La inscripción en el frontispicio

Los dedicandos, según dicen, fueron un género literario y ya no lo son. Respecto a que fueron un género literario podemos estar de acuerdo porque si bien no tiene demasiadas reglas propias (apenas se cuenta el agasajo), sí poseen una estética particular. Me recuerdan en cierto sentido a las inscripciones de las lápidas, y aquélla famosa Antología de Spoon River, donde Edgar Lee Masters cuenta mediante epitafios el pasado de un pueblo con presente bajo tierra. Pero a excepción de este caso altisonante, los epitafios así como las dedicatorias no pueden hacer vivir un libro por sí mismo, estas últimas son más bien como porteros de librea, la invitación a pasar. Son la inscripción del frontispicio que separa a este mundo seco del reino de las posibilidades.
A partir de aquí iremos reproduciendo algunos casos memorables. La primera que se nos ocurre es la de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry.

“A LEÓN WERTH.
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A LEÓN WERTH
Cuando era niño.”

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