Días atrás iniciamos una nueva sección, sin títulos ni estridencias, que se encargará de recopilar algunas dedicatorias memorables de la literatura universal. Trasuntamos en primera instancia la que escribió Antoine de Saint-Exupéry en el frontispicio de El Principito.
Tres cosas: escribimos «sin estridencias», sin embargo las dedicatorias tienen por ley ser epigramáticas; escribimos frontispicio porque las dedicatorias abren los libros y es como decir que se abre nuestro castillo; y por último, la compilación es arbitraria y azarosa. Nos acordamos de Borges porque siempre nos acordamos de él, y sería probable que nuestro gran escritor haya además trascendido las variantes del género. Como muestra valgan las palabras iniciales a El Hacedor, donde su imaginación puede reunir en el umbral a todos los humanos del mundo, incluso a los que ya habían muerto.
A Leopoldo Lugones
«Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la luz de las lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y después aquel otro epíteto que también define por el contorno, el árido camello del Lunario, y después aquel hexámetro de la Eneida, que maneja y supera el mismo artificio:
Ibant obscuri sola sub nocte per umbram.
Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría.
En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua. La vasta biblioteca que me rodea está en la calle México, no en la calle Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del treinta y ocho. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado.»
J.L.B.(Buenos Aires, 9 de agosto de 1960).
De: El hacedor (1960)