En su Ensayo sobre la ceguera José Saramago quiso dejar en claro algunas cosas: que la ceguera no es más que una metáfora tanto sobre la condición humana, sobre los efectos globales del capitalismo en casi todas las dimensiones de la vida -desde la ecológica hasta la espiritual-, y también una metáfora sobre la ignorancia, pero no sobre la ignorancia elegida, si pudiera elegirse, sino sobre la ignorancia impuesta, impuesta por el poder, la ignorancia impuesta para reproducir la ignorancia.
¿Qué nos vincula a un libro? ¿Por qué tenemos -y conservamos- la pulsión por leer? ¿Qué significa hoy abordar un texto literario? Releyendo Una historia de la lectura, el libro de Alberto Manguel, en un párrafo de la introducción escribe: «Desde siempre, el poder del lector ha suscitado toda clase de temores: temor al arte mágico de resucitar en la página un mensaje del pasado; temor al espacio secreto creado entre un lector y su libro, y de los pensamientos allí engendrados; temor al lector individual que puede, a partir de un texto, redefinir el universo y rebelarse contra sus injusticias. De estos milagros somos capaces, nosotros los lectores, y estos milagros podrán quizá rescatarnos de la abyección y la estupidez a las que parecemos condenados».
Pienso que la ceguera es también una forma de la ignorancia, porque a quien se le ha impuesto la ceguera, o quien se ha impuesto a sí mismo la ceguera, no puede o no quiere ver; además, la ceguera impide leer, si acordamos que leer, con prescindencia de lo que se lea, es un acto de conocimiento, y en ese sentido, un acto de libertad. Leer, reflexionar, pensar, incluso pensar contra uno mismo, son actos de libertad.
Leer, ese acto de libertad
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