Estaba triste el piano
en el concierto,
olvidado en su frac sepulturero,
y luego abrió la boca,
su boca de ballena:
entró el pianista al piano
volando como un cuervo,
algo pasó como si cayera
una piedra de plata
o una mano
a un estanque
escondido:
resbaló la dulzura
como la luvia
sobre una campana,
cayo la luz al fondo
de una casa cerrada,
una esmeralda recorrió el abismo
y sonó el mar,
la noche,
las praderas,
la gota del rocío,
el altísimo trueno,
cantó la arquitectura de la rosa,
rodó el silencio al leche de la aurora.
Así nació la música
del piano que moría
subió la vestidura
de la náyade
del catafalco
y de su dentadura
hasta que en el olvido
cayó el piano, el pianista
y el concierto,
y todo fue sonido,
torrencial elemento,
sistema puro, claro campanario.
Entonces volvió el hombre
del árbol de la musica.
Bajó volando como
cuervo perdido
o caballero loco:
cerró su boca de ballena el piano
y él anduvo hacia atrás,
hacia el silencio.
Oda al piano, Pablo Neruda.
Era adolescente cuando pisé el Teatro del Muelle, en Puerto Madryn, y los sonidos generados desde el taburete lograron conmoverme como nunca antes. Un pianista en la escena con los movimientos de sus brazos antes de tocar las teclas permitieron empezar a dibujar el mundo personal de ese ejecutante que intentaba comunicarse a través de la música interpretada con ese instrumento. Con todo el piano, con las teclas, las cuerdas, la tapa. Muchas veces llega a ser una prolongación del cuerpo de cada uno de ellos.
Era mi primera vez en un concierto de música clásica y ese pianista me llevó a volar con las sensaciones que logró despertar en mí, por ejemplo, con Pieza para piano, de Morton Feldman, me metió en las profundidades de Schubert con Andantino de la Gran Sonata póstuma o paseé por las encantadoras melodías de Lachenmann. La música tiene el raro sortilegio de atrapar vivencias propias y ajenas y convertir en silencios y vibraciones una escena o un paisaje. Y abrir surcos sonoros en el terreno pantanoso del tiempo. De las misteriosas e intrincadas entrañas del fabuloso instrumento salió luz, y el auditorio, recuerdo, enmudeció ante tanta belleza.
La importancia del piano en el Romanticismo fue fundamental para el desarrollo de la creación musical. Se convirtió en el laboratorio de nuevas propuestas estilísticas y en interfaz entre el artista y su creación, generando una literatura propia, que lentamente se va diferenciando de sus antepasados de teclado, sea el clave o el órgano, descubriendo nuevas sonoridades y posibilidades. Todos los compositores desde el siglo XIX y hasta nuestros días, casi sin excepción, han compuesto al menos parte de su obra para ese instrumento. El piano es el símbolo de una época y una sensibilidad, representativo del romanticismo no sólo en los aspectos musicales, sino en su propio concepto y mecánica, representativa de una revolución industrial en la forma de trabajar que llevaría a una nueva configuración de las sociedades. El piano es elevado a la categoría de instrumento de expresividad especial, similar a la voz humana.
El pianista piquense Leandro Mulatero es reconocido por su depurada técnica, y como eximio músico que es, se encarga en cada presentación de profundizar la escucha de las enormes posibilidades que propone el piano. Cuando el mes de octubre último concluía, brindó un recital a beneficio, buscando recaudar fondos que permitieran, o ayudaran al menos, la compra de un piano para el ISBA (Instituto Superior de Bellas Artes), donde quien egresó del Conservatorio de Musica Manuel de Falla de Buenos Aires brinda clases todas las semanas. Y porque muchas veces los funcionarios que deberían hacerse cargo de lo que verdaderamente les compete, no lo hacen, y se distraen en banalidades, el hombre común, el que tiene como único poder su corazón, surge para ocupar ese rol. El dinero que se reunió permitió adquirir un instrumento que cumplirá su función con creces, pero en el transcurrir de esos días apareció alguien que tuvo un inmenso gesto.
Paco Rodríguez Villar es un reconocido abogado que vive en la ciudad de Buenos Aires y desde hace un año asiste a las clases que dicta el piquense Mariano Palavecino. Ese vínculo permitió que el camino empezara a desandarse hasta llegar a una hermosa realidad. Rodríguez Villar se anotició de la necesidad del ISBA y decidió donar un piano de cola que había adquirido tiempo atrás, intervenido por el artista plástico Fernando Donati. «Todo lo que sucedió obviamente me generó mucha emoción, mi corazón sigue en Pico y haber gestado de alguna manera el trámite, haber estado consustanciado con la causa, fue muy importantE para mí. Paco es alumno mío desde hace un año aproximadamente, hace dos o tres compró un piano de cola que estaba muy deteriorado, lo dejó impecable y cierto día, estando en una galería de arte, vio un cuadro que le gustó mucho, averiguó por el artista y le pidió que le pintara la parte interior de la tapa. Me lo comentó en ese momento, y cuando se lo hicieron estaba tan feliz que lo celebró en su casa, contrató a Nilo Trío, el cual integro, y tocamos con ese piano esa noche», contó Palavecino, nacido en nuestra ciudad en 1973 y radicado en Capital Federal desde hace más de dos décadas. Es profesor de piano egresado del Conservatorio Municipal Manuel de Falla y dicta clases desde 1997 en forma particular y para instituciones, además de integrar formaciones, principalmente de jazz.
