Aromas de manzanillas – Susana Vaquero
En la presente entrega de la Biblioteca de El Lobo Estepario, subimos el libro que Susana Vaquero presentara en el invierno pasado en la Biblioteca «Estrada». Adjuntamos además, la nota publicada oportunamente para contextualizar a este «Aromas de manzanillas», tan cercano a nuestro General Pico y a una época que aún no cicatriza sus heridas. Buena lectura para todos.
Susana Vaquero vuelve a Pico con una sorpresa
Susana Vaquero es psiquiatra, pero entendió que si hay que de algún modo regresar, si hay que luego combinar esos recuerdos y darles una historia propia para que tomen un curso imprevisible y eterno, lo mejor es tratar con la literatura. De ese intento salió su primera novela “Aromas de manzanillas”, un libro un tanto sorpresivo. Susana es piquense, estudió en el Departamento de Aplicacion del Normal , “luego fui al Nacional y de ahí me vine a La Plata a estudiar medicina “, nos cuenta. Y allí se quedó, allí armó su familia y sus amores y este libro que está escrito en el contexto sociopolítico de los años 70´, al momento en que Perón regresa a la Argentina. Julia, José y Luis, los personajes centrales de esta historia irán descubriendo el amor, la amistad y la ideología inmersos en un país que estaba cambiando profundamente. “Los tres jóvenes tienen carencias afectivas en común –añade Vaquero- , y se encuentran y se entrecruzan en la facultad de Letras, cuando Perón esta por regresar.” Y cada uno proyecta en esa figura algo y parten a esperarlo a Ezeiza. La historia comienza en París, y el relato va retrocediendo a esa fecha. “No es una novela política –aclara- , sólo es una excusa para narrar”. Se escribió que “Aromas de manzanillas” es un libro sorpresivo, por llamarlo de algún modo. Ante todo está el título, que podría considerarse cursi a primera vista, pero luego la narración justifica su nombre. Está el diseño gráfico que no resulta convincente, además de tener letras demasiado grandes, lo que recuerda inmediatamente a esos libros también cursis hechos por “editoriales buitres” por mencionar un término de moda, y sin embargo todo queda en una errónea primera impresión y cada detalle se justifica una vez más, incluso la libertad que tuvo Vaquero para narrar y componer a sus personajes, los cuales adquieren página a página la suficiente solidez no sólo como para ser creíbles, sino además lograr cierta profundidad psicológica: “seguramente y de forma inconsciente debe haber una influencia , aunque uno no lo quiera , treinta y seis años de oficio en la psiquiatría se cuelan por algún lado “, reconoce, mientras que para ambientar los lugares “me base en pueblos y ciudades que conozco o conocí y las adapté a la trama”. Y precisamente allí sus reminiscencias sobre General Pico resultan ineludibles. Otra sorpresa que nos trae “Aromas de manzanillas” es que nos habla, tal como venimos anticipando nosotros y corroborando la propia autora, de enfervorizados ideales políticos, pero de enfervorizados ideales políticos auténticos y honestos, tan de otra época. Era difícil suponer de antemano que tratar este tema justamente en este tiempo de hipocresía y corrupción era poco menos que un suicidio literario. Es decir, ¿cómo ponernos en situación, en la carne y la piel de aquellos que equivocadamente o no participaban sanguíneamente y desde el solo interés idealista de un país mejor cuando la sensación, después de prender la tele en 2014, es que semejantes episodios sucedieron siglos o milenios atrás? “Es difícil comparar ideales –nos ayuda Susana-, los setenta eran épocas de convulsión latinoamericana. Ahora las sociedades son ´liquidas´ como diría Bauman y la juventud queda atrapada en el mundo virtual, pero ideales hay siempre, corridos quizás a otros temas por la influencia capitalista, y además el desencanto de los adultos influye bastante en la juventud”, indica con fuerza, finalmente, con la misma fuerza que la ayudó a no suicidarse literariamente. Y es que en ese sentido hay muchos aciertos. La narrativa de Susana Vaquero es fluida, tiene buena respiración y combina la acción con la descripción en proporciones equilibradas, otra sorpresa teniendo en cuenta que es su ópera prima. Las líneas de tiempo están bien marcadas y no hay lugar a la confusión, toda una dificultad a sortear cuando hay anacronismos. Quizás puede marcarse como un error que los tres personajes, a su turno, nos hablan en primera persona, y el tono confesional y la sintaxis individual no varían entre relato y relato, salvo por las circunstancias sentimos que es siempre la misma voz la que nos habla, aquello que tan bien nos enseñara William Faulkner en “El ruido y la furia”, cuando varios personajes cuentan el mismo hecho con lenguajes muy distintos entre sí. La última sorpresa que guarda este libro es que el notorio placer por narrar de Susana se transmite a sus lectores como un puente tangible, fácil de cruzar. Este tipo de cosas sólo sucede cuando un escritor sabe muy bien lo que está haciendo, y con su mano tutelar, inteligente y disimulada, nos acompaña hasta el fin.