Elegía el ropaje y a volar…

Su amado Ferro y Los Iracundos eran una constante. En todos los pueblos han existido personajes que de alguna manera los identifican y hasta les dan sello de individualidad. Algunos de ellos trascienden la historia por ese algo especial que es de ellos solamente y que terminan por convertirse en verdaderos mitos. Otrora fue Taquito, Petete también estuvo en esa senda…Juan Carlos Hernández pergeñó a su antojo ese pintoresco y querible Cuacualo. Su andar permanente por las calles para condimentar a su gusto la nueva noticia. A veces subido a su ciclomotor, cruzando sus piernas y saludando cuan diva de cine. O en la previa de cada partido de fútbol en barrio Talleres, pisando el césped, armando su escena particular, jugando a ser Cacho Paiva o Nicollier por un ratito. Allí, en el centro de la cancha, buscando el sol con sus anteojos gigantes y de colores. Todo era parte del cuidado cotillón. Ese que surgía desde la alegría que recorría su ser. Era «su momento». Cuacualo elegía el ropaje y a volar. A la burla que podía vociferar algún hincha visitante, respondía con una sonrisa. O con una flor. Fue alguien auténtico que hace un año se fue de viaje para pintar de verde un pedacito de cielo.

Foto: Raúl Genovesio.

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Autor

Raúl Bertone