Por algo Nietzsche escribió en Así hablaba Zaratustra: Yo sólo creería en un dios que supiera bailar. Personas concentradas en un espacio y en un tiempo determinado para moverse al compás de la música. El fenómeno del hombre y la mujer enlazados en una u otra forma de baile social. El tango-danza como una misa pagana, un estallido, un fantástico despliegue de sensualidades. Baile de prepotente libertad y alarde. El lenguaje de los cuerpos. Moviéndose de a dos bajo las normas de una danza compleja y extraordinaria. Permitiendo el reconocimiento mutuo a cada instante. Los que miran sienten placer, los que bailan simplemente gozan. El alma elevándose en cada pirueta. En cada giro. Amén de definiciones excluyentes, adhiero a Judith Lynn Hanna cuando sentenció to dance es human (danzar es humano).
¿Hay un tango para bailar y otro para escuchar? ¿Es cierto que si no se puede bailar no es tango? ¿Y qué es el tango? ¿Una danza? ¿Una música? ¿Un pensamiento triste que se baila? ¿Un fenómeno cultural? ¿Cambia la esencia de una música cuando pasa a cumplir una función distinta a la originaria? ¿No pasó algo similar con el jazz?. Demasiadas preguntas, que quedarían -tal vez- sin respuesta. En el tango, escribe Carlos Vega en El origen de las danzas folclóricas, «no existía la regularidad y nada podía anticiparse, porque la figura siguiente, la serie entera, la pieza total, se elaboraba en el instante de la realización. Fue necesario crear una técnica: la pareja debía moverse enteramente abrazada, cara contra cara, costado a costado; el varón orientaba y hasta determinaba los pasos de la mujer con la mano derecha, fuerte en la cintura. Los bailarines se habían planteado el simple dilema: «o nos apretamos o nos pisamos». Y se apretaron. Nada de lujuria en el abrazo; fueron los críticos del abrazo quienes introdujeron su lujuria en el tango. Los danzantes tenían muchas otras cosas de qué preocuparse«.
El gran Copes fue contundente al expresar que para bailarlo se necesitan dos personas y mucha pasión. Lo demás es técnica y viene sola. Esa es la sensación entonces. El lenguaje del alma es la música. El lenguaje del cuerpo es la danza. El arte de la danza consiste en sublimar la materia. Plasmando un instrumento para que el hombre se exprese. A través del hombre hablando el espíritu. El bailarín solfea con su cuerpo, pintando en el aire la música que lleva en su alma. Y en esa única danza que permite imaginación y creatividad para formar, en tres o cuatro minutos, una historia de amor, de odio, las piernas y los pies de Pedro Soria tienen un lenguaje capaz de garabatear silenciosas figuras que expresan lo que las propias palabras no podrían pronunciar. Los pies son la consecuencia de lo que esencialmente empieza en la cabeza y luego pasa por el corazón.
Soria se vinculó al tango de forma casual, cuando en los inicios de los años 90 la Academia de Margarita Rodríguez, a la que asistía para bailar folclore, organizó un seminario dictado por reconocidos profesores. Transcurren 25 años de ese momento, y este piquense continúa haciendo figuras con su cuerpo, esculturas, pintando un dolor, una mujer, pintando con los pies. De a poco se encargó de pulir lo que le parecía salía mejor y de esa forma surgió un estilo. Soria fue inventando figuras nuevas en una danza interminable.
La celebración tendrá lugar el próximo sábado 15 de octubre en El Viejo Galpón, en lo que se ha denominado Gran Milonga Otros Aires. Sobre el escenario desfilarán, desde las 21:30 horas, diferentes artistas como la pareja de baile que conforman Melina y Ezequiel, Alicia Martirena, Antonela Alfonso acompañada por el guitarrista Julio Ortíz, además de una sorpresa y la actuación de Soria junto a Marina González. Los interesados pueden reservar su tarjeta de forma anticipada llamando al número telefónico 15-600284. «Esta celebración me encuentra en un momento lindo de mi vida donde el tango es parte de ella, es algo maravilloso en esta etapa de madurez como persona. Quiero que llegue el día para festejarlo con las personas que uno quiere que estén, habrá ex alumnos con quienes seguramente recordaremos viejos tiempos. Lo imagino emotivo a ese momento, lo espero con mucha ansiedad», contó Pedro, abriendo la charla con Lobo Estepario.
– ¿Cuándo y cómo te vinculaste con el tango?