– ¿Qué sucedió después con ese instrumento y cómo se produjo la posibilidad para que finalmente desembarcara en nuestra ciudad?
– Cuando transcurrieron unos dos meses le dije que debía comprarse un elemento de percusión, una pandereta, para unos ejercicios rítmicos que le había dado. En la semana fue a una casa de música, vio un piano de cola nuevo y se lo compró. Cuando se encontró con que tenia dos pianos me dice que no sabía que hacer, le tiré la opción de venderlo y me dijo que no quería venderlo, que lo quería donar. Entonces me preguntó si sabía de algún amigo que le interesara, pero esa opción no apareció, después se lo iba a dar en préstamo a un hotel para un ciclo de jazz, pasó el tiempo y bueno, cuando le comento lo que estaba ocurriendo en mi ciudad, con la movida encabezada por un amigo iba a realizar un concierto para recaudar dinero y comprar un piano, me dijo sin dudarlo: «se lo doy yo, se lo regalo. ¡Es de ellos, ya está!». De inmediato lo llamé a Leandro para comentarle, obviamente empezó a «saltar en una pata», no lo podía creer. Se pidió un presupuesto para moverlo, pidieron mucha plata, se habló con Brinatti y sin dudarlo se sumó a esta propuesta para transportarlo hasta General Pico sin cobrar un peso. Otro gesto digno de destacar.
«Para la gente del Instituto fue motivo de una enorme alegría»
Mulatero es Profesor Superior de Música con especialidad en piano, y durante su actividad artística se ha presentado en diferentes salas y teatros de nuestra provincia, como también del interior del país. «Cuando Mariano me habla por primera vez de la posibilidad de que un alumno donara el piano de cola fue una sorpresa muy grande, hubo en mí un poco de descreimiento también de que alguien tuviera una actitud así. Para la gente del Instituto fue motivo de enorme alegría, un logro, un deseo consumado de poder contar con más instrumentos que permita de esa manera oxigenar las clases. Había tres pianos pero uno de ellos muy viejito, no se lo podía rescatar ni restaurar. Ahora los alumnos podrán disfrutar de eso porque nos permite pensar en realizar muchas movidas, ciclos. Todos aquí pusieron algo de su parte, el Centro de Estudiantes el dinero para el traslado dentro de Buenos Aires, la empresa Brinatti se adhirió y sin costo alguno trajo el piano hasta nuestra ciudad, un profesor se encargará de afinarlo sin costo también», comentó el músico.
Consultado por las características de los dos pianos que se sumaron al plantel existente en el ISBA, Mulatero hizo una reseña de ambos. «El piano donado es francés, un Erard de 1936, con dos pedales y 88 notas, algo importante esa diferencia con respecto a los de 85, esas tres notas bien agudas permiten usarse en obras muy específicas. Lo único que se le hará es una afinación, el teclado está muy parejo en cuanto al toque, es decir, tiene una resistencia igual en todo el teclado. La madera presenta un lustre excepcional, y vino con la banqueta y la funda. En cuanto al piano que se adquirió, no se pudo recaudar mucho con el evento por lo que estábamos sujetos a ese presupuesto y bueno, salí a ver aquí tres pianos que estaban a la venta, y se dio con el primero de ellos. Es alemán, marca F.Geissler Zeitz, también perteneciente a la década del 30, vertical y de 88 notas, y en este caso tiene tres pedales, el del medio es una sordina que se usa generalmente para no fastidiar a los vecinos…(risas) También se muestra afinado y solo necesitamos hacerle unos ajustes técnicos. Será el piano que utilizaremos para dar clases. El mueble está impecable y fue vendido con el taburete.
– Además el instrumento que llegó desde Buenos Aires tiene como valor agregado el trabajo de un artista reconocido como Fernando Donati…
– Exactamente, Donati es amigo de Paco y la intervención fue en el lado interno de la tapa, a la usanza de lo que sucedía en los siglos 18 y 19, cuando eran todos decorados. Se puede admirar cuando uno la abre. Este instrumento había sido comprado en su momento en muy mal estado, lo restauraron y Rodríguez Villar lo hace intervenir, de alguna manera le pone su alma. En su casa se realizan permanentemente tertulias musicales, concurre mucha gente y además de tocar él, ese piano lo compartió con muchas personas. Digamos que está en su ser el compartir.