La música y la poesía lo atraparon cuando joven, acompañándolo hasta hoy. Conviviendo con esas inquietudes, construyendo su andar, el pampeano Oscar García mantiene viva la llama. En los 60 integró Los tres del sur, junto a Delfor Sombra y Andrés Díaz, grupo que posteriormente pasaría a llamarse Las voces de Huitru Mapu. Al tiempo, ingresó a Los Ranquelinos, compartiendo la escena con Lalo Molina, Pelusa Díaz y Carlos Urquiza. En 1985, García creó Cantizal, ese excelente quinteto vocal e instrumental, que se completaba con el mencionado Andrés Díaz, Omar Urreaga, Luis Montoya y Osvaldo Di Pietro, formación que dejó su impronta en el cancionero pampeano, plasmada en dos álbumes: Cantizal (1985) y El viento va…(1987).
García nunca dejó de componer, además de musicalizar y arreglar obras de otros autores. Bustriazo Ortiz –Agüita de médano, su primer tema, fue sobre un poema del Penca-, Julio Domínguez El Bardino, Edgar Morisoli o Ricardo Nervi, por citar cuatro fundamentales de la literatura pampeana, han alimentado esa exploración. Su primer trabajo solista fue La patria del corazón (2007), al año siguiente vio la luz su libro, que llevó el mismo nombre del disco, y en 2015 salió al ruedo con Pulsaciones y calandrias. A finales del 2020 apareció El bardo lejos, y en el 2023, Toma mi copla.
El músico santarroseño lanzó recientemente Vamos andando, su quinto disco, que reúne seis canciones: Vamos andando, Cuando decimos soledad, Y no teníamos más que el amor, A solas sin soledad, Voy a contarte un cuento y Milonga por Quetrequén. «La obra que da título al álbum no es más que una mirada a las cosas y la calle mientras comienza el día. Cosas que todos vemos, pero de tan cotidianas y sencillas casi nadie registra. Como si no tuvieran importancia. Sin embargo, allí está presente la vida y las cosas que verdaderamente importan. Ignorarlas es deshumanizarse. Muy propio de estos tiempos. No sé a cuántos les importe, pero desde mi oficio me siento obligado a verlo y contarlo del modo más bello que encuentre. Tal vez a alguien le sirva como un tibio abrigo momentáneo. Ojalá. Aunque fuese sólo uno o una, me haría feliz», arrancó diciendo en la charla con El Lobo Estepario.

En otro tramo de la entrevista, García recordó su manera de vincularse con la música, y todo lo decisiva que fue en su vida. «Soy de los que cree que el olvido está lleno de memoria. Por eso quiero contar mi relación con la canción popular. Que viene desde mi niñez. Seguramente hay un fado que pervive en mi inconsciente que era una nana que me cantaba mi madre. Luego las canciones que llegaban por la radio, a veces entre descargas cuando se iba la onda, como se decía en esa época. Las orquestas en los bailes de campo que me hicieron conocer repertorios que yo almacenaba en mi espaciosa memoria. Podía recordar las letras, los ritmos, las partes melódicas. Donde entraba el piano, el bandoneón, el cantor. Yo almacenaba canciones como otros almacenaban dinero. Ése era mi capital. Un mundo interior sonoro y sensible que siempre me acompañó. Que siempre me ayudó a atenuar la realidad que a veces fue dura. En la dificultad, en la carencia, en la ilusión siempre una canción sonaba dentro mío para cobijarme. Ha sido la frazada que faltaba cuando el frío apretaba, los juguetes que no tuve, los cumpleaños no festejados, la que llenó de sueños mi difícil soledad adolescente».
Parte de su primera infancia, García la transcurrió en el paraje conocido como Bajo de las palomas, en el campo de su abuelo, regresando luego a Santa Rosa y desembarcando en el barrio Villa del Busto, donde vive actualmente. «Fue la música la que me llevó a conocer mi compañera. Con ella fundamos una familia donde la música floreció en nuestros hijos y llenó de amigos nuestra casa y nuestra vida. La música me ayudó a recorrer una vida que socialmente comenzó a crecer en un barrio detrás de las vías de Santa Rosa. Un lugar que poblamos en ese momento una variedad de derrotados. Unos venidos del éxodo de la sequía terrible del campo, otros venidos del Salado después de perder el río y huyendo del desierto. Otros venidos de lugares lejanos escapando del hambre y el miedo de la posguerra europea».
«Una zona de mixtura que como siempre y en cualquier lugar del mundo tiene las mismas características; socialmente pobres y solidarios, pero con una confluencia de orígenes diversos donde siempre germina algo rico e inesperado culturalmente. Todo esto ocurría de este lado de las vías mientras Santa Rosa, del otro lado de nuestro Guadalquivir que eran las vías, ignoraba nuestra suerte, nuestra gente y nuestros sueños. Esta pertenencia social nos marcó durante mucho tiempo. Y todavía es marca de identidad. Porque crecimos contracorriente y contra todo. Y eso se traduce en nuestras obras. Porque la calle y las carencias van dotando de saberes y herramientas que no se aprenden en la escuela y no hay otro manual para sobrevivir», agregó.
Sobre el final, García señaló: «Hace poco escribí una décima, que es parte de un largo relato poético, que tal vez debiera llamar como aquel saludo formal en español para cartas o correos dirigidos a un destinatario desconocido «A quien corresponda». Ellos lo saben.
Cayó una estrella en mi patio
y la metí en un bolsillo
algunos vieron su brillo
y sé que les molestó,
nunca aceptaron que yo,
que he sido el dueño de nada,
tenga esa gracia encontrada
en la humildad de este suelo,
y me llegue desde el cielo esa luz que me acompaña.