«Mi relación con el teatro se remonta a casi 20 años atrás. Si bien desde niña tuve la idea de que era algo que me iba a apasionar, no comprendí las verdaderas implicancias hasta que no comencé a estudiarlo, allá por septiembre de 2001. Y, desde ese momento, mi práctica fue constante. No interrumpí esa conexión, ni cesé de pensar en términos teatrales en ningún momento de mi vida…y eso que en casi 20 años, en la vida de una persona suele pasar de todo: estudios, trabajos, viajes, parejas, pérdida de amistades, mudanzas, muertes cercanas, maternidad, y mil cosas más. Pero el teatro siguió envolviéndome: mi cabeza y, estimo, también mi corazón, siempre resonaron al ritmo de la actividad teatral. Suena romántico, cursi, suena excesivo, pero son los términos que nacen al pensar en una pasión. Y lo mío, como lo de tantos otros teatristas, es una pasión que no consumió su chispa en ningún minuto de ningún día. Hasta hoy. Hasta la declaración de la pandemia en la que siento, por primera vez, mermar su fuerza. Hablar sobre los beneficios del teatro puede remitirnos a extensos ensayos, reflexiones, biografías, historias harto conocidas. A mí me gusta rescatar lo “colectivo” del hacer teatral. Y lo “vivo”. Probablemente en ello, reside su exclusiva fortaleza. Nuestro arte necesita de la colaboración, el aporte y compromiso de cada participante para tomar su forma. El actor, la actriz, son los materiales primarios y las herramientas con las cuales el teatro se hace presente. Y el público, siempre. Ese encuentro, cuando se produce, genera en todas las personas que lo viven, una suerte de magia que no se puede abarcar con palabras, pero puede resumirse, quizá groseramente, en que cada uno de los presentes sale del teatro sintiéndose un poco más vivo. Y sí, asistieron a un momento de creación, fueron testigos de que un puñado de personas, armaron, a escasos metros, otra realidad, otro tiempo, otros vínculos, otra historia. El teatro permite justamente eso: visibilizar otra historia. La declaración de la pandemia, a causa del COVID-19, nos obligó a todos a recluirnos en nuestras casas, porque el afuera es peligroso, tanto que puede ser mortal. Cada uno en su hogar, sin poder juntarse, verse, estrecharse, socializando a través de tecnologías exclusivamente, ha obligado a que actuemos desde otra lógica. A utilizar otras herramientas. Siempre fui adaptable a los cambios, esta vez la conciencia de preservación de la vida cobró una fuerza brutal y me paralizó, como a tantos otros, me obligó a repensar la vida desde estas nuevas circunstancias. Todo se redujo a “aguantar”, “esperar” hasta que esto pase. Otra forma de vivir totalmente desconocida y sin preparación ni aviso. Internet, desde su nacimiento, difusión y alcance masivo, nos permite tener la ilusión de que seguimos en contacto. Esa ilusión se volvió “reina” en nuestra situación actual, probablemente con razón. Con el Grupo de Teatro Municipal “Comodín”, el cual dirijo desde el año pasado, hemos estado utilizando una plataforma virtual, respetando los días de ensayo, para poder “encontrarnos” y leer la obra que queríamos comenzar a trabajar, y adelantar el denominado “trabajo de mesa” que consiste en el análisis de personajes y situaciones, el esclarecimiento; es la profundización del texto teatral básicamente. Eso nos permitía mantener la fantasía de que seguíamos en curso. Sin embargo, ha tenido sus límites: no todos disponemos de la tecnología, o sabemos cómo utilizarla. Y este avance en el trabajo tiene, por otro lado, su propio techo, el que se impone con fuerza cuando se necesita el encuentro. Porque sin ese encuentro entre el equipo artístico con la proyección a futuro de la incorporación del público, el teatro pierde su razón de ser. Se puede actuar, por supuesto, la actuación no se limita al teatro, se observa en otros medios como el televisivo, el cinematográfico, los videos con sketch y tantas otras posibilidades. Pero esa magia que surge del hecho artístico de la que hablábamos en un principio, es irreproducible sin el encuentro. Y con el COVID-19, amenazándonos con atacarnos si salimos de casa, un encuentro hoy en día es inviable. Claro que se puede seguir actuando, que se pueden “subir a la nube” distintos materiales, que se puede seguir produciendo (observo una especie de “lógica de mercado” quizá, que implica que si no se produce el teatro va a desaparecer). Quizá la actividad hoy no sea la de encontrarnos sino la de estudiar, leer, mirar espectáculos filmados (hay tantas opciones que se hace inabarcable), repensar formas, pensar en su actualidad, en su función, reflexionar, imaginar. Yo siempre sostuve que el teatro es una forma de resistencia. Al menos fue siempre la mía. Estoy convencida de que el teatro tiene una función social importantísima, de creación, educación, conciencia y reflexión crítica. Y que es el lugar privilegiado para la expresión y la comunión social. El teatro es para mí el lugar donde todo es posible, es el espacio de la libertad más absoluta: ahí se puede vivir un amor apasionado, se puede matar, se puede morir, se puede creer, se puede encarnar un personaje contrario a las ideas propias (lo cual obliga a comprender distintos puntos de vista, cosa que es bien interesante actualmente), se puede crear un mundo nuevo, mejor. Sin embargo, con la diversificación de actividades, posibilidades de ocio, con la omnipresencia de la tecnología en nuestras vidas, esa fuerza del teatro había quedado algo obsoleta. Las mismas herramientas no pueden sostener su potencia en un mundo cuyas leyes y lógicas cambiaron radicalmente. Quizá, este momento, es para que los teatristas pensemos cómo vamos a volver al mundo con nuestra actividad y cómo podemos rescatar dicha fuerza en estas circunstancias tan inciertas. Mientras tanto, aprendemos a adaptarnos a esta situación que en mi trayectoria no había jamás imaginado. Y eso que el teatro permite imaginar lo inimaginable. Probablemente, uno de los mayores aprendizajes a los que nos confronta la pandemia, sea que, como muchas veces suele decirse y también en este caso: “la realidad supera a la ficción”.»
Sabrina Gilardenghi
Nació en General Pico. Es Licenciada en Artes Combinadas (UBA) y Actriz y Directora de Artes Escénicas (CIC). Ha realizado seminarios de actuación y dirección con Mara Bestelli, Augusto Fernandes, Dora Baret, Eugenio Barba, Juan Carlos Gené, entre otros. Se dedica a la dirección y a la docencia y ha trabajado en el circuito comercial, independiente y oficial, tanto en Buenos Aires, como en el Partido de La Costa y en nuestra ciudad. Ha dirigido Acassuso (de Rafael Spregelburd), 300 millones (Roberto Arlt), La dama del alba (Alejandro Casona), Santaégida, verano de 1936 (sobre textos de Juan Besada), Clitemnestra (Marguerite Yourcenar) y No entres a este juego, cuya dramaturgia le pertenece. También se desempeña como crítica teatral e investigadora en GETEA (Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano -FfyL- UBA) desde el año 2008. Dirige actualmente el Grupo de Teatro Municipal “Comodín” que este año está cumpliendo sus 20 años de trayectoria.