«En Manal había una absoluta comunión musical, y duró lo que tenía que durar»

Afuera la suave lluvia pinta cuadros del otoño presente. Frente a mí uno de los próceres del rock argentino me dice que no le brinda demasiada relevancia a esas etiquetas o distinciones surgidas de encuestas realizadas por revistas especializadas, como Rolling Stone, que en 2012 lo ubicó quinto en el top ten de los mejores guitarristas argentinos de la historia. Violero cerebral de Manal, banda fundacional del movimiento en nuestro país, y de La Pesada del Rock and Roll, Claudio Gabis hizo la diferencia desde su irrupción en la escena primigenia del rock nacional, definiendo la identidad de ese inolvidable grupo que integró junto a Javier Martínez y Alejandro Medina, tremendamente creativo y moderno para ese tiempo. Dejando esa gema que fue su legendario álbum debut (aquel de Jugo de tomate o Avellaneda blues).
Gabis es dueño de un estilo melódico y furioso a la vez, donde la influencia del blues del delta del Missisippi y el jazz fueron alimento para un sonido único. Y Manal fue el tridente que rompió con la suavidad de Los Gatos y Almendra, demostrando a fines de los sesenta que en Argentina el rock también era otra cosa. Dejaron una andanada de clásicos como No pibe, Avenida Rivadavia, Doña Laura, Qué pena me das, Si no hablo de mí, No hay tiempo de más, Para ser un hombre más, Necesito un amor o Todo el día me pregunto. Gabis solidificó entonces su performance hasta convertirse en un músico inolvidable que “inventó” el blues en español. Desde hace tres décadas vive en Madrid y en cada venida a nuestro país recorre la geografía argentina para tocar la música que ama. Nuestra ciudad fue hace un par de semanas una de las estaciones elegidas en un recorrido que incluyó escenarios de Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Río Negro y Buenos Aires.
“Todo eso empieza a tener una historia en su mayor parte legendaria y como sucede con todas las leyendas, empieza a no saberse bien qué es verdad y qué es mentira. Y nunca se va a saber. Porque lo cuento yo, y obviamente cada uno contará su versión” me lanza Gabis, haciendo alusión a esa cuestión docente que lo acompaña en su andar, y que expone no solo en el dictado de clínicas de su instrumento, sino en cada una de sus presentaciones, haciendo introducciones entre tema y tema sobre el porqué de cada canción. Con la experiencia de haber sido un pionero, y haber trabajado y estudiado en países como Brasil, España y Estados Unidos, Gabis repasó su historia y analizó el estado actual del rock en extensa charla con Lobo Estepario.

– ¿Cómo se produjo tu acercamiento a la música, de qué manera se produce el vínculo con la guitarra?

– Todo se fue dando de una forma totalmente autodidacta y desde una anti-cultura doméstica. Digo esto porque en mi casa no estaba previsto que saliera un hijo músico. A ver, en mi casa se respiraba música permanentemente, tenía una banda sonora de folclore, tango y música clásica, y alguna otra cosa que podía salir a través de la radio. Mi vieja había estudiado y tocaba muy bien el piano, pero no había, en absoluto, la previsión de que a un hijo único de un profesional aburguesado de esa época se le pudiera cruzar en el camino la idea de ser músico. Obviamente tuve la necesidad de un maestro, pero no había. En un primer momento me vuelco hacia un género que es el afro donde el representante más legítimo y difundido era el jazz, había muchos músicos pero me inclino por una aproximación al afro que no era exactamente del jazz. Algo inclasificable. En esa época, para quienes hacían jazz, si bien muchos después cambiaron de opinión integrando grupos que hicieron fusión, B.B.King o Muddy Waters eran músicos de rock. Para un gran guitarrista de ese tiempo como Cacho Tirao, lo que tocaba B.B.King era rock, por el uso de la electricidad que hacía, por la rítmica. Entonces yo no tenía con quien de ahí que hice la escuela de los discos, de la escucha.

– ¿Y en esa búsqueda inicial quienes son los primeros que aparecen en tu mundo sonoro que intentabas armar?

