Voces que sanan: el legado de Pichon-Rivière revive en la Psicología Social de La Pampa


Cada 25 de junio, Argentina celebra el Día del Psicólogo Social , una fecha para recordar a Enrique Pichon-Rivière, quien revolucionó la forma de entender el sufrimiento colectivo. Desde General Pico, profesionales como María Virginia Figal continúan su legado, enfrentando desafíos y llevando la ética del vínculo y la transformación social a barrios y comunidades, demostrando que sanar es un camino que se transita siempre junto a otros.

Cada 25 de junio se celebra en Argentina el Día del Psicólogo Social, en conmemoración del nacimiento de Enrique Pichon Rivière, el psiquiatra y pensador argentino de origen suizo que fundó esta disciplina en el país y revolucionó la forma de pensar la salud mental, los grupos humanos y los vínculos sociales.

Pichon no hablaba de «pacientes», sino de personas en situación. No se limitaba a analizar síntomas, sino que se metía en las tramas invisibles del sufrimiento social.

La Psicología Social argentina nació como una herramienta de transformación. Porque no alcanza con diagnosticar: hay que intervenir. Porque el sufrimiento no está sólo en el individuo, sino en la red que lo sostiene o lo ahoga. Porque sanar no es adaptarse, sino encontrarse con otros para cambiar el mundo juntos.

Ser Psicólogo Social no es simplemente una profesión: es una forma de estar en el mundo, con una ética de lo colectivo, una escucha que va más allá de lo individual y una mirada que ilumina lo que la sociedad muchas veces prefiere ocultar. Hoy celebramos a quienes abrazamos esta tarea con compromiso, creatividad y entrega, en barrios, escuelas, cárceles, hospitales, comedores, cooperativas y espacios comunitarios. A quienes seguimos creyendo que otro lazo social es posible. En General Pico nos recibimos tres compañeras, Beatriz Buffa, Marina Torres y yo, Maria Virginia Figal , algunas más en Santa Rosa que no recuerdo su nombre, en la Escuela de Psicología Social del Sur, bajo la dirección de Gladys Adamson, en Quilmes.

Corría el año 2001 y el país estaba sumergido en tiempos alterados como ya sabemos. Comenzamos a organizarnos para tener un Colegio o Asociacion que nos nucleara, y tuvimos impedimentos por parte del Colegio de Psicólogos de la Pampa, quienes se manifestaron en contra de nuestro trabajo en el campo, y que irrumpiríamos la intervención de ellos. Ni siquiera nos tomaron el título en Educación donde muchas de nosotros nos desarrollamos. Entonces decidimos llevar a la práctica los saberes en los lugares de trabajo, en mi caso en Educación, para comprender los grupos e intervenir, las otras compañeras en su trabajo. No había energía para luchar, teníamos que seguir implementando estos saberes, todas en situacion de poblaciones vulnerables Hoy en día siendo parte de APPSA, me enorgullece saber que los compañeros de Santa Cruz, Mendoza y Chaco han obtenido la matriculación correspondiente para ocupar cargos interdisciplinarios sin ningún problema

Esta tensión latente —a veces explícita, otras silenciada— entre algunos sectores de la psicología clínica tradicional y la psicología social, no es nueva ni casual nace de diferencias profundas en la concepción del sujeto, del abordaje del sufrimiento y, sobre todo, del lugar que se le da a lo colectivo en los procesos de salud. Mientras la psicología clínica, en muchas de sus vertientes, tiende a centrarse en el individuo, sus síntomas, su mundo interno, la psicología social parte de otro paradigma: entiende que no hay «yo» sin «nosotros», que el sufrimiento no es solo individual, que la historia, el contexto, la clase, el género, el barrio y las condiciones de vida dejan marcas en el alma. Tal vez porque la psicología social incomoda. Porque no se queda en el consultorio. Porque va al barrio, al grupo, a la escuela, a la fábrica, a la plaza. Porque no diagnostica desde arriba, porque apuesta a la transformación colectiva.

No se trata de una guerra de egos, ni de una competencia absurda por ver quién «cura» mejor. Se trata de entender que los abordajes pueden ser complementarios, pero también que hay un poder en disputa: el poder de definir qué es salud, qué es locura, qué es intervención. Y desde la psicología social, esa definición nunca se hace sin los otros.

“Cuando el otro no es un objeto a salvar, sino un sujeto con historia, empieza el verdadero encuentro.» – Pichón-Rivière

Rondas en Tierra Nueva. Una tarde, en Tierra Nueva, me esperaban cinco chicos que no me conocían. Uno con gorrita, otro en ojotas en pleno invierno. Dos habían estado en conflicto con la ley. Otro no hablaba casi nada. Me dijeron que estaban “por portarse bien”, que era parte del acuerdo. Yo llevaba mate, unos marcadores, y cero certezas. —¿Vamos a hacer terapia o qué? —dijo uno, con tono desafiante.

—No. Vamos a hablar si quieren. Si no quieren, también se vale. Silencio. Les doy una consigna grupal : escribe quien quiere Después uno agarró un fibrón y escribió en la pizarra: “MI VIEJA NO ME ESCUCHA”.

Otro puso debajo: “A MÍ ME SACARON DE CASA PORQUE MI HERMANO ME ACUSÓ”.

Y así, sin querer, habíamos armado una ronda sin sillas. Una ronda en las paredes. Yo no preguntaba. Solo devolvía. Escuchaba. Nombraba. Hacía preguntas que no exigían respuestas.

Ese día uno me dijo: —Usted no es como los otros. No vino a decirnos qué hacer. Y el más callado, el de las ojotas, al irse, me alcanzó un papelito doblado. Decía: “Gracias. Hoy no pensé en morirme.”

Eso es ser Psicóloga Social. Estar. Acompañar. No salvar. No tutelar. Estar en la intemperie del otro con el cuerpo disponible y la cabeza entrenada. Porque en estos territorios —donde el Estado llega tarde, donde la palabra suele ser castigo o expediente—, nosotros llegamos con otra cosa: con mirada compleja, escucha activa y respeto profundo por la historia de cada sujeto. Hoy, más que un festejo, es un recordatorio: Que no estamos para juzgar, sino para construir sentidos. Que no traemos soluciones empaquetadas, sino preguntas que abren grietas por donde puede colarse un poco de luz. Por Pichón, por cada ronda en barrios olvidados, por cada piba o pibe que me enseñó a no dar por perdida ninguna historia.

Por Virginia Figal

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Autor

Eduardo Senac