«Es un constante aprendizaje de todo aquello que se fue olvidando»

Fotografía: Pablo Rivero Maldonado

Hay una reinvindicación. Las lenguas nativas fueron siempre reprimidas como lo fueron los pueblos que las usaron para comunicarse, y ese un proceso que está cambiando. Muchos de los descendientes las aprendieron de grandes y otros desde el vientre materno, y hoy estas lenguas están vivas, se hablan y son la expresión de nuestra América. Lenguas originarias que son dinámicas, ricas y evolucionan como cualquier otra.
La idea general de verlas no como un idioma, sino como un dialecto, ha menospreciado el significado de este elemento cultural fundamental. Lo primero que se debe hacer para salvarlas es acabar con la discriminación, además de luchar contra los prejuicios. En ese sentido, la lengua ranquel, que estaba considerada casi extinta, lucha por sobrevivir como dialecto del mapudungun, el idioma hablado por los mapuches.
Javier Villalba es un músico pampeano con una cosmovisión que está marcada por el uso de dos idiomas en constante tensión: el castellano y el ranquel, que van tallando los temas y las letras de sus canciones. Y en esa búsqueda permanente de vínculos con una descendencia que proviene de su sangre materna, defiende la lengua, la hace viva, promoviéndola y usándola.
El escritor maya Jaime Novelo escribió cierta vez la frase “Con el corazón alegre, pero lagrimando”, y en ese sentido Villalba insiste desde su lugar con la tarea de intentar derribar con ese multiculturalismo light, donde las culturas originarias están guardadas. Entiende que no son pasado. Son el presente.
Villalba se presentó días atrás en el Auditorio de MEDANO, en nuestra ciudad, mostrando su último trabajo llamado Iñ Ruka, que contiene canciones en lengua ranquel. Se trata del tercer disco editado por el músico pampeano luego de las grabaciones de Llegar (2000) y A dedo (2011), y en el mismo participó su banda Sin Mecenas, con el aporte de Lía Hernández (piano), Tobías Pignol (violín), Mercedes Guardia (kultrun), Nahuel Coria (trutruca), Federico Camiletti (secuencias y piano), y Sergio De Matteo (recitado).
“Desde el punto de vista artístico lo que sucedió en MEDANO fue mucho más de lo que esperábamos. Compartimos escenario con gente amiga como son los integrantes del Coro Municipal, José María Michelis, a quien conocí en un corte de ruta en Santa Isabel, y con Majo Canuhé. Pasó algo mágico, donde terminamos cantando todos juntos dos canciones del disco, fue como un regalo” contó Javier sobre la noche piquense.

– ¿De qué forma se fue gestando tu acercamiento a la cultura ranquelina?
– Yo soy descendiente por parte de mi madre pero estaba esa cuestión de que “en casa eso no se habla”. El apellido de mi mamá era Videla, nosotros vivimos en distintas partes del país por el laburo de mi viejo, que estaba en una empresa que construía rutas, y cuando me llevaba a la escuela para anotarme le preguntaban el apellido, ella decía Villalba, le volvían a preguntar por el apellido de soltera y cuando respondía Videla, se le quedaban mirando. No sé si a ella le interesaba, pero no le surgían las ganas de contarme o transmitirme ese sentimiento. Cuando enfermó hace unos cinco años empecé a buscar sobre mis raíces, sabía que mi abuela había vivido en la estancia La Holanda. Hay una canción que habla de esa sensación de quedarme casi sin familia ante la muerte de mis padres por lo que comencé a indagar, a buscar, fue como un quiebre esa cuestión. Me acerqué a las comunidades originarias tratando de encontrar esas respuestas que mi vieja nunca me había dado, y ahora siento como que me adoptaron, que tengo una nueva familia. Todo lo que tiene que ver con el conocimiento del cuidado de la tierra, lo ancestral y principalmente lo referido a la lengua ranquel. Quizás fui por ese lado por una cuestión musical, además de tratar de rescatarla desde mi lugar como docente. Es un constante aprendizaje de todo aquello que se fue olvidando.

– En tu último disco se expresa claramente ese mayor acercamiento a la lengua ranquel ¿Iñ Ruka es una obra conceptual?
– Sin querer se fue gestando en mi casa, ahí comencé a grabarlo, y por eso se llama Iñ Ruka. Notaba que algunas cuestiones técnicas no estaban bien definidas, como el sonido o la dicción de las palabras en lengua ranquel, por lo que esperé casi un año, ese fue el tiempo que estuvo guardado en mi computadora. Cuando cantaba las canciones en las reuniones de la comunidad lograba una recepción que me permitía pensar que estábamos haciendo algo muy valorable, fue entonces que pensé que era momento de encarar el proyecto de otra manera y fue así que cuando tuve todo el material lo terminé de grabar en otros dos estudios de Toay y Santa Rosa. Te diría que es una obra conceptual desde el punto de vista del rescate de la lengua, no sé si tanto desde la música que tiene más que ver con lo contemporáneo y la fusión de distintos ritmos. El disco arranca con un tema muy rockero, sigue con una chacarera, continúa con un loncomeo y cierra con una canción pop.Y en el medio te encontrás con un canto sagrado, Mariquew, que es el recuerdo de un lonko ranquel en el que intervienen el kultrun, la trutruca y la voz. La melodía es un lamento. Creo que desde ese punto sí es conceptual, tiene como un hilo conductor tanto en las historias como en el rescate de la lengua. De las quince canciones, ocho están fusionadas.

