Por Dardo Cuellar
Seguro que es una historia quizás como tantas, esas que guardamos y que quedaron en nuestra memoria sin respuesta, y los que tenemos algunos años sabemos que algunas cosas no tienen respuestas, simplemente son. Hace unas noches soñé y me desperté, no sé si soñé con esto, lo que si sé, es que volvió a mi mente la imagen de un hombre que vi hace muchos años, colgando su cuerpo de una soga que tirábamos todos para proteger un santo en una procesión.
Era 1979, yo tenía 16 años, estudiaba en un colegio de salesianos, mañana y tarde, salía a la mañana y regresaba a la tarde casi de noche y a veces después de las 22 hs., era muy exigente la escuela industrial. Los fines de semana no tenía muchas amistades por estar toda la semana en San Isidro, y yo vivía en Don Torcuato. Alguien me comentó de una iglesia que tenía un grupo de jóvenes que se juntaban a hablar, leer y cantar, eran chicos y chicas, me acerqué a formar parte y hacer amigos, el que los guiaba era un cura llamado Francisco, hombre mayor casi anciano tal vez para los ojos de un joven de 16 años.
Nos sabíamos trenzar en profundas charlas en cuestiones de Fe. Una vez le pregunte cómo hacían los chicos para estar tan alegres. ¿O cómo era? Porque sentía que miraba una fiesta donde bailaban, saltaban y yo no podía ni bailar ni entender el motivo de su alegría, cosas de un pibe. Pero hubo un día donde el cura entusiasmado por el proyecto que tenía, decía “cómo no estar contento y entusiasmado, mirá cómo va la construcción de las viviendas, para los peregrinos con la ayuda de vecinos y esfuerzo de muchos estamos cerca de traer la imagen del santo de Mailin”. Cuando llegó el momento nosotros éramos la mano de obra para cuidar la entrada de la gente e indicar los baños que aportaban los vecinos y dar los permisos de ingresos, después vender caramelos, a mí me tocaron los pirulines.
Empezó un viernes, creo que era en mayo. Llegaba gente de todos lados, el Gran Buenos Aires, el conurbano, la mayoría trabajadores y barrios con alguna villa miseria, mucha gente de las provincias: Corriente, Chaco, Misiones y también paraguayos, pero este santo era traído de Santiago del Estero, así que eran muchísimas las familias santiagueñas que llenaban la plaza de la iglesia Guadalupe del barrio Villa de Mayo. Las familias se agrupaban en carpas, algunas en las viviendas para los peregrinos y se armaron ventas de asado, chorizos, empanadas, tortas y alcohol sin faltar las guitarras y el folclore. Todo el día y la noche del sábado, ya para el domingo a la mañana, amaneció lloviendo, era un barrial con toda esa gente.
Como a las 6 de la tarde nos indica el sacerdote para comenzar la procesión, nosotros sosteníamos unas sogas inmensas, otro grupo llevaba el santo cubierto por un cristal. Cuando salimos la muchedumbre que se lanzaba a querer tocar el santo era inimaginable, se amontonaban sobre nosotros y la soga que estirábamos haciendo un cordón impedía que tiraran el santo y a todos.
Cuando emprendimos la recorrida, por el barro y el agua se hizo cada vez más intransitable. Un hombre saltó, estirando su mano, totalmente borracho con su camisa afuera, quedó colgado de la soga y cuando enderezamos de la curva, lo arrastramos por el barro y agua. No se desprendía y tenía los ojos blancos desorbitados, sus manos en desesperación queriendo llegar al cristal del santo.
Esa fue la imagen que me visitó hace unas noches y me puse a escribir como trayendo esa historia, busqué información, encontré que el santo es una imagen que se supone trajeron los españoles y quedó en el monte santiagueño y no saben quién, o si quizás fueron indígenas, que la dejaron en un algarrobo y fue ahí que, brillando de noche, la vio Don Juan Serrano en 1870 y la llamaron EL SEÑOR FORASTERO. Desde entonces se venera todos los años, y los curas católicos construyeron una capilla. El pueblo es de 1200 habitantes y según diarios de Santiago se concentran cerca de 200.000 personas todo el fin de semana y es imposible impedir la venta de alcohol. Los lugareños esperan esta celebración para su sustento, al leer esto recordé mi historia tan similar y cargada de preguntas: ¿Qué es la Fe? El apóstol Pablo en la carta a los hebreos escribió hace más de 2000 años hebreos versículo 11 –capituló 1: “Es, pues la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”
¿Dónde está Dios?
Te encontró en tierras lejanas de Santiago del Estero
un anciano llamado Juan Serrano en 1870.
Brillando en un algarrobo
fuiste llamado: El señor forastero.
Adoraron tu imagen en búsqueda de manantiales milagrosos
que todavía seguimos buscando.
Es ahí la casa del peregrino decía el cura
señalando unas viviendas,
orgulloso de lo que el pueblo creía y construía.
Son para el caminante sin lugar donde pasar la noche.
Y la gente se acunaba
entre guitarras, humo y alcohol, noche tras noche.
Aferrados a sogas que sostengan su fe,
arrastrados por el barro, embebidos y enajenados de todo sentido.
¿Qué buscan?
¿Qué es?
¿Qué credo anhela nuestra alma?
Tenías tus ropas colgando y tus ojos fuera de sus orbitas,
quimera de ese hombre que vi,
estirando sus manos queriendo tocar el cristal del santo de Mailín.
¿Dónde está Dios?
¡Grita, grita vive en hambre!
Gritando sin poder abrir la boca.
Ni pronunciar el nombre de quién sostiene tu clamor.
Y tal vez no sea nada,
sólo una brisa pasajera.