Ángela Irene y su compromiso: cantar

Estará pisando un escenario que es parte fundamental de su camino artístico. Como la génesis de todo lo que vino después. Cosquín significa un mojón decisivo. A 40 años de su primera vez, y de su noche consagratoria, en el verano de 1977, la intérprete pampeana Ángela Irene volverá a desandar una vez más ese recorrido para vincularse con el público. Dueña de una voz inconmensurable, y de una marcada personalidad arriba de un escenario lo que, junto a su buen gusto, y el haber seleccionado siempre un repertorio exquisito, surgen como rasgos distintivos que sirven para instalarla en ese sitial de honor ocupado por las más importantes intérpretes de la música de raíz folclórica que produjo nuestro país.
La nueva presentación en la gran plaza Próspero Molina de la cantora nacida en la ciudad de General Pico como Ángela Irene Gola -un buen día su madrina artística Mercedes Sosa la bautizó Ángela Irene y así se hizo conocer en la escena, ganando respeto y reconocimiento con el transcurrir de los años-, tendrá lugar el domingo 29 del corriente mes, cuando reciba así un merecido homenaje producto de la celebración de esas cuatro décadas. Una admiración que no tiene vencimiento. Esa noche estará compartiendo la grilla de la última luna coscoína junto a Victor Heredia, Los Nocheros y Peteco Carabajal, entre otros.
En su página de Facebook escribió lo siguiente cuando el 2017 comenzaba a dar sus primeros pasos: «Un año nuevo ha comenzado para mi. Y con él, regresa la música. Los que me conocen saben que el 2016 fue uno de los años más duros de mi vida. Por eso, decidí que no tenía sentido seguir cantando como si nada me pasara. Si yo no estoy entera, mal puedo pararme en un escenario para entregarme a la magia de encontrarnos y disfrutar. Por eso espero con ilusión el 29 de enero, para ir a festejar a Cosquín, 40 años después de aquella primera vez, con la emoción a flor de piel y ese eterno temblor en las piernas, que aún así me mantuvieron firme cumpliendo un sueño impensado. Ganar el Festival de la canción de Cosquín, que en aquellos tiempos tenía un lugar en cada una las nueve lunas del Festival mayor y te daba una proyección inmediata al país. ¡Y no se televisaba!!. Por eso estoy preparándome desde ahora, con una sonrisa emocionada y el recuerdo de todos los grandes con quienes compartí ese escenario».
En Cosquín ganó sumando el veredicto del jurado técnico y el popular, con la canción Cruz de quebracho, de Francisco Barra y Miguel Angel Gutiérrez. La instancia del voto del público se inauguró en esa edición de 1977 a través de de un aplausómetro, un medidor de decibeles para identificar la canción más aplaudida. Se trató de una primera instancia del concurso, que luego sería validada por el jurado mediante una votación para elegir entre las canciones una ganadora. Para ese festival de hace 40 años se presentaron más de 30 canciones, y tres de ellas resultaron seleccionadas para la final: Cruz de quebracho; Es blanca la madre mía (Paglia y Castillo); y Bombo de palo viejo (Paeta y Di Fulvio). Cruz de quebracho interpretada por Ángela Irene registró 12 puntos en el aplausómetro.
Cruz de quebracho era una zamba inédita, de forma tradicional. Su primera grabación se hizo inmediatamente después del Festival por el sello Philips en un simple. En un artículo de la revista Afuera podemos leer: «La poesía es un relato en tercera persona, de la muerte de un personaje típico de la zona. Un trabajador cuyas manos son testimonio del esfuerzo físico que implicó el trabajo. Se trata de una muerte tranquila y silenciosa, compañada, que refleja también una vida tranquila y silenciosa».

