En diálogo con Mariela Ruggeri
Se suele asociar la imagen de la bailarina a una muñequita que gira en un mismo lugar. En oposición a esto, Mariela avanza, sin vueltas. Lo dice su trayectoria, lo demuestra cuando habla, lo expresa en sus clases. De chica hacía karate y atletismo, no fue sino cuando ella misma pudo solventarse las clases que empezó danza, a los 17 años.
Desde ese momento no paró de buscar, formarse, indagar en el cuerpo, en los ritmos, en la energía, en la cultura (de hecho hizo un posgrado en antropología social y política).
Su primera profesora en Santa Rosa fue Inés Mazzone, premiada en 2012 como mejor maestra por la Confederación Interamericana de la Danza. Y desde allí, a Buenos Aires hasta lograr ser asistente coreográfica de Manuel Vallejos, profesor del IUNA (Actual UNA, Universidad Nacional de Artes)
En Santa Rosa trabajó formando obras coreográficas, de estilo musical, después fue el momento de crecer, de hacer otras cosas, y decidió irse: vivió en Brasil donde también estudió, y además viajó a estudiar a Estados Unidos, a España, fue becada en la bienal de Arte de Venecia y a lo largo del trayecto tomó clases con maestros de Corea, Bélgica, Francia… Quizás por esa diversidad, su estilo de trabajo no es el que estamos acostumbrados a ver en las academias tradicionales.
Ya dedicada desde hace 15 años a la danza contemporánea, con su estudio en Buenos Aires, está viajando una vez por mes a dar talleres de entrenamiento a Santa Rosa, General Acha y General Pico.
Es que el conocimiento sumado al arte no es para ocultar, y esta es una concepción ética y política que reluce en Mariela a la vez que su arte del movimiento. Porque además de bailarina y docente, ella es una de las redactoras del Proyecto de la Ley Nacional de Danza, que viene gestándose desde 2008 y todavía no ha tenido aprobación en el Congreso.
Trabajadores de la danza
Su formación le permitió ver que las condiciones en las que un bailarín desarrolla su trabajo son lamentables. En el sentido de que todo lo que produzca desde una maestra que da clases en algún pueblo hasta el bailarín más famoso, corre por cuenta de ellos, sin apoyo de nadie. «Nuestro Estado no es benefactor para el arte, y mucho menos para la danza», afirma.
«El trabajo del bailarín depende de la voluntad y de los recursos que pueda tener. Y eso es un arma de doble filo porque dura lo que dura la voluntad o lo que dura la suerte», analiza. «Eso hace que mucha gente migre, después de haber estudiado y haberse preparado muchísimo tiempo», señala como una de las consideraciones por las cuales comenzó junto a otras personas a redactar el proyecto de ley.
«La ley se basa en el fomento a la actividad y da pie para que se creen y se respeten los derechos de un trabajador de la danza, pero no puede accionar sobre estos derechos… por eso pensamos en formar una asociación sindical, la Asociación Argentina de Trabajadores de la Danza, y ahora obtuvimos un dictamen favorable para crearlo, estamos trabajando en eso», comenta en relación a su aporte a los bailarines de todo el país.
«Un trabajador de la danza es una persona que vive profesionalmente de la actividad, ya sea coreógrafo, profesor, investigador o gestor… La danza no implica solamente al que baila, es un entramado muy grande de personas que se vincula y contiene a la danza», puntualiza desde su experiencia.
«Si bien el proyecto fue presentado, no tiene dictamen de ley y se vence en el corto plazo», explica Mariela. «No hubo voluntad política para tratarlo en comisiones, perdió estado parlamentario. Debido a esto, lo vamos a volver a presentar hasta que se decida que esta ley sea sancionada. No vemos otro camino».
«En nuestro país históricamente las estrategias, los planes duran lo que dura un gobierno, y eso es muy malo para una actividad. Necesitamos una legislación que nos permita trabajar a largo plazo, sostenernos en el tiempo, y no un programa que se cae cuando cae un gobierno», concluye.
«La danza es un estudio que empieza cuando uno empieza a moverse, todo movimiento va sumando en la historia del cuerpo» M. R.