“Había una vieja, virueja, virueja, de pico picotueja, de pomporerá…” Así empieza el verso que mamá solía recrearme cuando niño en la cocina de casa. El relato adquiriendo con el transcurrir del tiempo una fuerza de vivencia. Ana María Bovo es narradora oral de historias. La más importante del país. Un eslabón de esa cadena milenaria que es el arte de narrar. Pura magia. Cuando la imaginación abre sus alas y se echa a volar. Rescatando la palabra para sembrar fragancias, imágenes, emociones. Como guiños y destellos de la vida cotidiana. Es ella, su mirada, sus gestos y su voz. El reencuentro con el placer perdido de que nos cuenten cuentos.
Rápidamente pueden venir a nuestra memoria imágenes diferentes. La figura de un abuelo junto a la cama encantando a un niño, en las ruedas en torno al fogón o en la forma ritual del mito, en el mismo comienzo del hombre. Ese relato oral como comunicación profunda. Armando una escena donde la voz contacta la sensibilidad en el espacio, la mirada provoca un nexo íntimo. La palabra y el gesto complotados para emocionar.
Bovo nos toma de la mano con su voz para llevarnos a caminar por sus relatos. “Oficio trémulo” reza el título de su libro de conversaciones con Jorge Dubatti. Toda esa suma de aprendizajes, desde su infancia transitada en la cordobesa San Francisco, sirvió para una amalgama de habilidades que permiten suscitar sueños, evocaciones. Usando la voz y el cuerpo. Además del mensaje, en la disciplina es importante la voz, las pausas, los gestos, las miradas. Bovo construye ese contexto con la presencia de quien cuenta y quien escucha. Experiencia sensorial. Contando con todos los sentidos.
«La teatralidad no implica énfasis ni una sobreexpresividad, sino una capacidad de transmitir tensiones y emociones» me dice Ana María, luego de aceptar el convite para charlar sobre el encuentro con su público, ese que espera impaciente las historias favoritas de su repertorio para oscilar, todo el tiempo, entre la risa y la emoción. En nuestra ciudad Bobo subió a escena días atrás con “Tanto tiempo…”, en el Auditorio de MEDANO, y allí desplegó los relatos favoritos de su repertorio. Aquellos cuentos que sigue atesorando por la calidad de su prosa, por sus personajes entrañables, por la musicalidad que conllevan. Los ha contado una y mil veces porque siguen siendo sus predilectos, y porque el público los ha pedido una y otra vez. Bastó una silla en el centro del escenario para transportar a los espectadores a universos tan diferentes como un bar de París, un pueblo santafesino, un circo mexicano, una vereda porteña. Un recorrido intenso para oscilar todo el tiempo entre la carcajada y la emoción.
«Con este espectáculo estoy haciendo una mixtura de un género nuevo como son los foto-relatos, habitualmente tomo fotos con mi celular y las muestro, o encuentro fotografías que ya tenía, y si encuentro un punto en eso que fotografío, eso que Roland Barthes llama «punctum» de una fotografía, donde señala que “es ese azar que en ella me despunta, surge de la escena como una flecha que viene a clavarse”. Eso que punza, pincha, por dolor, por emoción o por belleza, Entonces tomo ese elemento como el disparador de un relato. Primero disparo una fotografía por intuición y luego encuentro ese punto que ya estaba indudablemente cuando me invitó a tomarla. Había algo que me estaba convocando. Y me baso en eso que decía Van Gogh en una carta dirigida a su hermano Theo, «encuentra bello todo lo que puedas». Entonces, es un entrenamiento de la mirada, sobre el espacio que nos rodea, sobre el movimiento de la gente y en las fotografías pasadas encontrás cosas nuevas, en fotos que viste hasta el cansancio. Eso es maravilloso que suceda».
– Papel de la fotografía como “testimonio”, como “trámite tanatológico” que me permite un día ver “lo que ha sido»…
– Exactamente. Hay una foto muy conmovedora que me regaló una vecina de mi abuelo, una señora del campo que lo había invitado junto a su familia para ir a Mendoza. Mi abuelo, desde que había salido de España, nunca había hecho turismo. Y yo ví esa foto, cuando él volvió esa gente trajo el rollo, se reveló, se mostró y estaba ahí en el Puente del Inca, con su familia, en un descanso, después de bajarse un momento del coche, cuando dejás todas tus pertenencias por un ratito. Bueno, ella me la regaló y recordé dos cosas. Que mi abuelo había dicho, al volver, que por primera vez se había reencontrado con el paisaje de Almería, que es un paisaje desértico y montañoso. El habló de eso, regresó conmovido en el modo de un inmigrante, alguien que era muy parco en sus demostraciones. Pero ví que están todos como de paso y el único que tiene la valija en los pies es él. Yo sentí que mi abuelo había experimentado la sensación de regresar. Entonces bajó del auto con su valija, como quien vuelve y no como alguien que está de paso. Me conmovió profundamente y esa foto va a ser en un futuro parte de un foto-relato. Tengo un acopio de imágenes por trabajar y otras que me esperan, que están por ahí….
