Su voz parece de otro tiempo. Una voz honda. Y en el permanente transitar por las orillas, las verdades que escupe a través del potente lenguaje de su canto. Esa arcaica especie gauchesca de crónica social aplicada a lo urgente. La única compañía de su guitarra enmarcando esa figura parecida a un patriarca de los de antes, con su pelo y larga barba espesa totalmente blancos. Larralde está más allá de modas pasajeras o campañas de publicidad. Guitarrero que se colocó al margen del mercado y caminó en soledad. Alimentando un mito. Pisa cualquier escenario del país como si se moviera en otra frecuencia. A todas luces más elevada que la del resto de los mortales. Vive de ese ida y vuelta genunino con el público, pero aún así impone naturalmente su estampa de indomable. Del que no le gusta hacer de bufón. Y en su mundo no hay medias tintas. Están los que tienen para comer y los que no. En esa polaridad abrevan muchos de sus versos. Doblando el lomo pa’ que otros doblen los bienes lanza certero en Garzas viajeras. Las verdades de un hombre de campo. Entonces aparece el paisaje –Hablan de pampa sin eco, cosa que no conocí-, la denuncia social –No se entienden razones, por muy sensatas, cuando el frío te yela y andás en patas-, o la vida misma –Hijo pa’ dar el brazo, guacho pa’ recibirlo-. El cantor decidor y un mensaje vigente. Con su verba inflamada, y a veces tierna, y el poema como resumen de sus núcleos temáticos, de su conmovedora escritura, sigue teniendo cosas para decir cuando canta. Y no necesita hacer de gaucho. Su espíritu está forjado por esa geografía donde el hombre de pocas palabras y muchos silencios mira el horizonte y solo puede ver eso: el horizonte.
Decidor de palabras que abren llagas
Compartir