– Lo primero que se me aparece a mí, aparte de lo popular que se bailaba y se cantaba, es decir, lo que consumíamos, es un periodista que se llamaba Néstor Ortíz Oredigo, un gran crítico de jazz que escribía en La Nación, hizo varios libros, y tenía un programa en Radio Nacional que iba todas las noches y que se llamaba Antología de la música negra. Era un programa de jazz, muy centrado en el hard bop, el bebop, todo lo que significaba Coltrane y compañía en ese momento. Entonces yo me sumergía en ese programa, era la música que más me gustaba. Y “cada muerte de obispo” pasaba como una referencia folclórica exótica, un blues pionero el delta del Mississippi. Pero te repito, como algo folclórico, ni siquiera calificado directamente como blues, sino como raíces. El decía “estas son las raíces del jazz” y así como pasaba a esos pioneros pasaba pregones callejeros, cantos de iglesia, etc. Además, a través de lecturas que empecé a hacer de revistas que estaban escritas en inglés, que me compraba y que eran muy caras, inicié esa investigación que uno hace cuando se es adolescente, exista internet o no.

– Ahí aparece entonces la Biblioteca Lincoln como un verdadero oasis en el desierto…

– Exactamente, empecé a concurrir muy seguido a la Embajada de Estados Unidos, sacaba discos de ahí, me devoraba toda la información que traían. Eran libros que provenían de la Biblioteca del Congreso norteamericano, te podés imaginar lo que era eso. Yo estaba ávido, le dedicaba mucho tiempo y además estaba entusiasmado con el tipo de mensaje que yo intuía tenía todo ese tipo de música, dentro de lo que era la música popular de aquel momento. Mensaje que detecto, por ejemplo, en Bob Dylan, fue quien me muestra el camino. Los Beatles me gustaban, los Rolling me gustaban, tenía ya un poco de información de esas raíces, pero Dylan, perteneciente a una generación cercana y con un perfil identificable con el mío, me demostró que siendo un tipo formal y serio, como me creía era yo, podía dedicarse a la música desarrollando un compromiso. Una persona joven puede hacer letras, pude tomar actitudes, puede colocarse en un ángulo político diferente a lo convencional, puede divertirse y puede tener chicas, todo eso sin caer en lo frívolo sino haciendo algo que tuviera un sentido.

– ¿Qué papel jugó el Instituto Di Tella en toda esa movida musical que se gestaba en la segunda mitad de los años sesenta en el país?

– El Di Tella era más que nada un punto de encuentro. Tenía ese carácter de los centros culturales en los que el entorno es un caldo de cultivo fantástico. Un sitio donde la gente se reunía y se encontraba. El Di Tella en sí tardó muchísimo tiempo en apostar por lo que era el rock en ese momento, sobre todo el rock nacional. Se mostró muy cauto y a tal efecto yo tengo el catálogo del primer ciclo que organizó en su maravilloso teatro y que contemplaba tres conciertos de rock: Manal, Almendra y un grupo que surgía llamado El sonido de Hillber. Roberto Villanueva era el director dele departamento audiovisual del Di Tella y de alguna manera para cubrirse escribe algo así como “estos tres conciertos con grupos emergentes de música beat deben concebirse no como conciertos sino como una experiencia teatral. Lo que a nosotros nos interesa es investigar la relación que intuimos existe entre los actuantes y el público”. Estamos hablando del lugar que era la vanguardia y Roberto era un tipo de los nuestros, pero no ahí. El Di Tella sirvió como ámbito, era el lugar donde estábamos todos y donde existía una enorme y fructífera interrelación entre músicos, pintores, fotógrafos, escultores, gente que hacía música contemporánea que era lo que el Di Tella realmente sacramentaba, desde Ginastera en adelante. La plaza pública también era un lugar de encuentro como eran los bares, pero el Di Tella daba un marco que no te daban esos sitios. Aunque repito, tardó muchísimo en sacramentar, y cuando lo hizo, a partir de la presencia de gente talentosa que pertenecía directamente a lo que era el movimiento como Marilú Marini, Carlos Cutai, entre varios más, lo cierran. Fue entonces cuando se produce un desbande y casi toda esa gente se fue a Paris.

– Tu primer conjunto se llamó Bubblin Awe y se autotitulaban como el primer grupo psicodélico argentino ¿Qué recuerdos te quedaron de esa experiencia?

