Hacerse el viejito cínico para sobrevivir

Macedonio guitarrista amateur, Macedonio friolento (se ponía bolsas de agua caliente y rellenaba la ropa con papel de diario), Macedonio fotofóbico, Macedonio goloso, Macedonio ascético (“todo le sobraba” dijo Adolfo de Obieta), Macedonio metafísico, Macedonio que tras la muerte de su mujer abandona a su familia y profesión de abogado y no trabaja más, que antes había sido un nada ortodoxo juez de paz en Misiones e intentó fundar una comunidad anarquista en el Paraguay.
El retrato, con variantes y a través de distintas anécdotas, coincide: un hombre extremadamente amable y afectuoso, de una inusual dulzura en su modo de hablar, que guardaba bajo la cama masitas que se llenaban de hormigas, que se carteaba con William James y dominaba como nadie el arte de la conversación. Y, en general, un hombre que parecía vivir en otra dimensión, con otras preocupaciones…En el campo literario su nombre designa una leyenda desde que Borges y otros ex vanguardistas de los años veinte comenzaron a hablar de él como de una suerte de gurú inspirador.
Por estos días releo “Hablan de Macedonio Fernández”, una compilación de conversaciones con amigos, familiares y conocidos del escritor que hizo Germán García hace más de cuarenta años. Se trata de una reedición lanzada por Atuel en el 99 y en el comienzo dice Borges: “Yo sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores de Macedonio, versiones imperfectas y previas. No imitar ese canon hubiera sido una negligencia increíble”.
Para García, “Macedonio es a nosotros lo que Mallarmé a los franceses y Holderlin a los alemanes. Un tipo para colocar en un límite: pensarlo es poder pensar la literatura argentina de una manera diferente. Macedonio es una especie de eslabón débil de la cadena. En el sentido de que es un elemento discordante, que no entra exactamente en ningún lado. Está siempre en el borde de lo ilegible, de la locura, es un tipo que no controla sus operaciones”.
Parece que en las piezas de pensión donde vivía Macedonio Fernández solía dejar la puerta entreabierta de noche, esperando que se asomara alguna vecina, por pura curiosidad o preocupada por lo que le podía ocurrir a un hombre anciano y solo. “Trampa para rubias”, respondía lacónicamente cuando se le preguntaba por esa costumbre, una de las muchas que componen su imagen de escritor excéntrico y casi no leído a la época de su muerte, en 1952.
El propio trabajo de García es el que destaca que, para Macedonio, el lector no debería existir: enemigo de todo lo práctico, de todo acto o gesto que no se baste a sí mismo, Macedonio detesta escribir para ser leído. Aspira a una libertad de la escritura y de la lectura impensables. Se burla de todo amablemente, porque todo le parece irrisorio comparado con su intento, y algo de eso sugieren las palabras del propio Macedonio: “Hacerse el viejito entontecido y cínico para sobrevivir”.

Así escribía

Cuaderno de todo y nada (fragmento)

«Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aun no había creado el mundo, todavía no había nada. También eso ya me lo han dicho, repuso quizá desde la vieja hendida Nada. Y comenzó. Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distintas obras y autores de los últimos cuatrocientos años. Es indudable que las cosas no comienzan cuando se las inventa. O el mundo fue inventado antiguo.»

Poema al astro de luz memorial (fragmento)

«Qué es la luna no lo sabemos hombres y aun artistas y poetas, qué sentido tiene su ser y sus modos, su adhesión a la tierra, su seguimiento al sol, su mediación mnemónica entre la tierra y el sol y por qué quiere hacer diurnales unas y no otras de las noches terrenas, y tantas cosas más neciamente explicadas, que de ella ignoramos pero que sólo puede explicarlas la doctrina del misterio.

Que el sol te atrae, que la tierra también, que recibes la luz del sol y sin amor, por fuerza la reflejas a la tierra, éstas no son explicaciones; no se nos dice por qué el sol brilla, por qué en torno suyo gira la luna en torno de la tierra, ya que pudo ser otramente; por qué hay una luz interceptable, por qué hay una luz que tiene sombras, por qué ceden a su paso unas cosas y otras no y hay lo opaco y lo traslúcido.

Mecánica dirá por qué, pero yo no pregunto sino para qué razón para el alma, pues conciencia se anula si admite un mundo rígido, y todo el porqué físico no es más que decirme el antes de algo, o sea una evasión no una respuesta.

Lo que anhelamos explicar es qué debemos sentir y adivinar ante estos hechos, ante el comportamiento lunar, qué nos quiere decir y de qué manera concierta con el misterio total único. La espontaneidad, el acontecer libre, no es una respuesta; es un renunciamiento explicativo.

Todavía no poeta, no soy poeta, no hay poeta, pues de eso no se sabe. Hasta ahora, pues, sólo vivimos.