– El amor por el tango lo mamé de mi vieja, ella cuando joven vivió en Buenos Aires y escuchaba mucho tango, se conocía las letras, las orquestas, y en casa siempre nos habló de esa época. Bueno, a mí esa historia me encantó pero quedó como incompleta por lo que siempre soñaba con aprender algún día a bailar tango. En el año 91 asistía a la Academia de Margarita Rodríguez y bailaba folclore con su hija Alejandra, hasta que una vez arma un seminario con profesores santafesinos. Ella nos invitó y yo fui con muchas ganas. En la provincia no había ninguna referencia en ese momento que permitiera aprender a bailar y bueno, después de esos tres días de jornadas, quedé totalmente enganchado. Los primeros pasos fueron con Alejandra, tomamos coreografías y así estuvimos un tiempo, la gente empezó a pedirnos que transmitiéramos algunos pasos, y lo hicimos como pudimos, aún sin ser profesores ni nada paracido. Era todo lo que habíamos logrado experimentar en el transcurso de ese fin de semana. Recuerdo que el primer tango que bailamos en público fue en Peña El Alero, hicimos Canaro en París.
– Una vez que esa pasión por bailar quedó más arraigada ¿de qué manera pudiste cultivarla?
– Integré el Ballet Municipal durante mucho tiempo, donde conocí a Marcela Páez, quien fue mi compañera de baile y los dos pudimos vivir una experiencia fabulosa cuando logramos ser finalistas en Cosquín. No teníamos demasiada experiencia por lo que fue doble el mérito. Nos sirvió muchísimo todo lo que nos brindaron Alba Marín y Pablo Ruggieri, ellos integraban el Ballet Nacional y venían para hacer clínicas aquí. Eso me terminó abriendo la cabeza, mostrándome que había muchas más otras cosas de las que creía conocer. Desde ese momento no paré más. Lo que hacíamos era tango de escenario, con las coreografías que ya teníamos armadas, distinto a la experimentación que vino después. Cuando dejé de bailar con Marcela armé pareja con Araceli López y más tarde con Deidamia Burgardt. Sucedió que conocí a un bailarín jujeño llamado Héctor Bojamia, que vino a Pico para ofrecer técnicas de baile, nos invitó a sumarnos a una gira por Europa y creo que Colombia, pero finalmente no se pudo concretar. En Santa Rosa armó un movimiento muy lindo y compartimos veladas en el Teatro Español y también aquí. Bojamia me dijo que veía en mí a una persona que tenía mucho para dar desde el conocimiento del tango, y de alguna manera me empujó a que me animara a exteriorizar todo eso. Supo leerme un poco y no se equivocó. Ahí me largué solo, conocí a Marina (González), nunca dejé de estudiar, empezamos a viajar seguido a Buenos Aires, estuvimos en los Mundiales y los recursos en esa búsqueda se ampliaron. Con Marina cumplimos 14 años bailando juntos, no es poco tiempo. Es una bailarina impresionante, se puso también el tango al hombro y los dos hemos forjado una linda senda. Nuestro objetivo era ser reconocidos por la gente a la que le gustara lo que hacemos, y eso es lo más lindo.
– En momento de decisiones el tango tuvo mayor poder de seducción que el folclore…
– Tal cual, el folclore me atrapó pero no me sedujo. Eso lo logró el tango. Cuando concurro a una peña bailo folclore, es algo que me encanta, pero no tiene la seduccion que produce el tango. Yo lo bailo y es como estar enamorado durante esos tres o cuatro minutos, no solo de la música sino de la persona con quien estás bailando, enamorarte del momento, o de la situación. Es algo inexplicable. Tiene mucha magia. Lo importante es el sentimiento, a mí me pasó por ese lado. Me atrapó desde lo que yo tenía ganas de descubrir; y me sigue atrapando.
– ¿Costó crear tu estilo, armar la impronta y dejarla establecida a la hora de salir al ruedo?
– La danza del tango ha crecido una enormidad pero los estilos siguen siendo dos: escenario y salón. Luego se crearon otros mixturados con bailes más modernos, se hicieron fusiones para generar así otros códigos. Particularmente me gusta todo lo moderno, pero sin que pierda la esencia. Eso no tiene que pasar nunca. Por ejemplo, cuando empecé bailando Piazzolla, a quien considero un revolucionario total, esa música no me hacía bailar al piso, sino arriba. Era volar con Astor. Considero que su obra me marcó mucho por dentro, siempre sentía que esos tangos estaban hechos para mí. Estuve y estoy muy identificado.
– ¿Cómo ves la escena en nuestra provincia, en el interior del país?
– Los reductos están, se encuentran. Hay muchas milongas en diferentes puntos a donde uno puede ir a disfrutar de una noche real de tango y no de otros ritmos que quedan a mitad de camino. El interior del país se ha nutrido mucho del tango y eso está bárbaro, es una manera de que no desaparezca. En ese sentido me siento un referente de lo que se pudo lograr en General Pico, con aquellas primeras milongas que realizamos. Actualmente sigo dando clases, por ahí no son tantas horas en la semana, pero viajo a localidades vecinas también, y uno observa que se arriman personas de todas las edades. Es algo muy bueno que haya chicos con intenciones de aprender a bailar tango. Mi próximo objetivo es lograr tener mi propio espacio, mi lugar cultural de tango. Hay un lindo proyecto, y espero poder concretarlo en algún momento de mi vida.