Voz viril y profunda, espejo de su alma

«Parecerse a uno mismo hasta el hueso, que es la forma de parecerse a los demás». Alfredo Zitarrosa se nutría de valores que no hicieron más que fortalecer una personalidad y destacarla con perfiles propios. Así, nadie es más escuchado que el que sabe escuchar, nadie se parece más a sí mismo que el que se parece a todos, que el que tiene un poco de todos. El uruguayo era un hombre siempre dispuesto a escuchar, siempre atento a cualquier expresión, a cualquier imperceptible emoción de su interlocutor o de la gente que lo rodeaba. Ese poder de observación y de silencio que muchas veces le daban ese aureola de soledad que lo acompañaba. En ello residía buena base de sabiduría y comprensión. La vida supo devolverle algunas buenas realidades por los sueños tempranamente arrebatados. Infancia pobre y dura, fue seguramente en ese momento cuando la poesía comenzó a rondarle su cabeza, inclinándose a elegir los libros como refugio o como compañía de otras sensibilidades afines: Vallejo, Horacio Quiroga, Machado, Cervantes…o tal vez como adhesión a una filosofía que se nutre igualmente de dos corrientes positivas para la creación: la belleza del arte y la realidad de la vida para darle así belleza a la vida y realidad al arte.
Zitarrosa y esa poesía honda que se nutría de la tierra, de los sueños y de la vida. Esa imagen que trasuntaba una filosofía profunda de amor al terruño y a la libertad, de rebeldía contra la injusticia. Vibraba el hombre con todas sus emociones a cuestas, sufiendo y gozando en cada interpretación, en cada creación, en cada llanto de un hijo parido. El 10 de marzo pasado se cumplieron 80 años de su nacimiento. Nunca se equivocó de repertorio ni se engañó con el triunfo. Jamás soslayó o postergó sus obligaciones como hombre, como militante, como amigo, sino que éstas pautaron su vida y su arte. Sudor más, tristeza menos; oficio más, alegría menos; canción más, ausencia menos: pueblo siempre. Y con ese siempre-pueblo Zitarrosa contrajo un compromiso histórico y artístico irreversible. La preocupación constante de Zitarrosa por la palabra, esa que intrincadamente unida a la melodía, se convierte en materia.
Las imágenes me devuelven esa estampa viril que lo detiene, ésas en las que nunca falta el cigarrillo y la paliza de gomina. Una estampa que crecía en el escenario con sus guitarras y su voz, severa y dulce a la vez. Zitarrosa era hombre de sonrisa difícil y preocupaciones profundas. El creador de obras como Milonga para una niña, Stefanie, Guitarra negra, El violín de Becho, Candombe del olvido, Pa’l que se va, Chamarrita de los milicos, Doña Soledad o Adagio en mi país, entre centenas de milongas, está considerado uno de los mayores creadores uruguayos de la segunda mitad del siglo XX. La cuestión no era la de cantar por cantar, sino hacerlo con fundamento. Dueño de una voz peculiar, en sus canciones ponía el acento más en el hombre y sus sufrimientos que en los paisajes y las flores. Quienes lo trataron profundamente siempre refieren a ese hombre noble, incapaz de traiciones, que cantaba con los ojos puestos en un futuro más justo. Una convicción que todavía perdura en las gargantas de otros cantores. «Crece desde el pueblo el futuro/crece desde el pie/ánima del rumbo seguro/crece desde el pie…» Como soñaba Alfredo.

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Autor

Raúl Bertone