La sonrisa, la añoranza y el estremecimiento

Habíamos dicho en el anuncio previo a la actuación de la narradora oral Ana María Bovo que era, según sus antecedentes, una de las narradoras orales más destacadas de nuestro país, y que se había forjado una trayectoria a fuerza de palabras. Por suerte, todo eso lo pudimos corroborar ayer en el auditorio de Médano y gracias a una iniciativa de la Fundación OSDE que la pudo traer con ingreso libre y gratuito.
Lo que nos encontramos ayer fueron dos cosas. La primera tiene que ver con la construcción de su relato y la expresión del mismo. Formados de anécdotas cotidianas, de argumentos de añejas películas, el hilo conductor es indudablemente el humor y la llamada a la mirada sencilla y nostálgica, pero los cierres incluyen la poesía, la sagrada poesía, lo que nos da un combo magnífico que realza toda la arquitectura previa. Vale decir que en un relato tenemos la sonrisa, la añoranza y el estremecimiento. Todo en uno.
Y la segunda de las cosas que nos encontramos y aún nos acompañan en las sensaciones a los que asistimos (suponemos en buena lógica), tiene que ver con la corroboración de un estado escondido por la modernidad pero latente y con ganas de levantarse: el instinto infantil de la humanidad por oír un cuento. Instinto e infancia que si somos todavía humanos, y no estamos idiotas, debiéramos sostener como guías.
Por estos días anda dando vuelta una entrevista a una crítica de arte mexicana, Avelina Lésper, y en un momento dice: «Vas a los museos y te encuentras con un montón de vidrios tirados en el piso y los tienes que apreciar como “la obra”, aunque no te aporta nada. Los museos son como una caja fuerte o un banco donde no puedes correr ni hablar fuerte, porque se supone que adentro hay algo de valor. La historia del arte es la única que no es crítica, donde los críticos aprenden una historia del arte acrítica. Estamos haciendo un retroceso en el pensamiento humano, nos estamos volviendo estúpidos al aceptar ver vidrios rotos o una pecera vacía.»
Pueden ser verdaderas las palabras de Lésper.
Volvamos entonces, volvamos, acunemos y despertemos esa feliz necesidad de escuchar, de imaginar y de soñar de la mano de un cuento bien dicho.

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