El sol entra por la grieta.
Como el deseo animal que es imposible detener.
Así la melodía nocturna en si bemol menor de Chopin,
en una pequeña parte el juego sublime de sus notas,
me regresa a un tiempo que no tiene tiempo.
Soy un niño escapando al techo,
buscando las estrellas, las nubes.
Porque no entendía el dolor de saber, sin saber.
¡Que no te vería nunca más!
Es el brillo que escapa inundando,
una parte que quedó en el fondo de un aljibe.
Ya no es dolor, solo es el desamparo herido
que vive dentro de mis ropas,
que vuela a ver el eco de ese grito
reflejado en el agua estancada.
Brillante es la imagen
confinada
del rostro del niño.
Por Dardo Cuellar
Fotografía: Federico Lederhos