En un tiempo donde lo digital reina y donde nos estamos convirtiendo en seres inmediatos, la analógica es una vertiente concreta de la fotografía que resulta ser la mayor expresión de la nostalgia. Lo digital automatizó a la fotografía. Dejó de ser un oficio para convertirse en un hobby. Barthes relató la capacidad de index de una imagen fotográfica, el objeto retratado en algún momento tuvo que estar allí. Esa suerte de conversación entre el fotógrafo y lo que lo rodea.
Un ferviente cultor de la fotografía en su esencia más puritana es el piquense Matías Prietto. Venerando el método químico para lograr el resultado de la cinta y alimentando el vínculo con cámaras de carrete. Todo ese proceso que todavía conserva su aire de misterio. Radicado en la ciudad de Córdoba, Prietto revive esa especie de ritual donde cada disparo implica una profunda reflexión.
Admirador del checo Miroslav Tichý, ese Diógenes de nuestro tiempo, quien en los años setenta construyó una cámara con materiales de desecho y con ella salió cada día a hacer fotos de mujeres que caminaban, descansaban en el parque, tomaban el sol en la piscina o subían a un autobús, Prietto no deja nunca de experimentar. Tiempo atrás expuso en MEDANO Sueños en el cálido grano de la fotografía analógica, junto a Flor Santillán. Y en esa búsqueda permanente de reinstalar a la fotografía analógica en el lugar al que merece seguir perteneciendo, su trabajo pudo verse en el ciclo denominado Movimiento Perpetuo, realizado en Hipo Bar Mutante, un sitio en pleno corazón de la ciudad mediterránea donde se concentran diferentes manifestaciones artísticas independientes. Prietto expuso la serie Ahogado en silencio, en la que contó con la colaboración de Braulio Quiroga.
«Se trata de una movida con unas amigas buscando que la gente se relacione un poco más con la fotografía analógica que se ve, pero que nadie activa. Me pareció genial poder hacerlo en Córdoba, seguir exponiendo lo que me gusta, y realmente me encontré con un montón de personas que quedaron maravilladas con la muestra», contó Prietto, con la satisfacción del deber cumplido.
Ahogado en silencio
«Mediaba entre el calor de los días, se acercaba a escuchar las formas y quería reír, aunque se acostaba con chispas de vacío. Primeramente ingenuo, luego tierno y al final desequilibrado, roto pero renacido. El calor llegó sustancialmente, las flores nadaban, el perfume de su piel lo enamoraba. Fue allí que vio la luz en el fondo del lago y como los hombres primeros se sumergió en lo inmenso, voló con su cuerpo; sus vibraciones lo embobaron con dulzura. Y ahora que la gran temporada ha circulado, ahora que el verde ha mutado, ya no hay luz que ilumine este lago. No pueden sacarle de allí».