– Resultó algo fantástico. La formé con Daniel Armesto, que vivía en mi misma cuadra y con 16 o 17 años era alguien absolutamente despierto, eso que sucede en cierto momento con algunos jóvenes. Daniel fue quien en realidad supo introducirse en el Di Tella. También estaba Emilio Kauderer, de alguna forma mi “pata musical”, el tipo que me metió en el jazz, pianista y autor de música de reconocidas películas; el baterista era un compañero de colegio Nacional, y finalmente el primo de Daniel, que era guitarrista y lo obligamos a tocar el bajo. Todos teníamos mucha información, teníamos el lugar para ensayar, teníamos una cierta rebeldía burguesa, pero rebeldía al fin, y bueno, así armamos esa banda que se autoproclamaba psicodélica, sabíamos cómo era estéticamente pero no la practicábamos. Yo poseía una discoteca formidable por lo que mayormente hacíamos covers y así surgían canciones de Dylan, Hendrix, Cream, Vanilla Fudge, en fin. Además de contar con un servicio simultáneo de disc jockey, algo típico también. Con eso empezamos a animar las fiestitas los fines de semana y a ganar nuestra guita. Ahí fue cuando empecé a independizar mi corte de pelo atento a que mi viejo me obligaba a cortármelo y me daba la plata, por lo que entonces, como yo me ganaba mi guita, le empecé a decir que no. Eso fue un escándalo…(risas).

– ¿Cómo conociste a Miguel Abuelo?

– A Miguel lo conocí en la casa de Pipo Lernoud, alguien considerado como el ideólogo de los hippies. En ese momento vivía en su casa Miguel Abuelo, que venía del folclore y había sido introducido por Pipo como poeta en el ambiente de la Cueva. Miguel estaba formando en ese momento Los Abuelos de la Nada, me hizo el convite para grabar, para ser parte del grupo, pero yo no quería saber nada porque era un grupo pop y bueno, quería hacer otra cosa. Para ese entonces había conocido a Javier Martínez, estábamos planeando la idea de armar un grupo, aunque todo el mundo me decía que era muy difícil hacer algo con Javier. El tiempo fue pasando hasta que sucedieron una serie de situaciones que permitió que la idea finalmente cuajara. Lo que yo tenía en claro era que no quería estar en un grupo como el de Miguel. Y nunca me arrepentí de decirle que no, para nada. No lo tuve que ni pensar. Como tampoco lo pensó mi sucesor que fue Pappo. El siguiente tipo que aparece en escena después de nosotros, que descubre la música afro y que dice “quiero tocar blues”, fue Pappo. Y como te mencioné a Pipo (Lernoud), quiero agregar que era, y sigue siendo, un gran amigo mío, y el fue quien me dio la guita para que me comprara mi primera guitarra Fender. Yo venía usando una Superton, de factura nacional. El y su madre me dieron el dinero cuando se enteran que tengo que estrenar con Manal. Yo les dije que se lo iba a devolver algún día, y ellos me respondieron que no hacía falta: “hacé con esto lo que tenés que hacer” me respondió Pipo, quien me hizo firmar un papel, que aún tiene, donde decía simplemente que me había dado esa plata y cada vez que nos encontramos me lo muestra con mucha simpatía para que veamos que el pacto de alguna manera se cumplió.

– Siempre sostenés que el punto de partida del rock nacional se produce con la primera presentación en sociedad de Manal

– Sí, pero es algo personal. Para mí ese 12 de noviembre de 1968 fue el comienzo de todo. Es mi fecha. Ese día sucedió algo, y siempre lo cuento como anécdota, es una anécdota registrada, no es mentira. Sube al escenario Luis Alberto (Spinetta), llorando, y con esos gestos tan propios de él, nos dice “se dan cuenta chicos lo que empezó hoy”. El rock existía porque habían existido Los Beatniks, Los Gatos, que nos prestaron los equipos, no se inventó esa noche, pero esa vez fue el primer concierto de rock con las características de lo que hoy concebimos un evento de rock. Esto es, la mística, la gente, uno no iba a un concierto a ver tocar a un grupo, iba a reunirse con los afines e iba a enterarse de que era lo que estaba pasando. Y sin entrar en equivalencias religiosas, eso no me gusta, igual te diría que era como una misa, una congregación, un acto de fe. El lugar fue un teatro llamado Apolo que estaba en Avenida Corrientes al 1300, un sitio que se convirtió después en el cine Lorange. Fueron dos conciertos, el primero el día 12 y el otro el 27 de noviembre, organizados por Jorge Alvarez, responsable junto a Pedro Pujó del sello independiente Mandioca. También lo integraban Rafael López Sánchez y Javier Arroyuelo. La noche del debut, entre el público, estuvo toda la gente del Di Tella, con Marta Minujin a la cabeza, Leopoldo Torre Nilsson, David Viñas y los integrantes de Almendra, grupo que aún no había debutado.

