[20 de septiembre de 1823]
Jamás te había visto tan bella y tan encantadora a un tiempo como lo estabas ayer por la noche. Habría dado mi vida por estrecharte entre mis brazos. Dime, ¿era, pues, tu amor por mí lo que te embellecía así? ¿Era la pasión con la que ardo por ti la que te hacía tan seductora a mis ojos? Ya lo viste, no podía dejar de mirarte, de besar la cadenita de oro. Cuando saliste, hubiera querido postrarme a tus pies y adorarte como a una divinidad. ¡Ah! ¡Sí me amaras la mitad de lo que yo te amo! Mi pobre cabeza está perdida; repara, amándome, el mal que has hecho.
A las ocho te espero con el corazón palpitante.