Gaspar tenía la vida

Grabada a fuego en las manos

Dos cicatrices de tiempo

Sobre su pecho cansado

Los que lo vieron morirse

Dicen que se fue apagando

Con una estrella en los ojos

Y una sonrisa en los labios

Cuentan telares de historia

Los que estában a su lado

Que cuando se iba muriendo

Miró orgulloso sus manos

Y las cruzó sobre el pecho

Como una cruz de quebracho

Gaspar se metió en la muerte

Como en un río despacio

Y se tapó el corazón

Con dos mortajas de barro

Gaspar se rindió una tarde

Lo tumbó una parva de años

Y así como fue en la vida

Se hizo silencio en el campo

Ángela Irene viene entregando desde hace más de cuatro décadas pura calidad interpretativa, en salas mayores, festivales o en peñas locales. Sus comienzos fueron a los 12 años, con la Orquesta Los Diablos, y durante un buen tiempo animó con su voz distintos carnavales realizados en nuestra ciudad.
Con el madrinazgo artístico de la Negra Sosa, se instaló en Buenos Aires en 1975 y dos años después se consagró en Cosquín. Fue su pasaporte a la popularidad. Con Cruz de quebracho y la canción Pueblos tristes, del venezolano Otilio Galíndez, grabó un simple. Cuando conoce a Ariel Ramírez, el maestro santafesino se convertiría en uno de los motores decisivos en ese comienzo de su carrera. La unió una relación amistosa y profesional, y será Ramírez quien la acompañará en su primer disco de larga duración. En esa placa se destacan las versiones del chamamé Santafesino de veras y de la zamba Volveré siempre a San Juan.
En el ’82 editó el disco La cantora de Yala, nombre de la zamba de Castilla y Cuchi Leguizamón, lógicamente interpretada por la pampeana. Se trata de un material predilecto para los difusores y los cultores de la música, el que incluye también La tonada jamás morirá, compuesta especialmente por Oscar Valles y Ernesto Villavicencio. Junto a dos notables de la música, como el pianista Eduardo Lagos y el bombisto Domingo Cura, recorrió el país en varias giras con el espectáculo Así nos gusta. A mediados de la década del ochenta ideó el espectáculo Canción de caminantes, que realizó junto a Cura, Zamba Quipildor, Cacho Tirao y el cantante de tangos Chiqui Pereyra.
Invitada por Mercedes Sosa, cantaron juntas en Cosquín ’84, acompañadas por Ariel Ramírez. Junto a la cantora Marián Farías Gómez presentó en los años noventa la obra conceptual Mujeres argentinas, de Ramírez y Félix Luna. Su tercer trabajo discográfico fue Angela Irene, en 1995, donde se destacan las versiones de la chacarera Cachilo dormido, de Atahualpa Yupanqui, y la zamba Jujuy mujer.
En 2002, Ángela Irene actuó junto a Pedro Aznar en el Teatro Ateneo de Buenos Aires, cantando la Zamba del carnaval. Estos conciertos se grabaron en directo para el disco de Pedro, y para su emisión por Canal á para toda Latinoamérica. En 2006 creó el espectáculo Cantoras del Alto Sol cuya idea conceptual se basó en la energía de nuestros respectivos soles provincianos, y la esencia de cada uno de ellos. La cantora volvió al ruedo del mercado discográfico en 2008 con Soy, rodeándose de grandes amigos como Luis Salinas, Raúl Carnota, Alberto Rojo, Eduardo Spinassi, Lalo Romero, Pedro Aznar o Domingo Cura. Entre 2009 y 2011 retomó el espectáculo Cantoras del Alto Sol, en esta ocasión junto a las voces de la mendocina Mónica Abraham y la riojana La Bruja Salguero.
La artista ha colaborado en grabaciones con músicos de distintos géneros. Una de sus últimas incursiones fue para el disco De agua y laurel, de la cantante madrileña Olga Román. Y su voz aparece interpretando Crisantemo en Raíz Spinetta, el álbum triple en el que Mauro Torres y Néstor Díaz se propusieron reunir 53 canciones del Flaco en versiones que contuvieran “algún aire o rítmica vinculada con el género folclórico”. En 2015 ganó el Premio Gardel como Mejor Álbum Conceptual. En pocos días expondrá la maduración artística que impuso. Y toda esa fuerza interpretativa que lo puede.

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Autor

Raúl Bertone