Realicó y después…

abuelo raul

A mi abuelo Francisco – In memoriam (1887-1974).

Aquella tarde sus ojos se abrieron como nunca, a pesar del resplandor que despedía el aire. El viento se detuvo, mientras una cigarra rasgaba el silencio. No escapaba a la ilusión de ser. Como él, rostros que se paseaban por la aldea. Los dedos aferrando elementos para forjar la tierra, como si se tratara de empujar las puertas del cielo. Las miradas se cruzaban, tímidas. Voces opacas y graves que se detenían, remoloneando dulces ante la dicha futura. El desarraigo y la expectativa se transformaban en vértigos de dudas, de obligaciones, de fortuna y esfuerzo. La epopeya del afincamiento.
Se podía respirar la atmósfera solidaria. Italianos, sirios, gallegos. Una geografía y unos habitantes. El hedor del ganado, la pestilencia de la curtiembre, el agua estancada de las zanjas que ahora enrarecen el aire, que todavía es campo. Casas bajas, espaciadas. Frescas en el verano por las enredaderas. Calles de tierra. Veredas de tierra meadas por los perros. El sol avanzando sobre la mañana, quemando el rocío. Un joven Francisco cruzando el alambrado. Una brisa ligera acariciando los pajonales. Tres perdices levantando vuelo asustadas por un perro. Una hormiga, algo, le molestaba entre el empeine de un pie y el elástico de las alpargatas. Levantó una mano para acomodarse el pelo. Pensando que después de dos, tres meses, ese escenario sería parte de su historia cotidiana.
Es Realicó, ese lugar donde vivirá y crecerá su historia de campesino imaginando como será su nueva realidad. Es Realicó erigiéndose en poblado. Con su impronta. Y es Francisco ante los fuertes cruces, los cambios a procesar. Fondas, boliches, almacenes de ramos generales, los pequeños comercios, vendedores ambulantes, crotos, verduleros, chusmas, pitucos, obreros. Y la jerga criolla-inmigratoria danzando con los sonidos, el cocoliche. Cada uno con su estrategia de supervivencia en la dura, y a la vez, benefactora «pampa».
Amistad con el paisaje. Montando un tobiano hacia alguna parte de la llanura infinita. Campos sembrados. Días en los que el calor tendrá vibraciones sonoras, días en los que el cielo se mostrará inflamado como si se hubiera convertido en alcohol.
El abuelo ahora me mira desde una fotografía. La imagen de venerable anciano de pelo plateado adorna mi escritorio. Los ojos entornados como tratando de recuperar ese instante luminoso.

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Autor

Raúl Bertone