– ¿Cómo es componer en lengua ranquel teniendo en cuenta que no existen registros de cantos ancestrales?
– Lo hablamos siempre con Majo (Canuhé) y en ese sentido tengo una opinión formada muy personal de cómo se cantaba. No hay nada registrado, solo Estanislao Zeballos hizo algunos apuntes en su libro. El historiador Ernesto Del Viso nos contó que la canción La rendición de Manuel, de Julio Domínguez «El Bardino», tiene en su estribillo la misma melodía que había anotado Zeballos, esa parte que dice “no puede ser, no debe ser…”. Del Viso le preguntó a Domínguez si sabía de eso y le respondió que lo desconocía totalmente. Cuando El Bardino escribió esa canción hubo una conexión. Pienso que si no hubiese existido esa masacre y la cultura ranquel hubiese permanecido en el tiempo, sin ser acallada, hoy cantarían de esta manera. Por ahí no faltó quien se arrimó y me lanzó “bueno, pero así no cantan los ranqueles”, a lo que pregunté “bueno, entonces ¿cómo cantaban…?”, y nadie puede responderlo, no se sabe. Si bien en su momento los nativos cantaban pidiendo por lluvia, y eran algunas pocas palabras y dos sonidos, hoy escribimos de otra manera debido a que existe otro pensamiento y estamos contaminados de tanta cosa.

– Lo ecológico, los silencios, el amor, las ausencias, son algunos de los temas que surgen en tu atmósfera creativa…
– Son temáticas que me vienen acompañando, algunas de ellas ya estaban en el disco anterior, en un momento donde venía de una separación, estaba como docente en Puelches, estaban mis hijos y también un nuevo amor. Y, claro, los ríos. Sigo hablando de lo mismo en este último trabajo, desde otro lugar, y con el plus de la ausencia de mi madre. Algo que he pensado mucho también es que el cantar en la lengua me ha facilitado incluso fonéticamente para algunas melodías, y para expresar sentimientos, poder decir ñuke pewkallal (mamá, hasta siempre) en una canción. Desde el disco anterior pasaron casi cinco años y muchas cosas, como el nacimiento de otra hija, todo fue marcando a la hora de escribir.

– ¿Y cuánta más diferencia trazás con el disco Llegar, surgido hace quince años?
– Ese fue mi primer acercamiento a la grabación en estudio. Cuando era pibe me instalaba en la pieza y me grababa con la cassettera, y hasta me metía en los roperos para lograr mayor acústica. Llegar coincidió con la llegada de mi primer hijo, y tenía necesidad de contar esa alegría, y lógicamente esos miedos que me ganaban en ese momento por todo lo que significa ser padre. El disco se iba a llamar Llegar a 2000 y finalmente se llamó Llegar, sucedió que antes me ganó de mano Rodrigo con el nombre…(risas) Un poco que reniego de ese trabajo, es muy amateur desde mi punto de vista aunque la grabación está bien hecha, yo no tenía tantos conocimientos musicales y bueno, salió lo que yo era en ese momento, con esas canciones más cercanas al rock. Después de ese disco estuve en dos bandas que armamos y una de ellas, El Rito, sigue tocando. Cuando ingreso en el profesorado de música, mi acercamiento estuvo dirigido a recuperar un poco lo que había aprendido cuando era chico y vivía en el norte del país, en Catamarca y La Rioja. Arranqué con la guitarra tocando huaynos y chacaceras. Me gustan las dos cosas, me siento cómodo tanto con el rock como con el folklore. Lo que sí puedo decirte es que no soy “peñero”, no toco en peñas y de hecho me costaría muchísimo, me han mirado raro algunas veces. Puede ser rock, folklore o lo que quieras, lo importante es que se entienda lo que uno quiera transmitir.

– En tus talleres de música exponés instrumentos autóctonos construídos con materiales reciclados ¿cómo te sentís en la actividad docente?
– Este año sucedió que seguí con los lineamientos curriculares y dentro de eso se encuentra la música autóctona. Hubo un despertar en mí, como que sigo aprendiendo a tocar la trutruca, y me decidí por empezar a acercar esos instrumentos también a los chicos. Trabajamos con flauta dulce, sikus, quenas y también con los de nuestra tierra como el kultrum, el ñorquin o la pifilca. Y empezamos a tocarlos. Por ejemplo, en la Escuela N° 5 de Toay, como parte de un proyecto que presentamos a principios de año, grabamos un disco en vivo con los chicos y que va a salir en noviembre. Contiene canciones propias y otras versiones. La canción que abre el disco es una composición que hicimos con los alumnos de primer grado que se llama Yo soy un pequeño niño y ellos tocan instrumentos autóctonos. Es algo que los atrae mucho, tal vez tiene que ver con la sonoridad o que quizás no lo ven en otros lados. Pasan cosas muy lindas dentro del aula. Pienso que ese es también el rol de la escuela, de mostrar lo que no ven habitualmente en la televisión.

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Autor

Raúl Bertone