– ¿Cuánto de decisivo fue el acompañamiento del sello Mandioca para dar esos pasos que abrieron el camino?

– En ese momento fue fundamental para nosotros. Probablemente hubiésemos encontrado un productor de CBS o de RCA para grabar porque teníamos una decisión inquebrantable en ese sentido, pero Mandioca era del palo, gente como nosotros que decidió hacer desde ese ángulo su aporte al movimiento del rock. Fue como una casa, algo así como una madre de los chicos. Realmente facilitó todo, no hubo que explicarles que gráfica tenían que hacer, como tenían que ser las fotos o que era la psicodelia. Insisto, pudiera ser que hubiera surgido todo sin la presencia de Mandioca, pero le brindó el marco, paternalizó o maternalizó lo que estaba sucediendo de una manera que fue clave para que en el país surgiera un movimiento importante como lo es hoy el rock, no solamente desde el punto de vista comercial y musical.

– El primer disco de Manal sigue siendo considerado 45 años después una de las obras fundamentales del rock argentino ¿el grupo duró el tiempo que tuvo que durar?

Sí. Era una combinación absolutamente inestable, yo digo que era un «trimonio». Esas combinaciones de tres que son totalmente variables, todo el tiempo dos contra uno, así siempre. Los tres con características muy distintas, tres tipos surgidos de situaciones muy diferentes, ya sean sociales o vivenciales. En el caso de Javier, que nació el mismo día que yo pero tres años mayor. Cada uno traía un entorno familiar y una forma de ser diferentes. Por un lado todo eso aportó una combinación perfecta desde el punto de vista de la identificación que el público puede lograr, teníamos una absoluta comunión en cuanto al gusto musical donde entraban el jazz, el rock, el blues, la experimentación, nos gustaba el free, y también había una comunión total en lo que refiere al deber que teníamos. Nosotros queríamos transmitir determinas cosas a través de la poesía, y mucho más con semejante poeta como Javier, un poeta lúcido, sutilmente realista, con dominio de idioma inexistente dentro de lo afroamericano y una voz imposible de imitar. Yo tenía también un lenguaje que nadie hacía y Alejandro poseía una técnica que no tenía nadie. Lo complicado estaba en la convivencia, siempre juntos durante los ensayos, lo mismo durante la primera etapa, pero después, cuando empieza a desarrollarse el grupo, cuando cada uno hace «rancho aparte», cuando hay un poco de guita y pasan dos o tres años, empezamos a tirar para el lado que nos convenía desde lo personal. Nos dimos cuenta entonces que ya estaba. Tal vez se podría decir que no fuimos lo suficientemente inteligentes para darnos cuenta de que teníamos en la mano algo muy valioso, sí, pero no podíamos estar juntos.

– ¿Y lo de la vuelta al ruedo del trío?

– El regreso fue de alguna manera propiciada por mí. Nos encontramos bien, con bastante ilusión y eso provocó que nos «engolosináramos», que pensáramos que podíamos seguir más tiempo, y finalmente caímos en la misma mecánica negativa de la primera etapa.

– Tu paso por La pesada del Rock and Roll también quedó marcado como impronta, no era fácil hacer música en ese contexto violento que se vivía en los años setenta

– Lo de La Pesada fue algo fabuloso en una época dura, en un tiempo donde empezaba a gestarse el infierno y la oscura noche que atravesó después el país. Estaba liderada por dos tipos muy inteligentes como Jorge Alvarez y Billy Bond, este último con un don innato para manejarse con los músicos y con el ambiente. Nació como un grupo abierto y después se consolidó como un grupo estable, con Kubero Díaz, Isa Portugheis, Jorge Pinchesvsky, Jimmy Márquez, Alejandro Medina, Billy y yo. Fue en ese momento cuando comenzamos a trabajar todos los días, a grabar nuestros propios discos, y tuvo un funcionamiento absolutamente racional desde el punto de vista del profesionalismo, no solo era algo espontáneo, salvaje y musical. Teníamos mucha libertad, por ejemplo la libertad con la que grabé mis discos nunca la volví a tener, no por que no me dejaron sino porque nuncae stuve inserto en un ambiente creativo tan rico como para generar las cosas que generamos con La Pesada. Considero que fue el nexo entre la primera etapa y lo que vino después, junto con Talent, el sello que surgió cuando quiebra Mandioca y Alvarez se queda solo. Ese núcleo continuó la tarea de protección y de búsqueda que tenía Mandioca, y en ese sentido La Pesada actuó como herramienta musical.

