Un pequeño artefacto provisto de cinco cuerdas dobles es su buen compañero. Matías Bonavitta viene plantando huella en cada lugar donde suena su charango. Reflejando diferentes ritmos, haciendo que surjan melodías. En una constante indagación musical que puede integrar géneros tan diversos como lo clásico, el tango, el jazz o los folclores del mundo. Pulsando ese sonido del que muchos consideran el más latinoamericano de los instrumentos. El sonido ancestral del Altiplano. Esa voz tan característica que puede ser tanto vibrante como melancólica.
Puro, Bonavitta no vacila para exponer su alma y sus creaciones. A esa firme intención de revalidar el charango en la escena musical, le ha sumado también la búsqueda con otro elemento de la familia, como el roncoco. Así fortalece su camino. Y en sus interpretaciones van surgiendo otras señas o timbres, ampliando el abanico. En entonces como el cancionero pampeano es también parte de esa exploración. Fruto de la práctica de ese lenguaje musical sin ataduras es el libro-cancionero Tejido de cuerdas y pájaros, presentado recientemente en la 46 edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Editado por 7 Sellos de Santa Rosa, Bonavitta lo define como «producto de un hondo deseo por interpretar en charango y ronroco una selección de temas del cancionero de La Pampa. Que, antes de materializarse, requirió poner en marcha un proceso de creación de arreglos y adaptación de músicas que originalmente fueron ideadas sin dichos instrumentos. También, componer a partir de colores que siento que suelen hallarse en la música pampeana. De algún modo, buscó estar oyendo un horizonte de sonidos pampeano a la vez que americano», contó el músico, abriendo la charla con El Lobo Estepario.
Hay magia y vuelo. Eso se muestra plenamente en la conexión existencial con el charango del instrumentista nacido en la bonaerense Pellegrini y radicado en General Pico desde niño. «En lo personal, su título me simboliza un sentido determinado. Algo que, cierta vez, dijo mi abuela mientras me veía tocar el charango, y que, años después resignifiqué: «tocar el charango es como tejer al crochet». Primero no le di importancia al comentario, pero ahora sí. Creo que se refería a la paciencia, al contraste entre las agujas grandes y las agujas chiquitas. Estas últimas desplazadas sobre el charango, ya que usa movimientos chiquititos como la aguja de ganchillo. El charango también enhebra, pero sobre las cuerdas. Tejido y cuerdas, involucran una artesanal mano de obra hecha de tiempo y esfuerzo. En cuanto a la imagen de los “pájaros”, el mundo sería árido sin sus cantos. Esos silbos que habitan montes, lagunas, salitres y vereditas, hacen la vida más vivible. Regalan un universo sonoro que naturalizamos, pero que, es tan necesario como el aire. No en vano distintas culturas los asocian a la emancipación, a la imaginación, al acto creativo. Así, para no naturalizarlos, no sólo a nivel ecológico, sino que simbólico, decidí abrir los títulos del libro mediante citas poéticas que los incluye», destacó Bonavitta.
Fue su padre quien le regaló el primer charango, y con el transcurrir del tiempo sumó conocimientos y estudio con el jujeño Francisco Nieves, el cordobés Pedro Medrano y el bonaerense Patricio Sullivan. Todo un aprendizaje que hoy sigue alimentando para transmitir sus emociones a través del instrumento. «El libro reúne música escrita y grabada -disponible el álbum vía un código QR- junto a un puñadito de pesquisas e historias. Está destinado tanto a quienes gustan del cancionero pampeano, como a charanguistas en general. Incluyendo a quienes nunca han tenido contacto con lo antes mencionado, no sólo en torno al charango y la música pampeana, sino que, a la lectura musical. Por eso se buscó emplear también tablaturas/acordes, para que quienes no lean por pentagrama, accedan mediante cifrados. Desde el minuto cero se contempló la accesibilidad del contenido. Honestamente, vengo sensible con la apuesta de abrir formatos que reduzcan las barreras de acceso al saber, al arte. Llevo 17 años de trabajo con personas con discapacidad, por tanto, siento la urgencia de pensar en lenguajes que democraticen», agregó.
En ese sentido, el músico amplió el concepto, mencionando que «en estos años, por ejemplo, he usado software con instrumentos digitales para que personas con parálisis cerebral puedan tocar moviendo sólo los ojos. También, he construido instrumentos, rústicos, no soy luthier, pero musicales en sí, como “guantes panderetas”. Incluso, hace unos años, a partir del trabajo y diálogo con personas con diagnóstico de discapacidad intelectual, delineé un teclado con teclas iluminadas que localizan atajos sin tantas sobrecargas cognitivas. También recuerdo una obra en la que traducimos una poesía de Alejandra Pizarnik en distintas lenguas, incluida, la lengua de señas, que habla con todo el cuerpo. Digamos que todos estos años aportaron al sentido de que Tejido de cuerdas y pájaros debía contener no sólo partituras convencionales, sino que en Braille. En esto fue central el apoyo brindado por Mauro De Giovanni, técnico en música braille, que diariamente trabaja en torno a distintas propuestas musicales inclusivas. Él considera que la persona ciega está excluida y que hay que hacer materiales accesibles. Desde esta comprometida trinchera en clave de igualdad, Mauro alentó, motorizó el trabajo, señalando la faceta urgente del asunto, es decir, que, hasta el día que encaramos este trabajo, todavía nadie había escrito partituras en Braille para charango».
