Auténtico, brutal, desnudo

Rezaba y suplicaba “quiero ser feliz y no puedo” en cada fraseo. Kurt Cobain cantaba como si la vida fuese a acabar en cada nota, en ese mismo instante. El desgarro de su voz atormentada se clavaba en muchos corazones mientras otros huían escandalizados. Nadie podía elegir. O sentían el hachazo en lo más profundo de sus entrañas -me sucedió- o lo despreciaban sin más. Cada canción que interpretaba era la última oportunidad que tenía de rugir antes de caer muerto. Su voz salía como un trueno directamente de sus tripas. Gritaba, desafinaba, sufría el dolor de la vida cada segundo. Kurt era aunténtico, brutal, desnudo. No se podía ser indiferente a él cuando se le escuchaba. Un talento desmedido unido a una personalidad angustiosa y depresiva. Un timbre de voz quebrada que jugaba a la locura. Algo agotador para él. Angustia, tristeza, desconsuelo, furia, horror, desesperanza, soledad. Música. A Kurt lo encontraron el cinco de abril de 1994 (se cumplen 22 años) en su casa, con un disparo en la cabeza y una nota a sus pies que decía que ya no podía sentir la música como antes, que no podía engañar a su público, que es mejor quemarse que apagarse lentamente y que besos para su pequeña hijita de dos años.

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Autor

Raúl Bertone