– ¿Con qué te encontraste cuando te fuiste a Brasil?

– Fue una etapa muy linda, me introdujo en otro tipo de música y principalmente en otra manera de vivir. Me vinculé con un montón de gente importante y pude tocar con varios de los referentes. Brasil me brindó un marco armónico, la armonía siempre me importó mucho y ahí la encontré. En cuanto a la música, bueno, totalmente diferente a la que conocía, a partir del vínculo con el jazz, por supuesto. Y la forma de vida fue especial y así sigue en mí, me extrajo de mi naturaleza de «héroe del rock» aquí a la situación de músico profesional con antecedentes que algunos conocían, pero donde me encuentro con que tengo que ser músico si quiero seguir viviendo jutamente de la música. Entonces tuve que dotarme y por primera vez surge el deseo de estudiar. Estando en Brasil fue cuando marché hacia Boston para cursar en la Berkeley, donde estudié un año.

– ¿Qué te ofrece España hoy?

– Una buena forma de vida, es un buen sitio para vivir. Hace 27 años que estoy y una vez por año regreso a mi país, es una necesidad. Cada gira para mí, esta fue la séptima, significa todo un acontecimiento. Me permite conocer una Argentina que no conocía, además de estar reviviendo una carrera, desarrollándola de una manera como nunca antes. Es un mes y medio, o dos meses, en los que estoy en mi país de una manera que no es turística sino que es profundamente vivencial, reemprendiendo de alguna manera un tipo de carrera que ya había descartado.

– ¿Cuál es tu mirada del rock argentino?

– Es casi nula. Conozco poco y si bien me llegan novedades o discos, escucho poco. Te diría que como escuchante de música actual soy un miserable. Preferentemente en mis días escucho aquella música que no me molesta, es decir, esa que me acompaña desde hace mucho. Por ahí pongo a Bill Evans mientras estoy comiendo, o me despierto, quiero hacer un trabajo y entonces pongo Pastoral de Ludwig van Beethoven, o si quiero un poco de swing a mi alrededor aparece B.B. King, música que me facilite ese momento. Pero más allá de esa mirada casi nula, tengo mi opinión formada. En España hago un programa de radio que es íntegramente de blues por lo que me obliga durante todas las semanas a escuchar mucho y armar dos horas. En esta última recorrida por el país conocí músicos buenísimos, hay muy buenas bandas y creo que el potencial es enorme, por lo que no se puede decir que la música que se hace es una mierda. Ahora, el mercado es mediocre, sucede en todas partes, pero aquí se ha mediocrizado mucho cuando en algún momento no lo era. Entonces yo no puedo juzgar el rock argentino a través de lo que se escucha por la radio. Este es un país lo suficientemente aislado para continuar necesitando crear cosas con colores propios, eso se puede lograr y se logra. No digo que hacen falta leyes, sé que se están consiguiendo, pero imponer que se pase determinada cantidad de música nacional no cambia la cultura, lo que la cambia es que exista una educación y una conducción del gusto de la gente hacia algo mejor. La responsabilidad de los gobiernos es mejorar el nivel cultural de los pueblos.

Discografía

Con Manal

«Qué pena me das» / «Para ser un hombre más» (sencillo), Mandioca (1968).
«No pibe» / «Necesito un amor» (sencillo), Mandioca (1969).
Manal, Mandioca (1970).
«Jugo de tomate» / «Avenida Rivadavia» (sencillo), Mandioca (1970).
«Doña Laura» / «Elena» (sencillo), RCA (1970).
El León, RCA/1971.
Manal compilatorio: tiene temas de El León, sencillos e inéditos, RCA (1972).
Manal álbum doble compilatorio: tiene temas del primer disco, sencillos más algunas pistas in-editas, Talent/Microfón (1973).
Reunión, CBS (1981).
Manal en Obras, Tonodisc (1982).
Cronología (Temas de El León con bonus tracks), RCA (1992).