El charango ha roto barreras. Hoy se lo puede encontrar en formaciones musicales disímiles, se ha incorporado a nuevos géneros a partir de sus posibilidades expresivas, a su escala policromática completa. Cuando el instrumento vio la luz, en su génesis estuvo nutrido de una cosmovisión particular. Allí radica mucho de su magia y encanto. «Digamos que el cancionero pampeano, hasta hoy, se mantuvo ajeno al charango. No obstante, el charango es capaz de adquirir disímiles matices. Su pequeñez puede colorear y vincular toda la música de este continente, incluso, la pampeana. Su continua dispersión todavía no llegó a todos los géneros, pero es indudable que sus cualidades traspasan las fronteras. Si se piensa al charango en función de su paso por géneros no amarrados a lo que el imaginario social supone que es esencial de este, cabe pensar que, en cierto modo, está viviendo lo que la guitarra vivió hacia principios del siglo XX, momento en el que comenzó a expandirse y a ser casi como el piano. Pero, claro, hay que ir haciendo algunos saltos que ya hizo la guitarra. Por ejemplo, en la guitarra clásica, hasta no hace mucho estaba mal visto rasguear. Se lo consideraba una técnica menor. En contraste, hoy queda poco de aquella norma abolicionista. Digamos que, así como el rasgueo guitarrístico, antaño, calificado como algo moro, racializado a partir de criterios europeos, tras el charango también hay marcadores de diferenciación social que suelen dejarlo afuera. Tan solo cabe ver como no suele enseñarse en los espacios académicos o participar de distintos espacios. En él subyacen categorías coloniales que sostienen la división; instrumentos blancos, por un lado, e instrumentos no blancos, por el otro. América fue organizada en torno a una pirámide jerárquica, no solo de personas, sino que, de objetos culturales, e incluso, ontologías musicales».
Los primeros ejecutantes de este instrumento fueron exclusivamente los campesinos, hasta 1947, cuando el charanguista boliviano Mauro Núñez construyera lo que actualmente se conoce como «el charango citadino”. Tarateño Rojas y Jaime Guardia fueron maestros y difusores a artir de la segunda mitad del siglo pasado, al igual que grupos en nuestro país como Los Incas o Los Chaskis, y referentes como el inmenso Jaime Torres o George Milchberg. Formaciones chilenas que estaban exiliadas en los años ’70 (Inti-Illimani o Quilapayún) también se encargaron de difundir ese sonido como parte de un canto libertario, buscando sembrar conciencia sobre lo que estaba sucediendo. Al respecto, Bonavitta recordó que «por ejemplo, Galeano halló un documento que revela que, en 1614, un arzobispo de Lima no dudó en ordenar quemar todas las quenas y demás instrumentos usados por los pueblos originarios. Prohibiendo danzas y cantos para que el demonio no ejerza sus engaños, castigando a quienes desobedecían. La música entonces fue parte de la evangelización. Y 300 años después en el Chile regido por Pinochet, por decreto, se proscribió el charango y la quena, por ser rotulados como “instrumentos subversivos”. El mero timbre de estos era considerado una expresión de disidencia. En concreto, el hecho de que en América el charango, junto a otros instrumentos de estas tierras, haya sido políticamente regulado o relegado nos habla de su potencial instituyente. De allí, claro está, su aún no presencia en todos lados. Digamos que, sacarse de encima el peso de cinco siglos de conquista no es sencillo. Empero, la envión decolonial está en marcha».
Finalmente, a la hora de referirse a la elaboración y construcción de Tejido de cuerdas y pájaros, el músico comentó que «tiene que ver con múltiples agenciamientos. En cuanto al álbum presente en el libro vía código QR, se grabó en La Hoguera Récords de General Pico, de la mano de Juan Gustavo Adam. Fue un proceso repleto de búsquedas, porque, si bien, yo ya había concluido la etapa de arreglos, encontrar el sonido implica una exploración extra. Por allí pasó Sabrina Casale Margutti, quien convidó su voz y talento en Ojitos de Charito; Marco Castro metió su toque guitarrístico en Zamba del río robado, y Darío Echeverría, su flauta traversa, brindando el placer de armar, en esa zamba tan significativa, un dueto, un diálogo melódico entre charango y flauta. Asimismo, Olga Reinoso se embarcó en aportar su tremenda poesía, que en comunión al ronroco, en conjunto, crearon Un granito de arena. En cuanto a la gráfica, fue fruto de mucho intercambio con Hernán Baravaglio, con quien hace tiempo venimos implicados en esa conecta. El prólogo del trabajo fue escrito por Carlos Loza, compositor y hacedor cultural pampeano, una persona sensible a las exploraciones como esta, que involucran dos componentes que en general yacen incomunicados. Nicolás Giorgis aportó sus perilleros delivery, modo que con cariño le decimos a sus intervenciones en el Álbum al interior del libro. Nos une una amistad desde los 8 años, como así también, procesos y proyectos en el que sumamos fuerza, como Ternerito Records, entidad a la que nombramos para abrigar, coleccionar y descoleccionar lo que venimos tironeando desde al menos el 2001″.

Tejido de cuerdas y pájaros se consigue en la librería de Editorial Cooperativa 7 Sellos, ubicada en la calle Baldomero Tellez 45, Santa Rosa, La Pampa. O directamente solicitándolo por las redes sociales de Matías Bonavitta. Email: matiasbonavitta@yahoo.com.ar. Instagram: matias.bonavitta.