Pude estar de pie
de frente al viento que
sube recorriéndome
el cuerpo hasta la cara,
creciendo fuerte,
arremolinándose de a ratos,
animado por las ramas de aquellos árboles
que parecen gigantescas aspas
de un molino que lo agita
hacia mí.
Y yo sin decir nada, de pie.
Y llegado al punto que me
retuerce la ropa y me entrecierra
los ojos,
ese viento.
Y sopla largas bocanadas
sibilantes que giran sobre
mis oídos y vuela la arenilla.
No deja de empujarme como queriendo subirme,
como si yo fuera el blanco de
su choque
o se concentrara especialmente en mí.
En mí,
que estoy de pie sin decir nada
con la ropa pegada a la piel.
Quiso sacudirme y aplastarme.
Estoy contento.
Creyó que soy un pájaro.
Por Diótima