Con La Pesada del Rock and Roll

Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll: Tontos (Operita), Music Hall (1972).
Jorge Pinchevsky, su Violín Mágico y La Pesada, Harvest/EMI (1973).
Kubero Diaz y La Pesada, Music Hall (1973).
Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll Vol. 4, Music Hall (1973).
Alejandro Medina y La Pesada, Music Hall (1974).
La Biblia, con el Ensamble Musical de Buenos Aires, Talent/Microfón (1974).

Como solista

Claudio Gabis y La Pesada, Microfón (1973) (reeditado por Sony-BMG en CD).
Claudio Gabis, Microfón (1974) (reeditado por Sony-BMG en CD).
Claudio Gabis y La Selección, Convocatoria I, Warner/1995.
Claudio Gabis y La Selección, Convocatoria II, Warner/1997.
Claudio Gabis Convocatoria, álbum doble, dos bonus tracks con La Mississippi, DBN/2000.
Claudio Gabis en el Salón Blanco, Presidencia de la Nación, DVD 2007.
Convocatoria, reedición álbum doble, dos bonus tracks grabados en Madrid, Fonocal 251/2 2013.

Con La Nave

Cuenta regresiva, MH/1987

Colaboraciones con otros artistas

El Grupo de Gastón, «Oasis» primer LP, CBS, 1968.
Los Abuelos de la Nada, «Diana divaga», primer simple CBS. 1968
Ciro Fogliatta, «Música para el amor joven» LP RCA, 1969.
Moris, «Treinta minutos de vida», LP Mandioca. 1970
Johnny Tedesco, «Gata de la piel oscura», simple, RCA, 1970.
Raúl Porchetto, «Cristo Rock», LP, Microfón, 1972.
Sui Generis, «Vida», LP, Microfón, 1973.
Donna Caroll, LP, Microfón, 1973.
La Banda del Paraíso RCA, 1973.
David Lebón, «David Lebón», primer LP, Microfón/1973.
Ney Matogrosso, primer LP, Continental Brasil, 1975.
Marcos Resende e Index, primer LP, Phillips Brasil, 1978.
Marcos Resende e Index, «Projeto Trindade», Film y LP, 1978.
Charly García, «Cómo conseguir chicas», LP.
Miguel Abuelo, «Buendía, día», LP.
Charly García, «La Hija de la Lágrima», LP.
Charly García, «El aguante», LP.
Los Lunes, LP
David Broza, «Isla Mujeres», LP, DRo (Warner) 2000.
«Dana», LP
Alex de la Nuez, LP
Cristina del Valle, «El Dios de las Pequeñas Cosas, LP EMI 1999.
Ciro Fogliatta and The Bluesmakers, Live at Barcelona LP Sara Records.
Ciro Fogliatta, «Miss Parrot», LP Melopea 2003.
Antonio Birabent, LP Subterfuge Recordsa 2000.
Pajarito Zaguri, «En el 2000 también», LP Utopía 2000.
Pajarito Zaguri, El Mago de los Vagos, LP Utopía.
Claudio Tadei,»Para el Sur el Norte está lejos», LP.
León Gieco, «Por Partida Doble», LP, EMI 2001.
«Al Maestro con Cariño, Homenaje a Spinetta», LP, Sony-BMG.
Jorge Senno, «Barraca Peña». LP Docksound Records 2001.
Jorge Senno, «Blues desde el fin del mundo», LP Docksound Records 2006.
Ñaco Goñi, «Blues con los Colegas», LP NG 2006.
José Luis Pardo & The Mojo Workers, LP 2007.
Joe Vasconcelhos, LP Discos Autor (SGAE), 2009.
Andrés Calamaro, «Andrés», DVD, Warner 2009.
Javier Vargas Blues Band, «Comes Alive with Friends», DVD 2009.
«Guardado en la Memoria, «Homenaje a León Gieco», 2009.
Andrés Calamaro, «On the Rocks», DVD, Warner 2010.
Gustavo Gregorio, «Rock Argentino en Estado Sinfónico», CD, Grammers 2016.

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Autor

Raúl Bertone