“Acariciando el suelo/todo se acaba de derrumbar/ya no te puedo ver/decime dónde estás”. “Shine”
Si Sokol abría la boca, era para cantar antieslóganes, en un esperanto a veces onomatopéyico y otras veces incomprensible. Nunca necesitaba hablar o aclarar nada sobre lo que él y su grupo producían en un disco o sobre las tablas. Sin hits radiales, contratos multinacionales, poses o glamour fotográfico, encontrando una forma de subsistir en el rock argentino. Su terquedad es lo que también lo hacía único. Artista sensible y vulnerable. Voz emotiva. Entonando melodías dulces. Ese frontman comunicativo, destartalado, simpático. Un carisma magnético solventado en su garra y su icónica sonrisa triste. Era el alma, la esencia, la bujía, el diferente. Auténtico.
El Bocha fue uno de los mejores alumnos de la Escuela de Mística de Prodan. Entró en la espiral tornado de Sumo viéndolo cantar a Luca. Esa banda que sonaba como un tren lanzado al vacío. Era así; no se podía hacer otra cosa que mirarlos de frente porque hipnotizaban. Esa suma de ruidos, de trompetas que convocaban al Averno, de guitarras que desgranaban electrizantes compases de armonías hirsutas que correspondían a otras latitudes, pero se admiraban y sentían en las opuestas por el magnetismo, la atracción y la magia singular de conductores como Prodan.
Sokol fue parte de esa experiencia increíble, de ser génesis de una banda de rock como nunca se había visto acá. Hasta que dijo basta. Tras la muerte del Pelado, se repartió con Daffunchio el sostén estético de Las Pelotas. Expandiendo su perfil de rock modernoclásico (after punk y reggae), con ese tono que oscilaba entre el histrionismo y la acidez. Entre tantos músicos revoloteando en la escena «chupándose las medias» entre ellos, el Bocha eligió el aislamiento como forma de trabajo. Las preguntas, los cuestionamientos más o menos existenciales, no fueron nunca una novedad en las letras de Sokol. Y muchas veces esas preguntas destilaban un costado más furioso, una actitud casi combativa.
‘Me defino como un viajador de la música, como un volador, como un libre. Aunque por momentos soy un pajarón‘, ironizó cierta vez apelando a la misma frescura con que abordó la música. En Las Pelotas, con su poesía y su alma, aportó mucho para urdir bellos albumes. Corderos en la noche, Máscaras de sal, Amor seco, La clave del éxito, ¿Para qué?, Todo por un polvo, Esperando el milagro, Show y Basta. El Quilmes Rock 08 fue su despedida de la banda.
‘Hacer música y divertirme‘. Su vocación plasmada como mentor de El Vuelto SA, poco tiempo después de abandonar Las Pelotas. Sokol quería recuperar la alegría rockera que parecía haber perdido en los últimos tiempos en el grupo del que fue parte esencial durante diecisiete años. Poco tiempo antes había dejado una frase que sintetizaba los reflejos del ánimo: ‘soy licenciado en depresión‘.
«Si supiera adónde ir/intentaría quedarme solo/para poder seguir/Llegar hasta la cima de todo/y sentirme vivo/llegar hasta la inmensidad‘. El Bocha se fue un 12 de enero de 2009. Dejando al rock nacional cada vez más inválido de lucidez. Estaba en Río Cuarto, esa tierra cordobesa que supo cobijarlo, esperando el bondi que lo llevara de nuevo a Capital. Pero el corazón se le retobó y le aconsejó se tomara el próximo hacia la libertad.
Fotos: César «Gallego» Bernal.
