
Raphael dijo exactamente que no existe algo tan cierto como el poder de la escritura. Los textos fundan naciones, producen guerras, desnudan y denuncian; hacen memoria; sirven para hacer declaratorias de guerra e igual destruyen individuos. También fundan al amor. A diferencia de la filosofía el valor central de la literatura está en la contradicción. A diferencia de la política que miente para trastocar la realidad, la literatura miente para inventarla. Del mismo modo, la literatura usa a la historia para ponerla al servicio de sus propios intereses. Mientras que la historia reconoce en la memoria a su instrumento de trabajo, la literatura la utiliza (a veces abusivamente) para edificar aparatos textuales que no necesariamente tienen que ver con la verdad y que, sin embargo, son capaces de emularla, incluso de comprenderla mejor. Guerra y Paz de Tolstoi ayuda a vislumbrar el espíritu ruso durante las guerras napoleónicas mucho mejor que cualquier tratado histórico o sociológico. Mientras que el poder de la política está en su ejercicio, el poder de la historia se encuentra en el dominio de los datos. Del mismo modo, mientras que el poder del pensamiento se encuentra en la comprensión, el poder de la literatura (particularmente el de la novela) se localiza en su capacidad de influencia a partir de los textos que muestran las contradicciones, los matices y las tensiones de una forma que ninguna otra escritura puede logar. Hasta acá Raphael, y aún falta un componente, quizás el componente más interesante de todos: el de la propia transformación. Si hay un puente hacia uno mismo, si hay un psicoanálisis salvaje, ése es el que ensaya la literatura.
Olga Reinoso, poeta y narradora piquense, viajó hasta su corazón para traerle a la Biblioteca Pampeana su nuevo libro: Se me hace cuento.
Entre otras cosas, y como en el universo, ya sabemos que del caos nace el orden, y algo así inicia la vida del libro concebido durante la pandemia, “esos años, más allá de lo dramáticos y devastadores que fueron, tuvieron, para mí, un aspecto positivo” (explica Reinoso al respecto del génesis de Se me hace cuento).
-Claro, una invitación a estar con vos misma…
O.R – La invitación al silencio, a la introspección y al trabajo literario que es mi gran compañía. Así fue como entre 2020 y 2021 publiqué un volumen de cuentos: Crímenes impunes y otras maldades (cuentos que ya estaban escritos y había que ordenar, corregir, etc.), La hora del cuento, el poemario Convicta, en el que hablo de mi estancia como pupila en un colegio de monjas y otro libro de poemas, Oliver y los jazmines. Cuando acabé ese proceso, que fue muy movilizador, sentí una especie de vacío existencial, la necesidad de experimentar con un género nuevo o mejor dicho, un subgénero de la narrativa, como la novela. En realidad, tenía una idea incipiente, pero no sabía cómo encauzarla. Fue la primera vez que sentí el deseo de adentrarme en las aguas de una novela. Novela corta, por supuesto. Mi personalidad me impide escribir textos largos.
-Neófita en la novela y decidiste aventurarte en la novela corta, pero tenías como base tus cuentos, siempre fuiste más allá de tu poesía una narradora nata, te gusta contar.
O.R- Como siempre me autodefino, soy una eterna aprendiz. De modo que busqué por internet alguna capacitación que me ayudara a iniciar esta travesía. Así fue como me anoté en el curso de novela corta coordinado por Ariel Bermani, de Casa de Letras. Me encantó la metodología, que consistía en presentar dos páginas en cada encuentro para que fueran leídas en voz alta por algún compañero. Escuchar el texto propio en la voz de otro es sumamente didáctico. Y así fuimos avanzando. Ariel, también nos recomendó la lectura de tres novelas cortas para ver cómo habían resuelto determinadas situaciones los autores. Me enamoré de El informe de Moscú, de José Sbarra. Cuando tuve un borrador considerable, acudí a la generosidad de un buen círculo de amigos que se prestaron a su lectura y me hicieron comentarios. Cada indicación o sugerencia fue tomada y aplicada por mí tan amorosamente como había sido enviada.
-¿Y finalmente qué encontraste en la novela, una profundidad distinta en la que bucear?