– Recurrís también a películas que te marcaron, pueden aparecer “Picnic”, “Un lugar llamado Notting Hill” y “Soñar soñar”, de Favio ¿de qué forma ganó espacio en tu vida el cine?
– El cine para mí ocupa un lugar muy importante como una fuente de repertorio, y primero también porque generalmente reparo en lo periférico de las escenas. Suelo ver ese «punctum», al que hacía referencia, que escapa, que está en segundo plano. O que haya un espectador que lo tome en primer plano y yo lo ví en segundo. Me pasó con «Los puentes de Madison». Alguien que no la había visto me dijo que le contaron que a ella le molestaba que los hijos y su marido golpearan la puerta mosquitero de la cocina, y que cuando este hombre entra en la casa, la apoya suavemente. A mí eso me pareció un lugar y esa puerta mosquitero un espacio de construcción para la narración de esa película. La película está basada en una novela, novela que a mí me resultó muy pobre, pero me pareció muy bueno lo que hizo Clint Eastwood con eso. Yo, a su vez, creo otra versión, es una superposición de textos, y después otra es la recreación en escena. Todo eso requiere de una precisión dramatúrgica para mí enorme, se construye frase a frase, no es que hay una vaguedad, un resumen o una síntesis de que pasa tal cosa, sino que es como si el texto fuera otra vez la lente que filma determinadas instancias y está toda la subjetividad de una espectadora, ese impulso que tenemos todos los espectadores de cine de contar las películas que vimos a los que aún no las vieron, o compartir puntos de vista. En síntesis, trabajo con las películas que quedan en la memoria colectiva, apelo a ese cine que fue más pregnante.
– Hiciste una versión coral de «Madame Bovary», la novela de Flaubert, con una puesta en escena basada en un hecho puntual de la vida de ese personaje: la única vez que fue al teatro en su vida ¿cómo fue encarar la versión escénica de esos amores contrariados que veía en el escenario y le parecían el eco de su propia vida?
– La dramaturgia previa para una puesta teatral es un paso previo muy complejo. Elegí la novela de Flaubert por el placer estético que me produjo leerla cuando era joven. Traté de respetar, y respeté, toda la cronología y los acontecimientos principales de la historia, pero era un coro de mujeres quien contaba esa vida porque precisamente Madame Bovary no tuvo amigas ni confidentes mujeres, sus confidentes fueron sus dos amantes. Sólo volcó sus deseos y sus apetencias en los oídos de los hombres: Rodolfo, León, el cura. Entonces existía un vacío de relato femenino, de confianza, de voces, que pudieran ser ayudantes u oponentes en su vida, por lo que entonces yo tomé a mujeres que están en la novela y las elegí como interlocutoras posibles de ella. Hacer una dramaturgia de un relato literario o concebir una dramaturgia desde una obra de teatro para una obra de relato, es el paso más exigente, requiere de mucha fidelidad al texto original y una recreación.
– ¿Dónde escuchaste las primeras narraciones?
– Eso se gestaba de una forma muy natural, era un tiempo donde no existía la televisión y la actividad cultural por excelencia era encontrarse a conversar. Por supuesto que se concurría al cine pero en lo cotidiano la expectativa pasaba por ir a tomar mate por la noche, ir de visita a conversar sobre las cosas del día, o sobre alguna novedad. Ese era el punto de reunión y yo siempre digo que tengo un acopio de haber escuchado horas y horas. A los chicos no nos permitían prácticamente intervenir. Para mí, esa posibilidad de oír tantas voces, escrutar sus gestos, soportar los silencios que a veces se hacían, las tensiones después de que alguien había metido la pata al hablar mal de alguien que era pariente de alguien que estaba ahí y no se lo había advertido…Yo escuché mucho tiempo y me puse a hablar, como narradora, recién después de los treinta años. Sucedió después de mi formación teatral que decidí que esta era una manera de expresarme, que me daba mucha libertad. Primero empecé contando textos literarios pero con la modalidad de esos narradores espontáneos, que narran olvidados de sí, no con la intención de captar un auditorio, sino con la atención tan íntima de un círculo, y que a veces se olvidan de mirar al círculo porque están tomados por lo que están contando.
– ¿Cómo se articulan los recursos vivenciales con los técnicos para provocar la transformación?
