Juan Goytisolo, el escritor rebelde

4 de junio de 2017

El escritor español Juan Goytisolo fallece en Marrakech (Marruecos) a los 86 años, donde vivía desde 1997. Nacido en Barcelona el 5 de enero de 1931, la Guerra Civil española marcó su vida personal y literaria, cuando en 1938 su madre murió víctima de un bombardeo. Quedó huérfano junto a sus hermanos Marta, José Agustín y Luis, estos dos últimos también escritores. Esos sucesos nefastos, los años de la posguerra, su crítica frente a la España conservadora y los claroscuros del reconocimiento de su homosexualidad marcaron una obra en perpetua exploración. Su primera novela fue Juego de manos, publicada a los 23 años. Luego se sucederían otras como La resaca La isla, y una serie de cuentos. En 1966, con Señas de identidad, da un vuelco a su literatura. Posteriormente aparecieron las novelas Reivindicación del conde don Julián y Juan sin tierra. En 1976 publicó una serie de ensayos muy celebrados bajo el título El furgón de cola. Esa exploración sin ataduras del lenguaje continuó con libros como Makbara, Paisaje después de la batallaLas virtudes del pájaro solitario y en Telón de boca, su último proyecto narrativo inspirado en la muerte de su mujer. Refleja su vida en títulos autobiográficos como Coto vedado En los reinos de taifa. Fue distinguido con varios galardones, entre ellos en 2012 con el Premio Formentor y en 2014 con el Premio Cervantes.

Belleza sin ley (fragmento)

«Valdés se portó indignamente con Carranza, dándole por carcelero a un tal Diego González que, si hemos de creer cierto memorial de agravios del preso, se complacía en martirizarle lentamente. Puso candados en las ventanas de su aposento, quitándole la luz y la ventilación; le guardó no sólo con hombres, sino con lámparas, perros y arcabuces; le daba de comer en platos quebrados; ponía por manteles las sábanas de su cama; le servía la fruta en la cubierta de un libro; y, en suma, era tal el desaseo, que el cuarto estaba trocado en una caballeriza. Sin cesar le traía recados falsos y no ponía en ejecución los suyos; impedía la entrada a sus procuradores; se burlaba de él cara a cara con extraños meneos y ademanes; y de todas maneras le vejaba y mortificaba más que si se tratase de un morisco o judío.
Del tal «Diego González» nos da cumplida noticia José Jiménez Lozano en su libro Fray Luis de León. Licenciado e inquisidor del tribunal de Valladolid, desempeñó un papel esencial en el proceso incoado a los hebraístas salmantinos por su sañudo celo profesional y su odio antijudío:
por ser Grajal y fray Luis notorios conversos, pienso que no deben querer más que oscurecer nuestra fe e volverse, e volverse a su ley, y por esto es mi boto y parecer que dicho fray Luis de León sea preso y traído a las cárceles del Santo Oficio para que con el fiscal siga su causa.
Mezcla de comisario soviético y jefecillo nazi, Diego González se distinguió por la crueldad –sería mejor decir sadismo– con que trataba a sus víctimas. Las conmovedoras misivas del maestro Grajal y de Alfonso de Gudial –caídos en la misma redada que fray Luis y Martínez de Cantalapiedra– sobre unas condiciones de detención muy semejantes a las que sufría «la hidra reaccionaria» descabezada en los años treinta del pasado siglo, fueron archivadas por los señores inquisidores y ambos perecieron en sus celdas. El ideal del verdugo de Diego González era el de ver al reo convertido en «un animal antropomorfo desnudo», como se describió a sí mismo siglos después un huésped de la Lubianka.»

Estambul otomano (fragmento)

«La concepción bektachí de la religión musulmana es a todas luces heterodoxa: la cofradía conserva no sólo elementos de las tradiciones ancestrales turcas, sino que asimila creencias y ritos chiíes y cristianos. Su desenvoltura tocante a los «cinco pilares» del Islam escandaliza a los hombres y mujeres piadosos: azaca o limosna y peregrinaje a La Meca, dicen, son para los ricos; ayuno y plegarias, para los santurrones; sólo admiten, como los sufíes, la profesión de fe y desdeñan, por mezquinas, las prácticas rituales. Conducidos por un guía, los novicios de la orden deben franquear cuatro puertas o estadios para llegar a la embriaguez del amor divino; a falta de ésta, los postulantes se contentan con la alegre fraternidad de las etapas inferiores, fraternidad cuartelera, dirán sus detractores, cimentada en reuniones turbulentas en las que el vino corre a raudales. Los bektachís, pretenden los ortodoxos, invitan a mujeres a sus asambleas y soplan las velas a fin de sumir el local en una oscuridad encubridora de su desenfreno y orgías. Este laxismo de costumbres y mestizaje religioso explican que los conversos de origen cristiano se sintieran cómodos en sus filas: el bektachismo era la doctrina natural de los jenízaros y en general de los nuevos musulmanes de las provincias recién conquistadas. »

Coto vedado (fragmento)

«El potencial goce ínsito a mi cuerpo se impuso en seguida, brusco y convincente, a los discursos religiosos o morales que lo estigmatizaban. En la cama, el baño, las buhardillas de Torentbó, me entregaba con asiduidad al acatamiento de una ley material que, por espacio de unos minutos, me confirmaba en mi existencia aislada y particular, mi irreductible separación del resto del mundo.
(…)
Proseguí mis visitas a los prostíbulos más baratos y concurridos, guiado por una subterránea afinidad a aquel universo áspero, sórdido, destemplado, pero investido a mis ojos de una coherencia y estímulo que reducían por contraste a las figuras y paisajes de la familia, colegio y universidad a las proporciones de una vetusta, polvorienta vitrina de mueble burgués, atestada de abanicos, muñecos y cachivaches: una imagen brutal, sin artificio, de la sociedad descompuesta y en ruinas en la que duramente sobrevivía el pueblo llano de la capital.»

Juan sin tierra (fragmento)

«El asombro te invade ¿Qué más quieres de ti? ¿No has saldado la deuda? El exilio te ha convertido en un ser distinto que nada tiene que ver con el que conocieron. Su ley ya no es tu ley, su fuero ya no es tu fuero. Nadie te espera en Ithaca, anónimo como cualquier forastero, visitarás tu propia mansión y te ladrarán los perros. Tu chilada de espantapájaros se confunde con la de los mendigos y alegremente aceptarás la ofrenda de unas monedas. El asco, la conmiseración, el desdén serán la garantía de tu triunfo. Eres el rey de tu propio mundo y tu soberanía se extiende a todos los confines del desierto. Vestido con los harapos de tu fauna de origen, alimentándote de sus restos, acamparás en sus basureros mientras afilas cuidadosamente la navaja con la que un día cumplirás tu justicia.»

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Autor

Raúl Bertone