Un libro: Mi vida, de Isadora Duncan.
«Siempre me gustó leer, investigar, saber, conocer. A los 11 años leía -a hurtadillas en las siestas de un Pico promisorio y pujante-, las novelas de Corin Tellado. Historias que cambiaba muy seguido en un kiosco del barrio Este. En los ’60 se estilaba cambiar revistas en los kioscos. A los 13, y de la mano de mi queridísima profesora de Historia Elsa Zampieri, comencé a meterme en la Grecia antigua, en la Roma de Nerón, a navegar en el Mediterráneo con los fenicios y en el Nilo con los faraones. Y a soñar con hacer ese viaje a los comienzos de los tiempos que finalmente pude concretar. En el comienzo de una seguidilla de viajes que me confirman que no me arrepiento de nada. Luego Echeverría, Mistral, Gorki, Dostoyevski, Hesse, Nietzsche y los franceses clásicos. También Poe, Stevenson y, salvando las distancias, Agatha Christie. Más acá, los latinoamericanos: Vargas Llosa, Cortázar, Galeano, José María Rosa y toda la historia “real”, Isabel Allende y Laura Esquivel. Un libro que me encantó porque al leerlo veo las situaciones, porque también vi la película que se correspondi perfectamente con el libro que releleí no hace tanto, es Como agua para chocolate. Pero si tengo que elegir uno, difícil tarea porque soy ecléctica y cambiante, me quedo con Mi vida, la autobiografía de Isadora Duncan, personificada preciosamente en el cine por Vanessa Redgrave. No por la calidad literaria, sino por la personalidad de una transgresora a principios del 1900. Otra doliente y creadora que arriesgó su nombre y su vida para hacer lo que consideraba debía hacer, lo que amaba, lo que su fogosa identidad le indicaba. Una mujer con la que me gusta identificarme: real, idealista, falible, con alegría de vivir contra y gracias a todo, inventándose y definiéndose cada día».
Una canción: No, no me arrepiento de nada, de Michel Vaucaire y Charles Dumont.
«Hay muchas que me acompañaron en distintas etapas de mi vida. Me emocionaron, me divirtieron. ¡Cómo no recordar La vida es una canción que merece ser cantada por Johnny Mathis, Libertango por Grace Jones, Yesterday o el disco The Wall…!. A los 15 años, y en el Wincofon de regalo, giraban Los Iracundos, Los Wawancó, Sandro, The Beatles, Matt Monro. Yo te amo, yo tampoco de Serge Gainsbourg y Jane Birkin, Alan Parsons, clásicos, blues, jazz… Pero siento que hoy puedo elegir No, no me arrepiento de nada, y si bien no es textual, me representa. No me arrepiento de nada…el dolor, la alegría están cubiertos…yo empiezo cada día de cero canta el gorrión de París, Edith Piaf. Y que lo diga alguien que nació y vivió casi en las alcantarillas, que pudo sobrevivir a su origen, a sus dolores, a sus pérdidas. Me conmociona profundamente y me da una gran lección, la de responsabilizarme de lo bueno y de lo otro que tuve la fortuna de vivir para ser la persona que hoy soy. Sin falsa modestia puedo decir que cada mañana me miro al espejo y la imagen que me devuelve me gusta, está aceptada. Y no me arrepiento de nada. Insisto, no en una testarudez obtusa, sino en una responsabilidad aceptada, consciente del resultado».
Un disco: A Cátulo Castillo, de Susana Rinaldi.
«Desde el primer y legendario long play de Los Iracundos, que fuera uno de los regalos de 15 en los ’60, junto al Wincofon, hoy custodiado por mi sobrina Virginia, muchos fueron los discos que dieron música a mi vida. Bee Gees, Alan Parsons, Alberto Cortez, Duke Ellington, Barbra Streisand, Whitney Houston, Gloria y Tina, Julia Zenko, Marilina Ross y la Tana Rinaldi…En los ’80, alguien -como canta Cortez hasta todo te amaba y hoy te quiero-, me regaló este disco precioso que guardo como un incunable. Escuchar a la Tana en Desencuentro, El trompo azul, Caserón de tejas, Café de los Angelitos o La última curda, me transporta a un tiempo de casi postadolescencia, de muchos espectáculos, teatros, de música en viajes a Buenos Aires. Y me conecto con la Tana a quien recién pude disfrutar en vivo hace un par de años en un show que realizara en Santa Rosa junto a Amelita Baltar y Marián Farías Gómez. Reconozco que no tengo ídolos, sino gente tan necesaria. Por eso a Susana Rinaldi la incluyo en el grupo de esas personas que me transmitieron fuerza, decisión, convicción, coherencia. Y están ahí. No en un cuadrito, sino en la vida real. La vi por tele, no hace mucho, en un show de su hija, interpretando en castellano un tema del cancionero inglés porque reniega del idioma sajón».
Una película: Nuestros años felices, de Sydney Pollack.
«Me gusta el cine…¡en el cine!. No miro películas en una computadora o pantalla de televisor. En su momento lo hice a través de videocaseteras. Prefiero la películas de ritmo lento, con luz mortecina, que me permitan paladear los diálogos y la fotografía. La Familia, Novecento, algunas inglesas, el cine negro francés. Las últimas del cine nacional, y otras de colección de nuestro cine de los años ’70. Pero siempre que pienso en una película vine a mi mente y a mis ojos Nuestros años felices, protagonizada por Barbra Streisand y Robert Redford. La vi a mediados o finales de los ’70 y aún hoy me sigue emocionando. Más aún de la forma que me sigo sintiendo identificada con la protagonista. Era una etapa particular de mi vida, me representaba lo que planteaba el film. El desencuentro de dos personas por diferencias políticas o sociales; creo que en parte no ha pasado de moda el tema. Hace mucho que no la veo, pero aunque es una de las consideradas románticas, la recuerdo muy bien y me gusta emocionarme con ese recuerdo. Además, la canción interpretada por la propia Barbra también fue por años mi tema.»
Un poema: ¿Qué hay en la sombra de las casas viejas?, de Iris Lieschner.
¿Qué hay en la sombra de las casas viejas?
Sino aroma a robles suspendidos,
a inevitables jazmines celestes.
Soldados anacrónicos duermen
en su extremísima piel de arena.
Túneles inconfesables, nieblas inexistentes,
pájaros escondidos en botellas exiguas.
Orfandad de pasos y alquimias inquietantes
la resguardan de un destino indescifrable,
la despedazan de colores malheridos.
Todo en su piel agreste es lluvia.
Sus extensas venas descascaradas,
sus ventanas sin soles ni ojos,
sus cárceles circulares
ocultando fantasmas arrugados.
Mientras las enredaderas
se sumergen en su cadáver asimétrico,
un latido de niños
envuelve sus dedos de piedra.
Y oxidados fantasmas de árboles
expiran el último rayo de luna.
«Se lo escuché una vez a la propia Iris en la Casita de los Escritores, me pareció tan explícito y demostrativo de casas entrañables para mí, que comencé a leerlo en cada reunión de narración de las que participaba. En ese poema está la querida casa antigua de mi abuela Scaglia y otras tantas casas que he visto en pueblos pequeños. Ni que decir cuando en el Tetti Scaglia, del Piamonte vecino a Torino, visité ese edificio de ladrillos rojos con muchas dependencias para albergar a los 13 hermanos de mi abuelo, y ¡con capilla!. A decir de un vecino de muchos años y memorioso ¡visitada por un fantasma!. A tal punto que, dicen, hizo que la familia allá por el 1800 y poco se mudara a otro lar».


