Hierro con carnadura

«El paso del tren representa el tiempo que las locomotoras van dividiendo en forma implacable en el pueblo natal que atraviesan por la mitad. Alguna vez correrá un último tren, pensaba yo, cuál será ese último tren, así como tantas veces pienso quién pronunciará por última vez mi nombre, quién leerá por última vez un poema mío» escribe el inmenso poeta chileno Jorge Teillier en Los trenes de la noche. El universo ferroviario no es sólo una pátina de lo urbano. Ese singular cariño y compromiso floreció, se perpetuó en diferentes escenarios del país. La red ferroviaria argentina llegó a ser una de las más grandes del mundo, y la octava más extensa del planeta. Y en ese mapa donde las vías fueron el paisaje se cobijaron miles de historias. Hasta que un traidor llamado Menem le dio el tiro de gracia a los ramales que quedaban, produciendo una llaga en el alma de tantos ferroviarios que un día se quedaron sin vías.
La historia de Oscar Zanotti Mieli es la historia de un hombre que amasó una vida digna de contar. Atrapado por ese verdadero espíritu ferroviario fue parte de esa legión que acompañó el tendido de los ramales en los lugares más inhóspitos del territorio nacional. Ese fue su campo florecido de ilusiones. Construyendo patria. Estableciendo una relación biunívoca vital. Hierro con carnadura. Zanotti Mieli tuvo incorporado a su ser ese inmenso objeto metálico en movimiento llamado tren. Fue de su pertenencia, no como una propiedad privada, sino porque estuvo contenido por el ferrocarril. Todas esas sensaciones fueron divulgadas por sus hijos Oscar, Lilia y Fernando Zanotti Carriquiry en el libro Nuestro padre, ferroviario. Ellos sintieron la necesidad de transmitirlas desde un profundo amor filial. Porque son almacenamientos de vida.
Si la zorra no andaba, la zorra se reparaba. Si el durmiente se estaba partiendo, se reemplazaba. Si la junta estaba muy golpeada, se nivelaba. Trabajadores trashumantes montados sobre nuestra geografía. Leer este libro es como escuchar hablar a quienes concentraron su vida en el riel, con tanto sentimiento y pasión. Y leer esas pasiones despertadas y las visicitudes sufridas no puede otra cosa que provocar revoltijos en las tripas cuando uno piensa en ese triste y solitario final de tantos ramales desperdigados por todos los rincones de nuestro mapa. Instalándose la sensación de que los trenes tienen corazón.

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Autor

Raúl Bertone