Debió enseñarsenos y debimos entenderlo antes que nuestro saber ignorado innato y luego nuestro acto nos hicieran gustar por primera vez el pecho materno. ¿Pero cómo, se dirá, ha de esperar el niño a conocer el sentido de la luna para empezar a nutrirse, si en tanto morirá? ¿Pero por qué, digo yo, ha de precisar nutrirse antes de entender el sentido de la luna y se ha de morir si deja lo uno por lo otro? La ciencia nada explica, es evidente; pero el poeta no lo dijo nunca tampoco, aún.

Y yo miraré la próxima luna todavía sin entenderla.
(…)
Aparento creer, reformando la astronomía casera, la de la Tierra, que la luna se muestra cada noche siguiente a una de ocultación. Me impresiona como que así colmo su vocación poética. Si además de yo y el lector hay otros astrónomos en el mundo, convenzámoslos de imponer unánimes en el cielo una reforma afortunada; después de una Psicología No Pasiva, una Astronomía No Pasiva, que no deje, en el Cielo, todo como esté; no ha de consentírseles a esas bultosas masas astrales moverse sin significarnos nada por donde quieran, despacio o velozmente como quieran; hay que consumar la critica de la Contingencia o Mundo por Psicologías y Astronomías Constructivas. En tren de recomendar, recomiéndese también una Psiquiatría Constructiva que procure a cada uno el grado y tipo de locura que ayude a vivir ilusionado; un 10 % de demencialidad, euforia y analgesia por mitades, que nos deshorrorice algo el vivir, que nos desperfile la fiereza del encaramiento que nos propone la Vida; en lugar de perder el tiempo en inútiles clasificaciones forzadas y ya que nada curan de la perfecta salud mental, lucidez que es una condena, súplannos una dosificación útil de demencia.»

Suave encantamiento, de Poemas

«Profundos y plenos
cual dos graciosas, breves inmensidades
moran tus ojos en tu rostro
como dueños;
y cuando en su fondo
veo jugar y ascender
la llama de un alma radiosa
parece que la mañana se incorpora
luminosa, allá entre mar y cielo,
sobre la línea que soñando se mece
entre los dos azules imperios,
la línea que en nuestro corazón se detiene
para que sus esperanzas la acaricien
y la bese nuestra mirada;
cuando nuestro «ser» contempla
enjugando sus lágrimas
y, silenciosamente,
se abre a todas las brisas de la Vida;
cuando miramos
las amigas de los días que fueron
flotando en el Pasado
como en el fondo del camino
el polvo de nuestras peregrinaciones.
Ojos que se abren como las mañanas
y que cerrándose dejan caer la tarde.»

Una novela que comienza (fragmento)

«Puedo asegurar que estoy tan triste mientras escribo encerrado en habitación inadornada, sin nada que llame o acompañe, en esta pieza que nada me dice, solitario a estas horas del anteamanecer en que todo habla de extenuación, de la vida en muerte, del deseo cansado de no volver a la vida, de haber concluido, que siento miedo de saber que tengo un nombre, que soy humano y existo. ¡Qué soledad terrible! ¿Qué estas, Vida, tejiendo conmigo que tanto seguí y te comprendo? Y tú, dulce criatura, pecho de todo amor, dolorida juventud, flor sin sol, niña que ya dejó sin sueños la vida, incomprendida por los malos, inadvertida por los buenos atareados, ¡qué soledad valerosa la tuya, Adriana, que no tienes siquiera la pluma para envanecerte de quejas como yo en mis cobardías! ¡Adónde voy cayendo! Mis páginas serán siempre veraces. No habrá una de ellas sin el nombre de Adriana, que es mi verdad, sin mi sufrir, que no puedo vencer, sin las fábulas forzadas con que procuro defenderme, hacerme querer de la Vida optimista. En esta desierta hora y abandono, tan débil, tan vencido soy que estoy escondiéndome de todo, porque cualquier cosa que me tocara, una mariposa que volara, un papel que cayera al suelo me derrotaría; si sólo viera escrito mi nombre en algún sobre… ¡Si es sólo el temor de caer más, solo aquí, que me contiene! ¿Hubiera imaginado yo ir cayendo así desde hace tres años, a esta tenuidad, a esta nada de cosa humana tan exangüe que el saber que tengo un nombre entre los sueños y los vivires es un miedo para mí…?
(…)
Desde el silencio a que retorno, desde las sombras de las cuales no salí nunca para ti, yo que no habité, no habitaré nunca tu camino, que no conoceré nunca el son de tu voz, tus risas, ni miraré tus lágrimas, que no seré nunca una imagen en tu retina ni un pensamiento en tu alma, pero que te he conocido en un instante tan plenamente como si fueras una obra de mi deseo, yo que no creo en la muerte de los que aman, ni en la vida de los que no aman, te digo lo que no me oirás nunca, y que ya sabes: que es imposible que no seas feliz. Y, sin embargo, nos encontraremos; no aquí en la fantasmagoría terrena, sino en la eternidad del yo indestructible, continuo y consciente de su eterna continuidad pasada y a transcurrir. ¡Nos hemos conocido y amado, cuántas veces!»

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Autor

Raúl Bertone