Crónica del desencanto: cuando la urna ya no convoca

Desde la Psicología Social, una mirada al desinterés ciudadano

Una escena barrial que lo dice todo:

—¿No va a ir a votar, Don Tito? —pregunta la verdulera, mientras acomoda unas cebollas en el cajón azul.

—¿Para qué? Si ya sabemos cómo termina —responde él, sin rabia, casi con resignación, mientras se rasca la gorra y pide un cuarto de bananas. Es domingo al mediodía en el barrio de Floresta. La escuela de la vuelta está abierta, pero las mesas están vacías. Solo un par de docentes se asoman al portón, buscando algún movimiento en la vereda. No hay bocinazos, no hay alegría. Hay silencio. Un silencio que, más que calma, trae la mueca del desencanto.

El sujeto activo, hoy suspendido ¿Dónde están los votantes? ¿Qué pasó con esa trama invisible que nos hacía sentir parte de algo mayor? Desde la Psicología Social, Enrique Pichón Rivière habló del “hombre como sujeto activo en su contexto”, capaz de transformar su realidad en relación con los otros. Ese sujeto, hoy, parece suspendido. Encerrado en su mundo inmediato, su burbuja rutinaria, su lucha por sobrevivir en una economía hostil. «Participar es asumir activamente la realidad, no para adaptarse pasivamente a ella, sino para transformarla», escribió Pichón. Pero para muchos, participar no transforma nada. No mejora lo cotidiano. No garantiza comida, alquiler, ni justicia. El voto se vuelve carga. Crisis de representación y discursos de odio.

El vínculo representado/representante está roto. Las campañas sucias, los discursos de odio en redes y medios, el espectáculo político como montaje de cinismo, han erosionado la confianza. La política, convertida en reality show, aleja. Ya no interpela ni emociona. La confusión entre lo verdadero y lo falso se instaló como normalidad. Y el ciudadano se retira, no por apatía, sino por agotamiento. La abstención como protesta muda.

No se trata de “gente desinteresada”. Se trata de una sociedad cansada de no ser escuchada. La abstención es una forma de grito mudo. Una forma de decir “no me representan” sin romper nada. Participar exige sentido. Y hoy, ese sentido está en crisis. Otras formas de participación siguen vivas.

A pesar de todo, hay brotes. En los comedores, en los centros culturales, en los feminismos de base, en las redes de cuidado. Donde la política formal no llega, la comunidad responde. Tal vez haya que volver al cuerpo a cuerpo, al mate compartido, a la conversación sin bajada de línea. A la pregunta abierta: ¿qué país queremos construir, aún en la disonancia? Reparar el lazo roto.

No votamos solo por candidatos. Votamos por una idea de comunidad. La urna no convoca sola. Convoca la palabra. Convoca el vínculo. Convoca la posibilidad de imaginar democracia más allá del trámite. Tal vez sea hora de dejar de esperar salvadores. Y como dijo Pichón, asumir activamente la realidad, no para adaptarse pasivamente a ella, sino para transformarla. Desde abajo. Desde cerca. Desde donde todavía late la esperanza.

Por María Virginia Figal Profesora y Psicóloga Social  

Compartir

Autor

Eduardo Senac