«¿Una caja que habla?, ¿quiénes están adentro?»

El tiempo en General Pico fluía sereno en ese 1930, como el agua escondida de un río de provincia, con la belleza propia de lo antiguo. Habían transcurrido casi diez años desde la vez en que el radioaficionado Enrique Telémaco Susini y sus tres amigos, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica, a quienes luego se los llamaría “Los locos de la terraza”, fueran los responsables de la emisión de la ópera “Parsifal”, de Wagner, considerada la primera transmisión radial del mundo, desde el Teatro Coliseo de Buenos Aires, en Cerrito y Charcas.
Aquel 27 de agosto de 1920, entre las 21 y la medianoche, nacía una historia controvertida, curiosa y apasionante. “Una audición llovida del cielo. Parsifal a precios popularísimos”, tituló el diario La Razón del 28 de agosto del ‘20, una crónica firmada por el crítico de música Miguel Mastrogiani. La dirección de la ópera fue de Félix Weingartner y la interpretación de la soprano argentina Sara César y el barítono Aldo Rossi Morelli.
Así, esa onda sonora por el espacio, cubriendo con su sutil celaje de armonías -las más caprichosas, ricas, grávidas de nobles emociones-, comenzaría a ondular este aire. Eso fue. Un aire diferente se comenzaría a respirar en el corazón de los piquenses. La radio pasaría a transformarse en la reina de las comunicaciones. Llegaba a lugares donde no lo hacían el cine, los diarios, ni los libros.
Hacía ocho años que Luis Miegge se había instalado en el pueblo. Su presencia aquí, procedente de la bonaerense Benito Juárez, obedecía a un acto singular: contraer enlace con Ida Barrós, quien fuera hija del primer fotógrafo en estas tierras: Gabriel Barrós. Pero Miegge se terminó quedando para siempre. De profesión técnico electrónico, enseguida comenzó con el oficio en un taller de electricidad ubicado en calle 15, en el que se aplicaban métodos de avanzada para el armado de radios, de ahí que no resultara extraña su vinculación con el capítulo destacado en la historia comunicacional piquense.
A Miegge hacía tiempo que le rondaba por su cabeza la idea de crear una radio. Un 27 de enero de 1930 aparecen en las páginas de La Reforma las primeras expresiones sobre esa “movida” distinta, mágica, misteriosa. “Desde hace unos días viene funcionando entre nosotros, con carácter experimental, la nueva “broadcasting” de la firma Browne Hnos. Funciona con un transmisor que dista mucho de poseer la potencia del que será instalado de un momento a otro, pero ello no quita para que las transmisiones se realicen con toda nitidez y sean escuchadas a larga distancia. Sabemos de personas de Capital Federal que escuchan con toda claridad y otras de Tucumán y varios puntos lejanos que se han expresado en el mismo sentido. Los programas son seleccionados con gusto y constan de buena música, noticiosos, propaganda comercial e informaciones útiles. Se espera de la Dirección General de Correos y Telégrafos el nombre y las letras que corresponderán a la nueva “broadcasting”, trámite éste que sería de desear que no demorase mucho a fin de no entorpecer los trabajos efectuados y permitir que el capital empleado en las instalaciones pueda tener su debido desenvolvimiento”. Textual.
Los pueblerinos se pellizcaban entre ellos, sin poder creer lo que ocurría. “¿Una caja que habla?”, “¿quiénes están adentro?”, se preguntaban muchos luego de santiguarse. Se empezó entonces a atisbar que el nuevo invento podía cambiarles la vida y mejorar la existencia. La radio era capaz de acercar, apenas en horas, aquello que hasta ese momento tardaba días y hasta meses en conocerse. El medio comenzó a adquirir trascendencia aquí y con la irrupción de la primera radio piquense, la década surgía con los receptores de válvulas, primero con parlante externo y más tarde incorporado, posibilitando que las radios de galena se convirtieran en piezas de museo.
Miegge tuvo consigo la paciencia de todo pionero. Y el 5 de abril de ese año 30 se conoció el decreto oficial que otorgaba la autorización para instalar la emisora. LT7 Radio Pampa tenía su estudio en calle 17 entre 20 y 22, mientras la planta transmisora se ubicaba en el predio que ocupaba la Sociedad Rural. El 4 de febrero, pocas semanas antes de conocerse la resolución oficial, se instaló un equipo de mayor potencia, producto del éxito que tuvieron las transmisiones primigenias. Se trató de un Western de 500 watts, adquirido a una empresa de Buenos Aires.

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Los madrugadores de aquella época, esos que se daban el “lujo” de poseer un aparato receptor en su casa, tenían la compañía asegurada en el despertar diario. Al mismo tiempo que “cantaba el gallo”, LT7 arrancaba con su transmisión a las 7 y al mediodía se detenía, para reanudarla por la tarde hasta cerrar a la medianoche. Era una época impregnada de artistas de toda índole. Un pueblo que crecía al conjuro de las manifestaciones culturales. Y la radio no estuvo ajena a semejante carrousel de sensaciones. Actuó como vital generadora de sentimientos.
En los días iniciales se transmitían ejecuciones de la orquesta Patrilla-Goldammer, la orquesta del Cine Park y la lista se hace más que extensa. Carlos Pedrerol aportaba habitualmente los sonidos de su piano y en lo que respecta a la música clásica, el maestro Gregorio Vicario se encargaba de cubrir esa faceta con su reconocida soltura. Pero el menú radial ofrecía desde cómicos y guitarristas, hasta actores de radioteatro.
“Por la presente autorizo a la Broadcasting Radio Pampa a transmitir una audición de quince minutos, en el día de la fecha, y desde las 22,45 horas hasta las 23 al precio convenido de 6 pesos”, dice un viejo recibo de Casa Alvarez. La carpeta de avisos siempre se mostraba bien “cargada” y en el balance, una suma más que interesante de dinero se registraba en el haber. Algunos de esos avisos aparecidos en la edición de La Reforma de agosto de 1930 dictaban lo siguiente: Casa Galli, a 100 pesos por mes; Fotografía Filippini, a 3 pesos por día; Casa Zamarbide, a 30 centavos por cada publicidad”.
La radio piquense estuvo en el aire durante diez meses y en esa corta vida debió afrontar varias sanciones. El Golpe de Estado en setiembre mucho tuvo que ver con su interrupción. Igualmente, la semilla había germinado. Miegge conocía bien las posibilidades casi infinitas que ofrecen las palabras y la música cuando, combinadas con pasión alquímica, entran en combustión. El escenario era el oído, tomado por asalto en aquel inolvidable 1930 por una narración donde las canciones, los poemas, el remedo surrealista componían la trama visible de la escena sonora. Suele machacarse con eso de “lo que puede una imagen”. Pero no es menos lo que puede un sonido, un ruido. Esa magia de la radio que, como el amor, cuando se enciende, transmite.

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Autor

Raúl Bertone