La música es como un animal que está vivo. Que pide cosas en todo momento. Los frescos impulsos hacen que pueda suceder algo nuevo a cada instante. Encontrar otros matices, darse cuenta que hay diferentes posibilidades aunque la semilla sigue siendo la misma. Inquieta, sabedora de que el arte revela unas ganas de ir más allá de uno mismo, y al mismo tiempo exponiendo a la fragilidad porque lleva a lugares remotos, Sylvia Zabzuk asume el compromiso heroico del intérprete, y del autor, al mismo tiempo. Esa heroicidad consiste en tener la valentía suficiente para ir hacia esa zona en la que se expone, en la que sabe que no hay ningún tipo de garantía. A veces las cosas salen bien o mal. Pero lo importante es tomar ese riesgo. El viaje es lo heroico.
“Pequeños milagros” es el cuarto disco de la artista nacida en Misiones pero radicada hace bastante tiempo en nuestra provincia. El último fin de semana fue el momento de la presentación en sociedad. El teatro Español de Santa Rosa y el espacio cultural “Ruido y Nueces” de General Pico, sirvieron de marco para la escena imaginada por Zabzuk. Rodeándose de músicos que conocen muy bien de su oficio, desgranó melodías y canciones con su virtuosismo en la guitarra. “Por suerte tengo guitarra” citó alguna vez Juan Falú. Y ese instrumento acompaña a Sylvia como una extensión más de su cuerpo. Entonces, Zabzuk emprende ese viaje con éxito.
Cada disco tiene su personalidad. Y con “Pequeños milagros” aparece el concepto que funciona como un disparador de sonidos, ambientes, ideas, letras…La impronta poética se percibe como en ninguno de sus anteriores tres trabajos. De las doce canciones de raíz folklórica, once le pertenecen. La única ajena es del misionero Gastón Nakazato, y en cuatro de las composiciones, trabajó en la letra y en la música, como sucede con “Jangada de luz”, “Violeta en Flor”, “Pequeños milagros” y “Ella me dijo”. Zabzuk convocó, a la hora de grabar, a exponentes de todo el país. Estuvieron el pampeano Fernando Bruno en percusión, el entrerriano Marcelino Wendeler en armónica, la sanjuanina María Fernández Cullen en flauta traversa, el correntino Néstor Acuña en acordeón y el porteño Patricio Villarejo en violoncello. Un aporte de recorrido bien federal.
“Un disco es algo así como un hijo, como un largo proceso que se ha ido gestando, armando con mucho amor y mucha dedicación. Entonces, este momento de tener el disco en la mano y ponerlo en oídos y en el corazón de la gente, tiene toda una carga de inmensa alegría. Tener el privilegio de poder hacer música y escribir canciones, y a la vez poder contagiar a otro del poder inmenso que tiene la música en la vida de todos los seres humanos. Un disco genera eso, expectativa, ansiedad, alegría…”, reflexionó Zabzuk sobre su última placa.
– Cada disco logra su propia personalidad musical, está atado a ese momento vivencial ¿a todos los querés de la misma forma o hay un sentimiento diferente?
– Son como fotos de un momento, capturar ese instante en el tiempo y de alguna manera, son muchos instantes en el tiempo plasmados en ese material, en esas once o trece canciones. Entonces considero que, como vos decís, cada disco tiene su personalidad y particularidad. En mi caso, el eje es siempre la voz y la guitarra como las herramientas para buscar y expresar lo que uno tiene para decir.
– La diferencia con “Pequeños milagros” se produce con esa gran producción que alcanzaste con las canciones…
– Exactamente, una sola es ajena, son once temas míos, algunos con letra y música, en otros musicalizando a otros amigos poetas como Alejandro Maldino o María de las Nieves Rivas. Yo siento que es el disco de mayor exposición que hice, es donde me expongo completamente. Si bien cuando un elige obras de otros autores para interpretar se está exponiendo de alguna forma, no es casual elegir ese obra determina y no otra. Si sucede eso, es porque hay un vínculo, un hilo conductor. Desde el momento que se escribe una letra o describe una situación, tanto interna como externa, que ha vivido, y la plasma con notas y armonía en una canción, es como mucho más exponente la situación. La sensación que produce es maravillosa. Repito, lo siento totalmente diferente a los demás en ese sentido.
– ¿De qué forma nacen, surgen las imágenes cuando forjás ese tiempo para componer?
– Es como si hubiera una especie de personaje dentro de uno que está atento a determinadas cosas. Que captura esas imágenes, vivencias o sensaciones. A veces se trata de algo visual, a veces es el recuerdo de algo vivido con mucha fuerza, y a veces es la música que traen algunas palabras, que empiezan a desovillar eso que estaba debajo. Aparecen en múltiples formas.
