Cuando Boogie nació, allá por el año 72, no se utilizaba la expresión políticamente correcto para trazar la línea divisoria entre lo que está bien y lo que está mal decir públicamente cuando se es un político, un intelectual o un artista. Sucede un tipo de cosa contradictoria con él. Tiene un magnetismo terrible, que actúa como catarsis de todas las cosas que entendemos que están mal. La ironía del personaje funciona desde ahí. Así como el trazo del genial Roberto Fontanarrosa engendró a un entrañable Inodoro Pereyra, concibió también a ese referente de historieta más políticamente incorrecto del humorismo nacional.
Boogie comenzó a publicarse como una parodia del cine y la novela negra. En ella se critica seriamente la mentalidad mercenaria. El humor negro supone una complicidad entre el autor y el receptor. Sus enemigos son la interpretación literal y la corrección política. Es el humor negro llevado al extremo sobre el homicidio, el asesinato, el racismo, el machismo, y el armamentismo, a través de la figura de un asesino sin corazón que parece sentir absoluto desprecio por todo y por todos. Ese terrible extremo al que es llevado es justamente lo que invierte el sentido y convierte, por lo desopilante, en cruda ingenuidad. No siempre interpretado de esta manera, motivo por el cual ha sido agraviado en algunos ámbitos.
¿Alguna perla negra del pensamiento vivo de Boogie El Aceitoso?. Cuando le preguntaron qué pensaba del asesinato de John Lennon, declaró: “Todavía faltan tres”. Reafirmando sus dichos con actos tales como pegarle a las mujeres, liquidar tipos que acababan de confesarle sus penas (sí, muchas veces Boggie mató por piedad) y disparar a los transeúntes desde la ventana de su departamento como simple hobby o descarga emocional.
Cierta vez el Negro Fontanarrosa contó que fue un guiño y un regalo para su amigo el dibujante y humorista Crist. Entre varios dibujos a tinta había uno que parodiaba a Clint Eastwood en Harry el Sucio. Nota: a Boogie no le gustan las películas de Harry el Sucio porque las considera simples películas de amor. Con el paso de los años, Boogie cambiaría su aspecto físico. Fue envejeciendo y, lo más interesante, madurando.
Después de esa primera aparición en Hortensia en los setenta, Boogie El Aceitoso pasaría por la revista Humor, después por Fierro, haría una breve aparición en La Maga y visitó las páginas dominicales de Rosario/12 a fines de los noventa. Tuvo una circulación más subterránea que Inodoro Pereyra (presencia insoslayable en medios masivos y casi convertido en una estampa-símbolo de la Argentina paupérrima, junto a su perro Mendieta). Pero, beneficiado por ser al fin y al cabo un mercenario trasnacional, llegaría al exterior.
Además de ser analizado desde la semiología, Boogie fue acosado por el psicoanálisis. Increíble pero real. El psicoanalista Juan Carlos Volnovich escribió sobre la interpretación del apodo de “el aceitoso” (“las cosas le resbalan, no le dejan marcas”, dijo) y con respecto a la contundencia de sus opiniones sobre las mujeres, los negros y los hippies, expresó que Boogie “despliega eso que los psicoanalistas conocemos bien: la honestidad del perverso”.
Cuando a Fontanarrosa se le preguntó si alguna vez lo quiso a Boogie, el Negro contestó sin dudar que sí. “Si no, no podría haberlo hecho. Yo digo que es la antítesis mía, o será que en un rincón del corazón yo querría tener esa impunidad, ese manejo de la violencia y esa capacidad física de Boogie. La pureza de los superhéroes siempre me hinchó las pelotas. Los villanos son mucho más atractivos. Y, si bien Boogie es inescrupuloso, también tiene un grado de sutileza”.
Poniendo toda la mira en las mujeres y los negros, defendiendo las peores causas, amando sus armas por encima de todas las cosas, así nació este mercenario que estuvo en Vietnam y en la contra nicaragüense, que fue guardaespaldas, matón y asesino a sueldo. Su encanto -según pudo comprobarse a lo largo del tiempo- reside en que podemos estar seguros de que jamás va a retractarse.
Boogie, un duro sin culpas
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