– Yo soy muy austera escénicamente. Creo que si el relato es consistente, si está muy elaborado, tiene una especie de omnipotencia escénica. Por lo general uso una silla, luz, música, y nada más. Para mí la incidencia de la música es decisiva, y tiene que ser una música no ornamental ni ilustrativa, pero sí funcional al texto. Por ejemplo, me imagino que soy maestra en una escuela para rosas y les enseño los versos de José Martí, y me costó dar con una música que reflejara el final de la clase. Entonces empiezo a buscar música cubana del siglo 19, compuesta en Cuba, hay una búsqueda hasta que por suerte doy con ello. Y si no doy con lo que busco, no lo uso. La música estará en las palabras, y la gente también las utiliza y se las pone. Hay alguna situación en la construcción de los textos, en la estética que yo manejo, donde oscilo entre un borde y el otro, y hay espacios intermedios. Considero que el lugar donde pasamos de la emoción a la risa o de la risa a la emoción es donde nos sentimos más vivos. Al menos cuando me pasa a mí como espectadora estoy profundamente agradecida de que me hayan ofrecido ese momento donde la sensación física es muy poderosa. Yo lo construyo en principio para mí, y después es maravilloso ver que lo puedo transmitir y compartir.
– Por la forma en que se vienen dando las cosas podemos hablar de un momento de plenitud en este oficio que quizá sea realmente el más antiguo del mundo…
– Creo que tengo un trabajo maravilloso, aparte, soy una persona rumiante y padezco insomnio, y bueno, todo el tiempo digo «a ver, podría contar tal cosa», o no paro de tomar nota. Yo no creo en la reencarnación, pero si existe y si pudiera volver a ser narradora en otra vida, me quedaría mucho material pendiente…(risas). Tengo tanto para contar, uno recibe estímulos todo el tiempo, de la música, de la vida…Es un aprendizaje permanente, entonces el relato es la forma más antigua y yo siento que contemporáneamente tiene una vigencia y un valor enorme si sabés utilizarlo como una expresión artística. A veces existe una confusión cuando crees que por que hablás en la vida cotidiana, pasás a un escenario y contar un cuento es la extensión de la conversación cotidiana. No es así. Requiere de una articulación absolutamente diferente y de una enorme exigencia.
– Si bien utilizás las redes sociales como un puente para acercar tu arte a más personas ¿creés que el avance de lo digital le ha restado vigencia al arte de narrar?
– Es algo paradójico. Hay una cantidad de festivales nacionales de narradores en este país, en toda Latinoamérica, en Europa, es un fenómeno que ha surgido en los últimos veinticinco años, y los narradores tienen la oportunidad de mostrarse en Youtube. Yo diría que la tecnología es una herramienta válida, personalmente en mi página de Facebook armé todos los foto-relatos y aunque no soy para nada mediática, hubo una devolución muy afectuosa de la gente con lo que voy publicando. Para mí, tener diez mil reproducciones de un relato es algo que no puedo creer, no me deja de sorprender. Creo que todo el espacio que la televisión te niega, al menos a quienes no somos mediáticos, aparece en un canal más modesto que puede ser este, pero muy poderoso a la vez.
– Trabajaste con dramaturgia propia y con relatos basados en textos de otros autores como Angeles Mastretta o Catherine Mansfield ¿cómo es inspirarse en la imagen?
– Por ejemplo, con dos rollos de fotografías que saqué cuando fuí al pueblo de mi abuelo andaluz, fotos que salieron del revelado, le encontré una vuelta de que, proyectándolas, podía construir de nuevo el relato y parecía que cuando yo hice el viaje ya tenía el relato preparado, pero no. Las imágenes me ofrecieron la posibilidad de contarlo y hacer un clip con eso, con música. Es la reutilización de un material para potenciarlo expresivamente. Cuando hice un espectáculo sobre Mansfield, que algo más lejano que una autora neozelandesa, de una familia aristocrática que copiaba las costumbres inglesas, una mujer rebelde, pacifista, transgresora, bueno, hay cosas de su vida con las que siento una identificación absoluta. Las expresiones artísticas también propician eso y yo traté de apropiarme de su personaje, de su vida, y de esa manera construí un espectáculo sobre ella. Sucedió lo mismo con Mastretta, o me encanta trasladar a veces los relatos contados por varones, esos de Isidoro Blastein, de Saer, de Daniel Moyano, es decir, encarnar a esos varones. A veces narran relato semiautobiográfico, y a veces no, es ficción pura. Saer inventa un personaje bárbaro contando una aventura de una noche con una chica que levanta al muchacho en un auto, y ponerme entonces en la piel de ese varón, bueno, la narración te brinda esa posibilidad. No tenés que caracterizarte, hacés la convención con el espectador de que vas a contar un cuento de Saer donde hay un narrador en primera persona que es un varón. Establecés la convención y yo expresivamente tengo que sostener esa convención.