– ¿Y qué pretendés generar con tu música en ese público que te escucha?
– Pretendo que pueda emocionarse conmigo, que pueda mirar lo que yo veo. Esta sincronía que produce el arte entre los seres humanos, esta invitación a descubrir juntos la maravilla de estar vivos. A descubrir otra manera de mirar las cosas que a lo mejor son las mismas que las tuyas, o parecidas, pero celebremos juntos a través de los tres o cuatro minutos que dura la canción. De alguna manera creo que también lo que uno pretende es que nos acompañemos en este mundo. Estamos todos solos, es la verdadera realidad del hombre. Nuestra vida se juega en soledad. Pero un rol que tiene el arte es ayudarnos a tomarnos de la mano y a que transitemos esa soledad de una manera más contagiosa, más amorosa y amable, como dice Víctor Heredia.
– El arte como herramienta decisiva para conectarnos con un mundo más emocional y espiritual ¿sentís que esa conexión está algo interrumpida en el ser humano de este tiempo?
– No. Yo creo que está siempre, es parte de la vida del hombre desde que está en esta tierra como tal. Esa necesidad es expresada desde la primera manifestación artística cuando escribía en la piedra o golpeaba dos pedazos de madera, o movía su cuerpo tratando de expresar lo que para él era misterioso. Claro que los tiempos son muy fluctuantes, hay épocas de más luminosidad, hay otras de mayor oscuridad, de más caos, y de menos caos, pero creo que eso fluye constantemente como un río. A veces puede manifestarse de una manera más clara y expositiva, y otras circula por arroyos más subterráneos, pero sin dudas está. Actualmente es bien concreta esa necesidad del hombre de recurrir a espacios que tienen más que ver con su esencia. Somos espíritus encarnados en un cuerpo.
– ¿Qué serías sin la guitarra, esa fiel compañera de tu ruta?
– Me produce mucha emoción. Un poco por estar aún sensibilizada por los dos hermosos conciertos. Realmente la guitarra es parte mía y como digo en una de las canciones, en la última del disco, que en realidad es un homenaje a Teresa Parodi, la madrina artística de mis alumnos, en la guitarra se esconden y anidan muchas canciones, y ella siempre me está convidando a buscarlas, a soltarlas y dejarlas volar. Me siento muy privilegiada por tener este destino de cantora.
– ¿A quién le debes ese empuje inicial para acercarte al instrumento con el que desandarías tu camino artístico?
– Se lo debo a mi padre. El fue quien me llevó a estudiar guitarra, a él le debo haberme orientado hacia ese instrumento. Tuve un primer profesor, un “viejito” maravilloso, y cuando el falleció pasé a manos de otro profesor muy entusiasta, fue el primero que me hizo cantar. Ahí supe que podía cantar. Eso habrá sucedido a mis ocho o nueve años. Y como dice Juan Falú, “uno va teniendo muchos padres y muchas madres”, y así fue. Aparecieron con el tiempo para acompañar, para que nos sigamos pariendo, y para que sigamos pariendo música.
– En tu último disco te acompañan músicos de diferentes provincias ¿cómo surgió la idea de una propuesta bien federal?
– Me di cuenta después y es totalmente coherente conmigo. Yo soy misionera, pero me fui de esa provincia hace mucho tiempo. Vivo en La Pampa hace mucho tiempo, pero no soy del todo pampeana. No hago música ni totalmente misionera ni totalmente pampeana. Hago música argentina pero no de una sola región o inminentemente tradicional, entonces siento que este convite, esta afluencia de los músicos que fui invitando sin darme cuenta que era así, expresa esta resultante que soy, de estos años de vida…Patricio Villarejo es un músico de gran talento, con una humildad muy grande. Aprendió en la orquesta de Osvaldo Pugliese, fue quien escribió los arreglos de la obra que Charly García presentó en el Colón, tocó con Peter Gabriel, y bueno, grabó conmigo…Todo esto no lo supe cuando lo invité. Fijate su humildad, venirse hasta acá, grabar. Un lujo haber contado con personas así. Néstor Acuña fue el único que no pudo viajar para las presentaciones por una actividad artística que le surgió, es también un músico de muchísimo talento como lo es el armoniquista Marcelino Wendeler. La flautista es María Fernández Cullen, y tanto con ella como con Marcelino nos encontramos en esas situaciones de la vida. Nos conocimos, tocamos juntos y los tuve en cuenta a la hora de grabar porque me encanta como tocan. Y está, como siempre, Fernando Bruno, me acompaña desde el segundo disco y es un percusionista que ha crecido de una manera que me enorgullece. Cuando arrancó conmigo recién estaba dando sus primeros pasos y tener ahora a un colega maduro y solvente, realmente es un privilegio. Fue estar en el cielo con estos músicos.

