Soñando un sueño tan misterioso como resistente

Fue un apóstol de lo absoluto. Disfrutó de la pintura y también de la música, no desconocía tampoco los encantos de la frivolidad: las infinitas variantes de lo cotidiano y de lo efímero se le revelaron como una materia poética inagotable. Hay un momento mítico en que un poeta se hace poeta. Para Mallarmé ese momento es su encuentro con “Las flores del mal”: “Fue como una posesión, algo que me volvió loco”, cuenta el futuro autor de “Un golpe de dados”.
Casi naturalmente, la obra de Baudelaire lo conduce a Poe, y se propone aprender inglés para traducir sus poemas. Todavía no sabe que durante treinta años la enseñanza del inglés será su único medio de ganarse la vida. Comenzó a publicar con seudónimos femeninos en una revista que respondía al sugestivo nombre de La Derniére Mode. El retrato del artista como cronista mundano, crítico teatral, estilista, gastrónomo o coreógrafo se despliega así en un verdadero travestismo literario a través de sus múltiples seudónimos: Marguerite de Ponty, Miss Satin, Zizi…
Mallarmé dedicó su vida a la literatura, pero siempre estuvo rodeado de amigos, como Degas o Monet, a quienes conoce en el café Gerbais de París, el escenario que necesitaba para transmitir la inspiración de la estructura poética pura. Una vida que disipó el prejuicio de que la alta poesía necesita para su elaboración de un confinamiento solitario y solipsista, especialmente en aquel que pensó que el deber del poeta era nada menos que “la explicación órfica de la Tierra ”.
La visión global de la Gran Obra, su sueño, no se le presentó inmediatamente. Al principio, el joven Stephane escribió sus sonetos, de una perfección casi clásica, intentando alcanzar el misterio de la Belleza. Sólo más tarde, y como resultado de una profunda crisis elabora su condensada sintaxis personal y declara su amor por la infinita complejidad del lenguaje: “Yo no soy oscuro, soy la causa profunda del lenguaje” dice, respondiendo a los críticos que lo definían como hermético.
El francés resume como nadie la búsqueda de una Obra, de una totalidad que busca desplegarse a lo largo de una vida. No es un fracaso que los lectores de hoy lean a Mallarmé de un modo diferente. Ante el lector se extiende una sucesión de fragmentos como si se tratara de piedras de diferentes formas, pesos y colores. Forman un camino, es cierto, pero se puede tomar una sola de esas piedras y atesorarlas. “Un golpe de dados” o “Igitur” son piedras de un tamaño mayor arrojadas al cielo de la armonía para desatar la tempestad de la poesía moderna.
Un hombre que soñó un sueño tan misterioso como resistente, tan invisible como firme. Lo dice el propio Mallarmé cuando da una conferencia en homenaje a Villiers de I’Isle-Adam con motivo de su muerte y se presenta con las conocidas palabras: “Un hombre habituado al sueño viene a hablar aquí de otro que está muerto”. El destino de la obra, al igual que el sueño, es ser inconclusa e interminable.

Ofrendas a diversos del fauno, de La siesta de un fauno

«El fauno soñaría himen y casto anillo sin las ninfas del bosque ni siquiera escuchar en es salón recoleto cuando el piano de cola idéntico a tu ingenio, pasa del grave al tierno. ¡Feo fauno! como pasa por los bosquecillos un tren que silba lo que, quedo, el caramillo suspira. ¿Irás, por exceso de llama, a pedir esta cuarteta torpe para acallarla? o, si él la dijera, peor aún. Ese fauno, si te tuviese sentada en una arboleda no se dedicaría a inflar su flauta indecisa con la turbación dispersa de sus viejos pasos. Fauno, que en un claro del bosque te deslizas mientras duermes con cuatro versos agradece a Dujardin tu hermano normando. Fauno, si adoptas un atuendo simple como el de las enredaderas Dujardin y yo, no póstumamente te popularizaremos.»

La tumba de Edgar Poe

Tal como al fin el tiempo lo transforma en sí mismo,
el poeta despierta con su desnuda espada
a su edad que no supo descubrir, espantada,
que la muerte inundaba su extraña voz de abismo.

Vio la hidra del vulgo, con un vil paroxismo,
que en él la antigua lengua nació purificada,
creyendo que él bebía esa magia encantada
en la onda vergonzosa de un oscuro exorcismo.

Si, hostiles alas nubes y al suelo que lo roe,
bajo-relieve suyo no esculpe nuestra mente
para adornar la tumba deslumbrante de Poe,

que, como bloque intacto de un cataclismo oscuro,
este granito al menos detenga eternamente
los negros vuelos que alce el Blasfemo futuro.

Las cuatro estaciones

1. Resurgir

Primavera enfermiza tristemente ha expulsado
Al invierno, estación de arte sereno, lúcido,
Y, en mi ser presidido por la sangre sombría,
La impotencia se estira en un largo bostezo.

Unos blancos crepúsculos se entibian en mi cráneo
Que un cerco férreo ciñe como a una vieja tumba
Y triste, tras un sueño bello y etéreo, vago
Por campos do la inmensa savia se pavonea.

Luego caigo enervado de perfumes arbóreos,
Cavando con mi rostro una fosa a mi sueño,
Mordiendo el suelo cálido donde crecen las lilas,

Espero que, al hundirme, mi desgana se alce…
-Mientras, el Azur ríe sobre el seto y despierta
Tanto pájaro en flor que al sol gorgea-.

2. Tristeza de verano

El sol, sobre la arena, luchadora durmiente,
Calienta un baño lánguido en tu pelo de oro
Y, consumiendo incienso sobre tu hostil mejilla,
Con las lágrimas mezcla un brebaje amoroso.

De ese blanco flameo esa inmutable calma
Te ha hecho, triste, decir -oh, mis besos miedosos-:
«¡Nunca seremos una sola momia
Bajo el desierto antiguo y felices palmeras!»

¡Pero tu cabellera es un río tibio,
Donde ahogar sin temblores el alma obsesionante
Y encontrar esa Nada desconocida, tuya!

Yo probaré el afeite llorado por tus párpados,
Por ver si sabe dar al corazón que heriste
La insensibilidad del azur y las piedras.

3. Suspiro

Mi alma hacia tu frente donde sueña
Un otoño alfombrado de pecas, calma hermana,
Y hacia el errante cielo de tus ojos angélicos
Asciende, como en un melancólico parque,
Fiel, un surtidor blanco suspira hacia el azul.
-Hacia el Azur eternecido de octubre puro y pálido
Que mira en los estanques su languidez sin fin
Y deja, sobre el agua muerta do la salvaje
Agonía de las hojas yerra al viento y excava un frío surco,
Arrastrarse al sol gualda de un larguisimo rayo.

4. Invierno

¡El virgen, el vivaz y bello día de hoy
Da un aletazo ebrio va a desgarrarnos este
Lago duro olvidado que persigue debajo de la escarcha
El glaciar transparente de los vuelos no huidos!

Un cisne de otro tiempo se acuerda de que él es
Quien, aun sin esperanza, magnífico se libra
Por no haber cantado la región do vivir
Cuando ha esplendido el tedio del estéril inviemo.

Sacudirá su cuello entero esta blanca agonía
Por el espacio impuesto al ave que lo niega,
Mas no el horror del suelo que aprisiona al plumaje.

Fantasma que su puro destello a este lugar asigna,
Se aquieta en el ensueño helado del desprecio
Que entre su exilio inútil viste el Cisne.

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Autor

Raúl Bertone