Intensa resultó la actividad desarrollada en el GEP durante el fin de semana gracias a la visita de la escritora, educadora e investigadora Elda Durán, quien dejó a su paso un sinfín de sensaciones y replanteos tras el desarrollo de dos temas viscerales como los derechos de la mujer y su actual posición en la sociedad y el otro, que claramente fue más que un tema, que fue ante todo una perspectiva de su corazón, el de los pueblos originarios.
El primer punto se habló el viernes, siempre en la Casita de los Escritores de Avenida y calle 19, y regresó al tapete la vida y obra de mujeres luchadoras como Cecilia Grierson , Julieta Lanteri, Alicia Moreau, Eva Perón, y de otras menos populares pero que sembraron sus derechos a los cuatro vientos, como Eleonora Cayulef, Liliana Ancalao, Luisa Calcumil o Beatriz Pichi Malén.
La charla se tituló “Mujeres en el tiempo”, y una de las frases de apertura fue en realidad un dato estadístico, el cual indica que hoy por hoy las mujeres perciben un 30 % menos de salario que un par masculino. A partir de allí lo demás son inferencias, tal vez quizás con la excepción de otro dato ilustrativo (aunque en esta oportunidad respecto al historicismo de la mujer) en épocas de matriarcado, y su vertiginosa pérdida de posición social.
Elda Durán, neuquina, de un sur patagónico donde los pueblos originarios tenían mayor presencia y que se grabó a fuego en su memoria, presentó ya el día sábado una reedición del “Amuyú Kudehue, juegos para seguir jugando”, una recopilación de juegos del pueblo mapuche. Cabe señalar que la investigadora, que actualmente reside en Río Cuarto, nació más precisamente en Las Lajas, muy cercana a la comunidad mapuche La Huitrera, y compartió sus primeros años de vida con los mapuches. De todos modos ese principio de historia continuó su desarrollo a lo largo prácticamente de todo su tiempo y a través de indagaciones, documentaciones y fundamentalmente difusión de lo que sucedió con los pobladores iniciales de nuestra patria. Para eso Durán utiliza su memoria profunda, abundante en anecdotarios que no son inocentes, porque despiertan más que nada un real interés por lo que pasó y lastimosamente sigue pasando.
Es decir que los asistentes fuimos introducidos abruptamente en un mundo muy poco conocido por la mayoría pero que bien visto, guarda tanta o más sensibilidad que el nuestro. Era costumbre en los mapuches escuchar los sonidos en los vientres de las embarazadas para ir componiendo una canción, que sería única al seguir los ritmos particulares de su desarrollo fetal, y que se la aprendía todo el pueblo para homenajear el nacimiento. Cuando un mapuche ya adulto delinquía, asesinaba, o se desviaba de su curso natural de vida, en lugar de juzgarlo lo reunían con su pueblo y se le cantaba su canción particular, para que recuerde quién y cómo era en su profundidad.
Durán, además de acercarnos anécdotas sobre usos y costumbres, comparó los lenguajes diciendo que “el mapuche es como una cordillera andina al lado de un monte si se lo asemeja con el castellano”. Es que así como los incas, los aztecas y los mayas dejaron un legado arquitectónico, los mapuches dejaron su magnífica lengua, llena de connotaciones y vocablos muchas veces dirigidos a explicar mejor la interioridad del hombre y su alma.
Los juegos de los niños mapuches en tanto, y siempre ilustrados por la autora del “Amuyú…”, eran un instrumento para desarrollarse física y socialmente, diseñados para ayudar en los desempeños de la vida adulta. Además se hacía hincapié en la necesidad de hermanarse dejando la competencia de lado, y lo que no es menos importante: jugar no era una actividad exclusiva de la infancia, si no que era una ánimo que se seguía hasta la vejez.
Particular impresión causa otra de las viejas costumbres mapuches. Cuando un niño moría era enterrado junto a sus juguetes. Si algún miembro de la familia tenía pesadillas con el niño difunto, representaba un reclamo de ultratumba: quería más juguetes, más atención de los que seguían aquí, recordándoles posiblemente, que no se olvidaran de habitar poéticamente la tierra.
La presentación terminó con una nana mapuche cantada por la propia Elda Durán, emocionada y con sus recuerdos de infancia a flor de piel, mostrando un gran cariño para con las palabras y sus memorias, como si estas últimas fueran pequeños oasis en el desierto, o en el destierro de la vida adulta, y diciéndonos que en la brújula de su corazón su norte sigue siendo el sur.
Elda Durán o el corazón profundo de los mapuches
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