Cine: La chica de nieve
Por Gisela Colombo
La chica de nieve es una serie española que recrea la historia del libro del mismo nombre de uno de los autores más taquilleros de España, Javier Castillo.
Ésta no es la primera puesta en escena. La ficción, que vendió más de cien mil ejemplares en su edición de Random House, fue llevada a la pantalla por una producción estadounidense que la adaptó a su geografía. Aquí, fiel al texto, en cambio, la acción ocurre entre Málaga y un sitio rural cercano.
En esta versión española, la obra ha sido adaptada para la pantalla por Jesús Mesas y Javier Andrés Roig y dirigida por David Ulloa y Laura Alvea, para la productora Atípica Films.
Cuenta la historia de Miren Rojas (Milena Smit), una periodista debutante que viene intentando recuperarse de un hecho traumático. En una celebración urbana para la Epifanía, un seis de enero, Amaya Martín, niña de cinco años que había acudido con sus padres al evento callejero, desaparece en un descuido del padre. La madre, que es médica (Loreto Mauleón), y un padre desesperado comienzan a buscar a la víctima sin perder más que un par de segundos. Pero Amaya se esfuma inexplicablemente. La búsqueda durará mucho más que ese día fatídico. Nada menos que nueve años. Miren, la periodista auxiliada por su profesor (José Coronado) será quien realice su propia investigación, quien se obsesione con el padecimiento de los padres y lo que imagina es fuente de dolor para la niña. Mientras lo hace, en esos años que pasan, va procesando su propia herida. Entretanto, la investigadora de la policía malagueña, Belén Millán, a quien conoce muy bien Miren porque ha actuado también en los hechos que la traumaron, lleva adelante la investigación oficial. Los datos que van consiguiendo ambas se confunden y complementan. Algunas de las intervenciones de los padres en el relato denuncian la desolación que los sume y los separa también. Pero habrá de llegar el quinto de los seis episodios para que la verdadera explicación comience a dibujarse.
Como en “Estudio en Escarlata” de Conan Doyle, en medio del relato hay un quiebre que plantea una nueva perspectiva, desde los ojos de los victimarios. Ambas visiones evolucionan hasta fundirse en el final. El extrañamiento del espectador tarda lo justo para no desinteresarlo.
La resolución es creíble, abrupta en la medida justa que impone el género, sin Deus ex machina que le arrebaten la verosimilitud o el ritmo ideal que lleva la ficción.
La serie tiene seis episodios de unos 45 minutos. El elenco se completa con algunos actores emblemáticos que le suben el nivel al casting. Tal es el caso de José Coronado, de Aixa Villagrán, Tristán Ulloa, Julián Villagrán, Raúl Prieto y Cecilia Freire, que hace un trabajo excelente.
El relato de la serie está armado como un rompecabezas que va y viene en el tiempo. Las placas diferencian con detalle y total explicitud si los hechos por narrar son del 2010, año en que Amaya desaparece; del año 2016, momento en que se ofrecen pruebas importantes para el caso, o de 2019 en que se dará la resolución.
El relato es efectivo y, más allá de la puesta en escena que está muy bien, tiene la sustancia que permite descubrir la labor de un profesional de la literatura que ha sabido tejer con coherencia y dominio temporal una historia interesante.
¿La mayor debilidad? Puede ser cuestionable la falta de acceso a la tecnología por parte de algunos personajes. Quizá es hiperbólico para 2019 el modo en que se presenta su estilo de vida. Pero si intentáramos una respuesta a esta objeción, podríamos considerar que con que haya un caso semejante en la sociedad es suficiente para hacer creíbles los hechos.
El éxito reciente de la tira, por lo visto, es un efecto de su calidad, que promete mucho más incluso…