Se dijo que la poesía de Verlaine es “soluble en el aire”, basada en transposiciones del dominio de los sentimientos al de las impresiones y las sensaciones; se llega a explicar así su lirismo confidencial que no buscó “el color sino el matiz”, con aquellas palabras elegidas por su sonoridad discreta y reprimida tal como en los temas musicales, todo dentro de una atmósfera de intimidad y delicadeza, donde el poeta parece desafiar inclusive reproches que se le harían en el futuro.
A pesar de que los códigos morales son hoy más permisivos que en la época de Verlaine, no deja de seguir atrayendo la relación entre una vida desordenada y la más alta poesía que, por cierto, ha sido interesante para psicólogos, psicoanalistas y médicos psiquiatras, que continúan tratando de encontrar el punto oculto del giro del pivote que pueda explicar una aparente contradicción. Una vida tan cargada de situaciones al margen de cuanto la sociedad de su época pudo tolerar, la verdad debe ser dicha, no cerraba con esa obra de un alto genio poético, caracterizada por añadidura por la fusión de una atmósfera de nostalgia, sutil y tierna, con una escritura que busca las palabras con una musicalidad insuperable.
La noción de poeta maldito que fue interpretada de distintas maneras: hubo quienes pensaron que, al abrazar la fe católica, reconocía así su propia maldición y confesaba su naturaleza francamente pecaminosa, pero los más opinaron que con esto reivindicaba con orgullo su propia maldición como signo de la auténtica condición poética. Ese arte atormentado alcanza en “Romances sans paroles” su más alta expresión. Un poemario que refleja dos años de crisis y de conflictos interiores, donde la poesía se convierte en canto porque las palabras pierden su significación conceptual para quedarse en su valor musical. La melodía del verso pasa a ocupar en esa obra el lugar de privilegio. Lenguaje simple, coloquial, común.
El crítico francés Jacques Borel ha dicho que la gloria llegó tarde para Verlaine tal vez por su contaminación de escándalo, leyenda, pintoresquismo, ya que sucesivas generaciones de críticos no comprendieron la importancia del desmantelamiento de la arquitectura del poema, el repudio del discurso, la primacía de la palabra-sonido sobre la palabra-signo, el contacto virginal de la sensación, la identificación del soñador con lo soñado. Para el psicólogo André Genest, Verlaine padecía de un infantilismo psíquico que se corresponde con una afectividad inmadura, que fue muy perjudicial para su adaptación social. De ahí, entonces, su inclinación a las ensoñaciones en las que busca refugio, y también así se explica que su universo mental esté poblado de fantasmas y de pesadumbres, pero no obstante las luces del amor y de la piedad llegan, de tanto en tanto, para neutralizar el paisaje triste de su desolado interior.
Esa inimitable sugerencia interior y musicalidad no alcanzadas hasta él, hizo que a pesar de su vida tan triste y abandonada, muriera honrado como “príncipe de los poetas” y que su féretro fuera cargado hasta la tumba por Barrés, Lepelletier, Mallarmé, Mendés, Moréas y Coppeé, compañeros reverentes. “Sagesse”, otros de sus versos que no se deben olvidar, es la negación de lo diabólico que hubo en él. Afirma su fe redescubierta en la cárcel. Imprenga toda esa poesía siempre sutil en busca de la verdad interior que, a pesar de la confesión final, requerida por él en el lecho de muerte, puede ser que no le haya llegado nunca.
Así escribía
El hogar y la lámpara de resplandor pequeño…
El hogar y la lámpara de resplandor pequeño;
la frente entre las manos en busca del ensueño;
y los ojos perdidos en los ojos amados;
la hora del té humeante y los libros cerrados;
el dulzor de sentir fenecer la velada,
la adorable fatiga y la espera adorada
de la sombra nupcial y el ensueño amoroso.
¡Oh! ¡Todo esto, mi ensueño lo ha perseguido ansioso,
sin descanso, a través de mil demoras vanas,
impaciente de meses, furioso de semanas!
Green
Te ofrezco entre racimos, verdes gajos y rosas,
mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla;
no quieran destrozarlo tus manos cariñosas,
tus ojos regocije mi dádiva sencilla.
en el jardín umbroso mi cuerpo fatigado
las auras matinales cubrieron de rocío;
como en la paz de un sueño se deslice a tu lado
el fugitivo instante que reposar ansío.
Cuando en mis sienes calme la divina tormenta,
reclinaré, jugando con tus bucles espesos,
sobre tu núbil seno mi frente soñolienta,
sonora con el ritmo de tus últimos besos.
Soñé contigo esta noche…
Soñé contigo esta noche:
Te desfallecías de mil maneras
Y murmurabas tantas cosas…
Y yo, así como se saborea una fruta
Te besaba con toda la boca
Un poco por todas partes, monte, valle, llanura.
Era de una elasticidad,
De un resorte verdaderamente admirable:
Dios… ¡Qué aliento y qué cintura!
Y tú, querida, por tu parte,
Qué cintura, qué aliento y
Qué elasticidad de gacela…
Al despertar fue, en tus brazos,
Pero más aguda y más perfecta,
¡Exactamente la misma fiesta!
Tú crees en el ron del café, en los presagios…
Tú crees en el ron del café, en los presagios,
y crees en el juego;
yo no creo más que en tus ojos azulados.
Tú crees en los cuentos de hadas, en los días
nefastos y en los sueños;
yo creo solamente en tus bellas mentiras.
Tú crees en un vago y quimérico Dios,
o en un santo especial,
y, para curar males, en alguna oración.
Mas yo creo en las horas azules y rosadas
que tú a mí me procuras
y en voluptuosidades de hermosas noches blancas.
Y tan profunda es mi fe
y tanto eres para mí,
que en todo lo que yo creo
sólo vivo para ti.
