Con su letra minúscula, similar a la tipografía que reclamaba a los imprenteros, con sus gatos y sus mates, en torno del entrerriano Juan Laurentino Ortiz, más conocido como Juan L. Ortiz o directamente Juanele, se ha ido constituyendo una leyenda en la que encajan armónicamente tanto sus escritos como su imagen, su pensamiento y las anécdotas de quienes lo conocieron. Una leyenda modesta, dado el limitado ámbito de repercusión que un poeta y una obra poética pueden tener en la Argentina, pero así y todo una leyenda riquísima en sí misma, muy singular y coherente. Las fotos lo muestran con su boquilla larga y finísima, su cabello revuelto para parecer más alto y su bigotito retinto, todo fragilidad y delgadez.
Los relatos cuentan de un viejo amabilísimo y de la suerte de encantamiento a la que se accedía mediante su conversación. La leyenda de Ortiz habla de un poeta reflexivo, contemplativo y extremadamente culto que, salvo una estada juvenil en Buenos Aires y un viaje a China, virtualmente nunca abandonó su refugio provinciano -primero en Gualeguay y luego en Paraná, y suele detenerse en la imagen de una casita frente a las barrancas del río, a la que por lo menos dos generaciones convirtieron en lugar de peregrinación, como si conocer a Ortiz y charlar con él fuera un paso imprescindible en la formación de un escritor o un poeta.
Pero además estaba la obra, aún más singular que el personaje, o en todo caso como el más profundo sostén del personaje, que de hecho sería algo así como la corporización de ese espíritu de sutileza, humildad y amorosa erudición que con toda naturalidad fluye en sus poemas. Nadie en la Argentina como Ortiz pudo articular en torno de su poesía un complejo sistema de pensamiento propio, en el que tienen cabida desde el marxismo y las filosofías orientales hasta los mitos americanos y los textos científicos. Era un poeta de izquierda, pero nunca militó en partidos políticos ni formó parte de grupos literarios.
De ahí que también Ortiz apareciera como paradigma de un cierto modo de ser “poeta de izquierda”, para el que el anhelo de la revolución es un centro de gravedad que organiza y da sentido a todas las cosas, pero sin por eso relegar a un plano secundario las inquietudes estéticas, filosóficas o incluso religiosas. Pero la leyenda tiene también un costado vulnerable, capaz de acercarla más aun mito prestigioso que a una productiva fuente de imágenes e ideas: la dificultad para acceder a los poemas, en gran medida por culpa del propio Ortiz, que recién a los 36 años aceptó, debido a la insistencia de Carlos Mastronardi, publicar su primer libro, El agua y la noche, y los siguientes los fue dando a conocer en pequeñas ediciones de autor.
Recién en 1971 llegaría a un público más amplio, cuando la Biblioteca Vigil de Rosario reunió, bajo el título de En el aura del sauce, los diez libros publicados hasta entonces y tres inéditos, pero tampoco esa posibilidad duró mucho, porque una gran parte de la edición fue a parar a la hoguera que inauguró la dictadura a la editorial en el 76. Dos antologías, en los años siguientes, intentaron paliar esa falta, hasta llegar a la Obra completa de Ortiz, resultado de un trabajo del investigador Sergio Delgado en 1996.
La poesía de Juanele. Trabajo del lenguaje y actitud ante las cosas. Algo así como un arte de tramar, mediante una delicadísima ilación de palabras, la irrupción casi milagrosa de una experiencia de contacto con el mundo, cuyo tembloroso modo de permanecer abierta se parece más a una interrogación que a una certeza.
Así escribía
Ella
«Ella anuda hilos entre los hombres
y lleva de aquí para allá la mariposa profunda
-ala del paisaje y del alma de un país, con su polen…
Ella hace sensible el clima de los días, con su color y su
perfume…
a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.
Testimonio involuntario, ella,
de un cierto estado de espíritu, de un cierto estado de las cosas,
en que la circunstancia da su hálito. ..
Pero se dirige siempre a un testigo invisible,
jugando naturalmente con la tierra y el ángel,
el infinito a su lado y el presente en el confín…
Mas es el don absoluto, y la ternura,
ella que es también el término supremo y la última esencia
con las melodías de los sentidos y los símbolos y las visiones y
los latidos
para el encuentro en los abismos…
Mas tiene cargo de almas, y es la comunicación,
el traspaso del ser, «como se da una flor», en el nivel de los
niños,
más allá de sí misma, en el olvido puro de ella misma…
Y no busca nunca, no, ella…
espera, espera toda desnuda, con la lámpara en la mano,
en el centro mismo de la noche.»
Fui al río, de El ángel inclinado
«Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Regresaba
-¿Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!»
Para que los hombres
Para que los hombres no tengan vergüenza
de la belleza de las flores,
para que las cosas sean ellas mismas: formas sensibles
o profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo
por penetrar el mundo,
con el semblante emocionado y pasajero de nuestros sueños,
o la armonía de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento,
para que podamos mirar y tocar sin pudor
las flores, sí, todas las flores
y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada,
para que las cosas no sean mercancías,
y se abra como una flor toda la nobleza del hombre:
iremos todos hasta nuestro extremo límite,
nos perderemos en la hora del don con la sonrisa
anónima y segura de una simiente en la noche de la tierra.
Todos aquí
Todos aquí para mirar arder y consumirse ese fuego.
Fuego sólo?
No es un corazón apasionado que se ilumina en los cielos?
La pasión de la luz antigua abriéndose en flores encendidas
para mirarse en el espejo humano.
El corazón dice: criaturas terrestres, la vida es gloriosa,
alzaos hasta el fuego armonioso como hasta la sangre
del éxtasis para que todos seáis como simientes ardiendo
para las cosechas sucesivas de la luz común que encenderá hasta la sombra
y la estrellará como un jardín.