Contracultura itinerante que se sentía libre

Hoy no hay más vagabundos. Ahora se los llama marginados. Se los ve consumidos por el alcohol, la droga y por una sociedad sin piedad que los destruyó en su totalidad. No mueren bajo los árboles sino con los labios rozando el sucio asfalto sembrado de esa mierda consumista del presente. Algo pasa, pero ese algo queda ahí, en la calle. El desamparo que se hace violento, el contexto socieconómico forjado por nuestros gobernantes, la mayoría sin la mínima lucidez mental, que ha ido señalando severos marcos de exclusión.
En la Argentina de los años veinte y treinta existió un masivo movimiento de vagabundos. Eran llamados ‘linyeras‘ (del italiano ‘linghere‘, bolsa donde ponían sus pocas cosas) o ‘crotos‘, porque fue el gobernador bonaerense de aquella época, José Camilo Croto, quien firmó en 1920 una resolución por la cual se dispuso que pudieran viajar gratuitamente en los vagones de carga de los trenes del ferrocarril Provincial los desocupados que iban a buscar trabajo a las cosechas.
Al principio la gente decía ‘ahí van los de Croto‘, lo que con el tiempo se transformó en ‘ahí van los crotos‘. Lo de ellos, al igual de lo que pasaba en Europa o Estados Unidos, fue una aventura muy bella. Caminantes que salían a recorrer caminos, dormían a la intemperie, trabajaban en las cosechas para ganarse el pan y proseguían su marcha. ‘La vida en los caminos no es para pedantes ni para rezongones‘ era el lema que utilizaba ‘El hermano de Straubing‘, periódico de los vagabundos aparecido en Baviera.
Los caminadores incansables de nuestros caminos hicieron propaganda por los ideales libertarios, ayudaron a fundar muchos sindicatos rurales con sus bibliotecas y conjuntos filodramáticos. Los policías bravas bonaerenses (cualquier relación con el hoy no es pura coincidencia) los martirizaban, pateándoles la comida cuando ya la tenían hecha en sus tarros vacíos de aceite, o acusándolos de crímenes que no habían cometido.
Esos recorredores de las pampas se fueron acabando a medida que retrocedió la idea anarquista entre los trabajadores argentinos. En Europa, quien más hizo para que los vagabundos fueran respetados por los poderes del Estado fue el poeta anarquista Erich Muhsam. En contra de Marx, que consideraba a los vagabundos un mero ‘lumpen proletariat‘, él tomó las ideas de Bakunin -que los tenía como ‘rebeldes de los sentidos‘-, y organizó el grupo Vagabundos, para que adhirieran a los caminantes y marcharan junto a los trabajadores por sus propias reinvindicaciones.
Pero los vagabundos no se mostraron interesados, querían seguir su destino, sin Dios ni amo ni luchas políticas. Eran ‘demasiado‘ anarquistas como para organizarse. Muchos intelectuales acompañaron con orgullo a esos errantes y publicaron sus vivencias más tarde. El genial novelista Máximo Gorki, Knut Hamsun, Max Holz o Sinclair Lewis. Tal vez el mejor testimonio sobre esa vida fue el poético libro de Hamsun ‘Días de vagabundo‘.

Foto: Pablo Rivero Maldonado.

Foto: Pablo Rivero Maldonado.

Osvaldo Baigorria escribió en su libro ‘En la Pampa y la Vía‘: ‘monarcas de los caminos del ferrocarril, los crotos de aquellos años fueron una especie de élite de los márgenes, una contracultura itinerante que se sentía libre, fluida y flexible frente al poder, el patrón y la policía. Sus vidas fueron la propaganda en actos, la puesta en escena de lo que otros escribirían, como señaló el dramaturgo González Pacheco en los años veinte‘. Este lo conceptuó así: ‘es el bohemio de la ciudad trasladado al campo. El mismo tipo romancesco y belicoso. El mismo hombre libertario por esencia, de pie al margen de las vías, como el otro de pie al margen de las sanciones burguesas‘.
Había crotos fugitivos de la ley, la familia y el sistema salarial. Crotos que vendían baratijas, bijouteríe de la época. Crotos que, cuando envejecían, se compraban un carrito y un caballo para realizar ese reciclaje primitivo que fue el cirujeo. Crotos militantes, con la bolsita cargada de libros, volantes o periódicos anarquistas que llevaban a los rincones más alejados del país. Crotos que se instalaban como maestros del pueblo -sin título-, para alfabetizar a los peones rurales.
Claro que también estaban los crotos filósofos, que añadían a las lecturas de Malatesta, Kropotkin, Bakunin, Faure, Fabbri, Reclus o Ferrer, los libros de José Ingenieros, Gorki, Tolstoi, Stirner, Nietzche o Schopenhauer, además del casi olvidado Mikhail de Panait Istrati. Freud define el estatuto del sujeto social no a partir de la agregación o del número, sino de los efectos en el sujeto producidos por su inclusión en una masa, caracterizada por dos tipos de lazos, libidinales o identificatorios. Asimismo Freud enuncia que el acceso a lo simbólico y la adquisición de los valores de la civilización se efectúa a costa de una renuncia pulsional.
Nuestro presente no ofrece aquel movimiento de quienes, decepcionados por el sistema, prefirieron convertirse en románticos soñadores de los caminos. Anarquistas, contestatarios. Ellos estaban en la vía, pero de manera diferente. Los casos de hoy comparten la causalidad del linyera, pero se diferencia mucho al vagabundo o croto. Dejaron de vagar. Están detenidos en medio de todos. La impronta visual del desamparo, esos cuerpos agrietados, las escenas repetidas de deterioro psicofísico, la violencia de la imagen sólo puede desenmascararse por debajo del crecimiento en la acumulación de objetos en los lugares donde se asientan. El sujeto se pierde entre ese cúmulo de cosas pero se hace visible. No habla, no pide, pero se hace ver.

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Autor

Raúl Bertone