Desafío: ¿Qué viene después del final feliz?

Todo final feliz, en la cultura contemporánea, se concibe como un cierre infantil. “De cuento de hadas”. En la literatura los finales felices comportan una ingenuidad muchas veces identificada con la estulticia. Siempre es más respetado un argumento complejo que acabe en tragedia, drama o destrucción.

Carl Jung, quien acuña el concepto de “inconsciente colectivo”, podría explicar este fenómeno a través de un arquetipo fundamental que parece vivir en la conciencia de todo hombre. Toda aventura existencial supone una pérdida del equilibrio inicial que motiva el movimiento interior. Mientras nos movemos en el ámbito de la satisfacción, la conciencia faena en favor de la conservación de las condiciones. Su extensión en el tiempo y en el espacio (expansión) es el signo, la necesidad connatural, que despierta el equilibrio. Sin embargo, el solo corrimiento de los límites de alcance —la búsqueda de la expansión—es ya un factor de desequilibrio. Del desequilibrio nace, entonces, el desafío.

¿Qué es el periplo del héroe?

El orden original del universo, de pronto, se altera. El cambio determina una incomodidad que es preciso subsanar. Quien tiene talla de héroe recoge esa “incómoda” invitación y se aventura en un viaje transformador. Es, lo que la historia de la literatura ha dado en llamar “el viaje del héroe”.

La Odisea de Homero es, tal vez, el texto más prístino que revela esta estructura. Pero para quienes creen que este esquema es esencial en el ser humano, el cine y la literatura habrán de reeditar lo mismo una y otra vez.

Para Jung este esquema que comienza con la partida hacia zonas desconocidas, si no se trunca en medio, redundará en el regreso a la fuente. Un regreso que, en sí mismo, restablecerá el orden. No será idéntico al orden perdido. Eso es una consecuencia inevitable. Sin embargo, habrá de hallarse un equilibrio diferente. Más maduro. Más sabio.

Para Joseph Campbell ese periplo que parte de la pérdida del orden y se aventura en un viaje tanto físico como espiritual, es el responsable de toda evolución, aplicable no sólo a los individuos, sino también a las sociedades.

El valiente sale, atraviesa escollos, aprende de errores, soporta presiones, pierde la confianza en sí mismo, se deja caer, se arrepiente, se perdona, cobra conciencia, encarna la resistencia, alimenta la fuerza, enfrenta los fantasmas, y restablece la confianza en su propia dignidad, pero también comprende su pequeñez y abraza la fe en un universo invisible que opera en su favor, el mejor antídoto contra la soberbia. Con todo ello regresa al punto de partida, transformado, enriquecido, consciente —como nunca antes— de sí mismo. El orden que restablece en el mundo exterior es solo una expresión más del equilibrio interior que ha conquistado.

Cuando una historia en el cine alcanza el final feliz genera una satisfacción altamente gozosa, porque, en definitiva, no es otra cosa que el regreso. Que el final del periplo del héroe, que el logro y el restablecimiento del orden.

Sin embargo, en su propia presencia, está el germen de la destrucción. Como en nuestra propia humanidad está el germen también de nuestro propio final. “Entropía” se nombra aplicado al Universo.

Si se perpetuara el estado de felicidad, fatalmente nos aburriría. Sería la expresión de un paraíso quieto, desestimulante y, en fin, monótono y sin desafíos. Esa perspectiva no estaría respetando la verdadera naturaleza de un ser inteligente, consciente de su necesidad de evolución, de conquista interior, de curiosa indagación…

Sería, en suma, la síntesis de lo contrario a la aventura vital. El antónimo de la vida.

¿Qué viene después de un final feliz? Pues nada. Nuevas aventuras, historias diferentes. Cuanto más diferentes, mejor.

El final feliz, entonces, sólo puede subsistir si la historia no continúa. ¿Hace falta que lo expresemos como sentencia? Pues entonces, hagámoslo:

“Feliz solo puede ser el final.”

Por Gisela Colombo

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Autor

Eduardo Senac