La mano que oprime. Persigue. La mano que asesina. La larga noche que vomita tempestades. El insalvable abismo del genocidio. La pólvora que se respira en el aire. La represión demencial. Pesadilla. El miedo cotidiano. Un país crucificado. Sadismo. Brutalidad. La muerte silenciosa, furtiva, subterránea. Hay una frase de André Malraux que Styron evocó para darle cuerpo a su novela Sophie’s Choice «…busco la región crucial del alma donde el Mal absoluto se opone a la Fraternidad». Aquí, en esos años aciagos, no quedamos exentos del sello infamante de la violencia. ¿Qué diferencia esencial puede haber entre la heroína de Styron, obligada a escoger entre la muerte de uno de sus dos hijos, y una ciudadana argentina embarazada de ocho meses arrojada desde un avión a la aguas del Atlántico?.
La dictadura argentina no solo violó la ley; extendió su sebacia a los inocentes, torturó y asesinó por simple sospecha o asociación, y destruyó la vida moral, intelectual, universitaria y artística. Errores y horrores. Eran monstruos capaces de llevar la crueldad a su extremo absoluto. Como asevera Rodolfo Walsh en ese texto que fue su último legado titulado Carta de un escritor a la Junta Militar: «Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido».
Entre buena parte de la herencia, está esa que se suele creer es la única: la literatura, la música, la poesía, la plástica, el cine. Ese campo cultural ejerció una resistencia serena y corajuda frente a una dictadura que no tuvo otra política cultural que la de prohibir. Negó absolutamente la cultura. Confirmando una vez más que el sueño de la razón engendra monstruos, ese nuevo estado de cosas produjo desde tragedia hasta ridiculeces.
Cuando Nietzche habla del eterno retorno, se refiere también a la repetición infernal de eso que Freud concebía como una heredad inconsciente, generación tras generación, de los males de la humanidad. Días atrás se cumplieron 40 años del inicio de esa noche oscura. Recordar el mal es la mejor manera de evitar su repetición. La memoria le da su verdadero sentido a la historia, la conecta con las vidas personales. El poeta San Juan de la Cruz definió como noche oscura del alma un estado espiritual de renunciamiento. Los represores, envueltos en una bruma medieval, impusieron un renunciamiento que no era la noche, sino la nada.
Noche oscura del alma
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