Fue una experiencia alucinante. Mucha adrenalina. La posibilidad de dejar puertas entreabiertas para que se meta el lector y arme el rompecabezas, decir y no decir. Alguna vez, Hugo Ferrari me dijo que yo no podía relatar un partido si no lo jugaba. Esta vez, tuve que inventar estrategias para entrar al campo de juego. No siempre podés ser titular, pero me las arreglé. Cuando una, como persona que escribe, cuenta ciertas experiencias surrealistas que le acontecen mientras crea, no todo el mundo confía. Pero son verdaderas, yo estuve ahí, conocí a Roger, a Samuel, vi los moretones y escuché el bandoneón en Placita Olvera.
-No solo conseguiste crear tus personajes sino que además viviste con ellos…
O.R- Ya lo dije y lo repito. Esta fue una experiencia alucinante. Creo que mucho de lo ya leído fue apareciendo en mi mente como carteles luminosos que me indicaban el camino. Los cambios de narrador, ambientes, tonos, no fueron premeditados. Cuando suspendía la escritura, mi mente seguía en ebullición y así surgían episodios, intertextualidad, actitudes de los personajes que, a un ritmo vertiginoso, cambiaban las piezas de lugar sin perder de vista el objetivo. Si pudiera mirar la novela desde la altura, la describiría como un rompecabezas. Solo una consigna era precisa: la narración no debía ser lineal.
-Lo que quizás te hizo más difícil encontrar ese final.
O.R- En gran parte fue sorpresivo. Sentía que debía contar esta historia de amor, pero desconocía cuál sería el final. Tenía la certeza de que iban a separarse porque el daño que se provocaban era demasiado. También suponía que sería ella quien pondría el punto final, pero jamás hubiera afirmado de qué modo. Creo que el último capítulo habla de liberación y de perdón. La pequeña novela tuvo tres finales posibles. Pero la intervención de dos personas muy importantes me advirtieron que no, que todavía no. Acaté las sugerencias y avancé hasta cuando sentí que una sola palabra más provocaría un desequilibrio. Ese fue el final. No debía agregar nada.
-La presentación de Se me hace cuento está programada para este mes de marzo, pero algo me dice que el año recién empieza para vos.
O.R – Estoy escribiendo una nueva novela con otra temática. Tal vez organice un seminario corto sobre algún autor, retomaré el ciclo de streaming «A cierta hora» con Patricia Bence Castilla, de Ediciones Ruinas Circulares, participaré de la Feria del libro, presentaré la novela en Pico, Chivilcoy y el Encuentro Abrazo de voces que organizan Las Pretextas. La idea es producir un hecho artístico, no una mera presentación.
-Lo que se dice una vida literaria…
O.R- Siento que por momentos hay una especie de simbiosis entre la literatura y lo que llamamos vida cotidiana. Será por eso que tengo experiencias muy noveleras. No imagino una vida sin literatura y siento que escribir me permite conocerme, analizarme y mejorar la calidad de vida.

Asomándonos a Se me hace cuento
Capítulo 21
Los moretones iban cambiando de color. De nubarrones cargados a punto de estallar en una lluvia torrencial, se volvían grisáceos y amarillos, con pinceladas violetas. Me hicieron recordar los globos que adornaban el salón de fiestas donde celebramos el cumpleaños de quince de mi hija. Cada tanto asomaba un rojo crepuscular y un azul estridente que simulaban el arco iris. Mi cuerpo ante el espejo era un cuadro inconcluso que sorprendía con sus mutaciones. A pesar de todo, era un objeto-sujeto independiente del pintor, que liberaba formas inimaginables para la mente de ese monstruo. Él no sospechaba que su furia podía provocar belleza. El dolor agregaba un elemento cuadrimensional, invisible a la minusválida captación del ojo humano.
Algo más de Se me hace cuento
Capítulo 25
La jefa de las enfermeras me descubrió y me encerró en una celda. Hace frío aquí, estoy desnuda en el piso. Las ratas caminan por la pared. No soporto sus chillidos. Escucho la voz de Roger, sus gritos. Me está llamando y no puedo acudir. Las dagas se clavan en mi pecho, la sangre hace un charco y las ratas se excitan con ese dolor. Pero a mí me temen, no sé por qué. Debo dar miedo. Oigo las llaves en la cerradura y apenas entra un rayo de luz me desmayo. Cuando despierto estoy en la enfermería, toda entubada. No sé quién soy ni qué hago ahí. Tengo mucho frío. Un médico que pasa me sonríe y me largo a llorar.