– El trabajo con los talleres te permite movilizar a la gente es ese descubrimiento de poseer un potencial tan rico de experiencias que pueden ser rescatadas y puestas en valor…
– Tengo mucha suerte con eso, con mi equipo de docentes hacemos relato autobiográfico y escuchamos historias extraordinarias de la gente. Cada vida es una novela y todo depende de cómo la cuentes. Por supuesto que enseñamos a la gente a contar su propio relato, a veces salen de uno muy bien y otras veces hay una cantidad de disgresiones que están eclipsando el relato central, o a veces en una disgresión está el verdadero relato. Es maravilloso, es una literatura de la experiencia, a viva voz. Yo tengo una mayoría de mujeres y a veces, cuando vienen dos o tres varones, los cuidamos. Los varones que se meten se ponen muy entusiastas, pero existe algo, no sé si es un prejuicio, o tal vez será que las mujeres son más curiosas y están más dispuestas.
– Cierta vez leí una frase que dijiste en una entrevista, aquello de que «cuentan bien los que escuchan bien» ¿la tarea de narrar debe transitar ese camino?
-La frase le pertenece a Carmen Martín Gaite, una autora española, y me sentí absolutamente reflejada. Creo que los buenos narradores son los que escuchan bien, y el que escucha bien escucha, aunque cuente, si el otro se está agobiando o no. Tiene sentido del tiempo del otro aunque tenga la palabra. Entonces está escuchando si su interlocutor sostiene o no la curiosidad, el interés. Los narradores parcos, los arrieros a los que refiere Yupanqui, tenían también en esa parquedad, en el silencio, una cosa extraordinaria. La enseñanza es fantástica. Atahualpa hablaba de un paisano que le contaba cierta vez «yo quería conocerlo al otro paisano, pero no se callaba».
– El humor es una de tus facetas importantes a la hora de elaborar un espectáculo, despuntás tu veta de comediante a través de las historias más hilarantes en una cita para compartir esa saludable melodía que es la risa de la gente ¿cómo ves el humor actualmente en la escena argentina?
– Tengo un par de proyectos para el año que viene, estoy con muchas ganas de trabajar con el humor. Me llevo bien con él, encuentro que logro divertirme y eso es muy saludable. Vengo de una familia donde nos divertimos mucho cada vez que nos encontramos y hay sentidos del humor de algunos familiares que pueden ser más sarcásticos o más irónicos, y yo puedo lograr un promedio de esas observaciones que hice en mi humor. A mí me interesa un humor que no sea descalificador, ofensivo o grosero. Me llama la atención que autores muy jóvenes y que trabajan, por ejemplo, en el stand up, muestran a alguien que arranca hablando mal de su mujer, o del marido, y a mí me agobian los lugares comunes. Modestamente, y no es que pretenda ser original ni mucho menos, cultivo un humor que es el que me interesa a mí y que valoro cuando lo consumo. Disfruto tanto de esos grandes comediantes que tuvo este país como Enrique Serrano, Niní Marshall, Olinda Bozán…No es que yo quiera hacer un humor «blanco» ni mucho menos, no quiero dejarlo exento de ironía o de observaciones agudas, pero es como que la «puteada» hoy está tan a mano, yo la uso, claro, pero pareciera que se la utiliza mucho a falta de un remate. Y por alguna razón la «puteada» sigue funcionando, y yo tengo ganas de hacer algo que me sea más difícil.
Bovo básico
Ana María Bovo es narradora de historias. Además, se desempeña como actriz, escritora, docente, dramaturga y directora teatral. Nació en San Francisco, provincia de Córdoba, en 1951. Fue fundadora y directora artística del proyecto pedagógico “Escuela del relato”. Actualmente, junto a su equipo docente, coordina talleres de Pensamiento Narrador y Montajes Literarios. En sus más de 25 años de trayectoria, ha recibido numerosas nominaciones y premios:
la distinción Teatro del Mundo (UBA) por “Maní con chocolate”, “Hasta que me llames”, y “Emma Bovary”; la distinción Konex por su trayectoria en Unipersonal 1991/2001; Premio ACE (Asociación Cronistas del Espectáculo) por su actuación en “Maní con chocolate”; Premio Konex de Platino por su trayectoria en Unipersonal 2001/2011; Premio Pregonero por su trayectoria como narradora oral. Entre sus publicaciones se encuentran: “Narrar, oficio trémulo” (Atuel, 2002, tercera edición). Distribuido por el Ministerio de Educación en todas las bibliotecas del país; “Rosas Colombianas” (Emecé, 2008, segunda edición). Su primera novela; Cuentos de Humor y Amor” (Emecé, 2011, segunda edición). Su primer audiolibro; Cuentos de Humor y Amor 2” (Emecé, 2012).