios parisinos de los 60

«Tres inviernos en París» cuenta sus viajes. Cómo fue el anuncio de la muerte de Trump en su última performance.

¿A qué edad se hace un artista? Marta Minujín sostiene que ella decidió vivir en el arte a los 12 años. Pero tal vez sea una mirada retrospectiva la que busca forjarse como artista púber, interpretar que fue entonces cuando se embarcó en una línea recta -en otras palabras, que aquellos desmadres juveniles prefiguraban el happening.

2018 tal vez sea su Año Admirable, un tiempo de cosecha excepcional para la figura más popular del pop argentino. Hace 10 días fue distinguida en Nueva York con el premio de Americas Society para el Logro Cultural. Fueron premiados también el artista mexicano Gabriel Orozco y el músico venezolano Gustavo Dudamel. Lo recibió en un vestido verde futurista que le da un aire de superheroína, y con una performace junto a la cubana Tania Bruguera. En la cena de honor, los presentes ignoraban ser parte de una performance que giraría en torno de una “fake news”, la falsa noticia de la muerte del presidente Trump.

Por otra parte, para mayo está anunciada su distinción en la gala del Museo del Barrio, el tradicional banquete con los principales benefactores del remozado espacio neoyorquino consagrado al aporte latinoamericano. También será celebrado allí el joven diseñador de moda colombiano Esteban Cortazar. Las dos distinciones a Minujín revelan cierto apuro por saldar una deuda histórica (en Nueva York, las autoridades evocaron el proyecto Minucodes que Minujín presentó allí hace 50 años). Parecen inseparables de la actual valorización del pop latinoamericano en Europa y los Estados Unidos, y de la eclosión que significó el ciclo de muestras Pacific Standard Time, el año pasado en Los Angeles, con una proliferación temática de arte latinoamericano que copó la ciudad y las afueras.

Pero quizá la noticia más estimada de Minujín sea la publicación de Tres inviernos en París, primer tomo de sus diarios, que cubre sus decisivas estadías francesa, entre 1961 y 1964, cuando la artista era casi una adolescente y prácticamente fugada de su casa bajo el shock de la muerte de su hermano, por leucemia.

Cuenta en el prólogo: “Este diario, que escribí durante mi estadía en París, refleja lo que esos años significaron para mí. La ciudad fue testigo de mi primer happening, La destrucción, y de la creación de obras como La chambre d’amour. La escritura era mi cable a tierra. Sentarme por la tarde o la noche, en mi pieza o en bares, a relatar mis vivencias en el diario, era mi antídoto contra la soledad. Hay días en los que miro atrás y pienso que esa época, sin nada que comer ni abrigo para el frío, fue una de las más felices de mi vida. Si hoy pudiera viajar en el tiempo iría a ese París de comienzos de los sesenta que me vio renacer”.

“Yo era chica, pero me dejaba arrastrar por Greco. Me iba a la Costanera a buscar gays y los llevaba al Hotel Lepanto para que se relacionaran con él. Era una especie de Celestina. Tenía dieciséis años y ya era completamente under.”

Después de abandonar sus estudios formales de arte, Minujín llegó a París casada en secreto y becada, con apenas 19 años y la única certeza de querer “épater les bourgeois”, espantar a los burgueses mediante la transgresión de las normas. El libro se divide en tres partes, La ciudad de la libertad, que cubre los primeros deslumbramientos y sus circuitos; Soledad y melancolía, el segundo viaje, entre diciembre de 1962 y junio de 1963; Deseos realizados, entre 1963 y 1964, y la crónica Mi primer happening.

Minujín comienza sus búsquedas pintando y haciendo proto-esculturas con los cartones y colchones que encuentra y arrastra por la calle hasta un departamentito mísero (podemos casi verla, menuda como es, en su acarreo de hormiga), bajo la influencia y la inspiración de cambiantes figuras tutelares que viven o pasan por París en esos años. Entre ellas figuran los pintores de la Nueva Figuración, como Yuyo Noé y Rómulo Macció, que coinciden en París para una muestra colectiva, y desde Buenos Aires, el imán transgresor de Alberto Greco, cuya complicidad Marta cebaba buscándole muchachos (Greco “seducía a todo el mundo -evoca ahora-. Vivía sin un peso, y cuando ganaba plata por la venta de alguna obra la gastaba inmediatamente. Yo era chica, pero me dejaba arrastrar por Greco. Me iba a la Costanera a buscar gays y los llevaba al Hotel Lepanto para que se relacionaran con él. Era una especie de Celestina. Tenía dieciséis años y ya era completamente under”).

Los diarios registran el efecto que producen en ella los artistas admirados, la materialidad de las referencias culturales (el bar La Rotonde, donde se sentaba Balzac) así como la protección de la exquisita escultora Alicia Penalba, un nombre propio destacado en la París de esos años. Se trata de un viaje de iniciación en las tretas y lenguajes de la vanguardia de los años 60, que ya no puede pensarse autónoma de los medios. Y muestran a Minujín en ese estado de absorción omnívora que le dan su juventud y su desprejuicio, gozando del aprendizaje.

El libro tiene mucho de la picaresca de esos emigrados argentinos de 20 francos y días enteros a pan y queso, recompensados por la movida bohemia de Saint-Germain, siempre ávidos de centralidad en la gran fábrica del presente del arte, que vuelven su mirada a una Argentina todavía provinciana –escribe: “ Buenos Aires es tan diferente en arte, jamás regresaría. Sería como volver a Chascomús. No me interesa nada la carrera desesperada de los pintores, ni la gente, ni las galerías. Aquí, entre millones de galerías, se encuentran talentos reales con los que el contacto diario te hace más y más exigente. Tiemblo de pensar en esa ciudad pareja y geométrica, de gente toda igual, sin barrios de jóvenes, sin monumentos ni vida, en toda esa monotonía.”

En ese sentido, Tres inviernos es el retrato de una Argentina siempre discontinua, debido a sus dictaduras, pero también del motor parisino, que ahora no se compara con aquella usina de modernidad, hoy tan atenuada por su propia museificación. El libro saldrá en mayo, en Reservoir books.

Volviendo a la cena en que fue premiada Minujín, en la Americas Society, comenzó con una charla entre la artista y Tania Bruguera. La cubana destacó a Minujín como una precursora regional de la performance. “Hace 50 años hacía lo que nosotros vemos ahora”, dijo Bruguera. Luego los invitados pasaron a la cena, bajo la prohibición de entrar con celulares, que entregaron de pésimo humor. El guión tiene coincidencias con la película The Square aunque sin que un “hombre mono” aporreara las mesas.

Transcurrido un tiempo, empezó a cundir entre las mesas el rumor de una noticia catastrófica (la muerte del presidente Donald Trump, Minujín no accedió a hacer comentarios). Muy rápidamente, empezó a generalizarse un clima de tensión tal que los celulares tuvieron que ser devueltos – a la manera de un bingo, cantando números. Lo primero que hicieron, de modo unánime, fue usarlos para desmentir la falsa noticia. Más que una performance, quizá un experimento social, a menos que todas las performances lo sean.

Fuente: Clarín

Nota: Diario de cultura

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